—¡Hombre!
—!Hombre¡
—¡Cuánto tiempo!
—!Y tanto¡
—Llegue a pensar que…
—… habría palmado¿
—No tanto, aunque…
—También yo llegué a suponerlo.
—Es verdad, vuelve a ocurrir aquello…
—Lo de…
—Sí, eso: palma gente que antes nunca.
—!Ya le digo¡ Y encima, lo del volcán…
—¡Asomboso! Menos mal que fluye la lava con mucho destrozo pero sin víctimas…
—Humanas. Que seres vivos van cayendo muchos.
—Es verdad. Me dio mucha pena ver ese otro día la profunda desorientación de los asnos.
—Y de perros y baifas.
—Incluso las gallinas andaban con mucha desazón.
—Es que parece como si al Génesis…
—… le hubiera dado por volver por sus fueros.
—Tiempos convulsos.
—Es lo que toca.
—Es difícil encontrar el sosiego.
—Además, me asalta una curiosidad.
—!No me diga¡
—Es esto mismo: su tono de usted.
—?Mi tono¿ ?A qué se refiere¿
—A esto: su forma de entonar las preguntas. Y las exclamaciones.
—!Ah, era eso¡
—Sí, da la impresión….
—… de que cambio el peso de la pregunta¿
—¡Eso es! Parece como si quisiera preguntar hacia dentro.
—!Ah¡
—Y exclamara al revés.
—Ya me notaba yo algo raro.
—¿Ha probado a darle la vuelta a la mascarilla?
—!No¡ ?Eso que tiene que ver¿
—No lo sé. Pero por probar
—Veamos.
—Eso es, a ver: diga algo.
—Mucho mejor. Ahora, exclame.
—¿Vale un grito?
—Claro. Grite.
—¡Socorro¡
—Súbase un poco más el lado derecho.
—¿Así?
—Sí. Diga algún improperio, insulte.
—¡Es usted un merluzo¡
—¡Mucho mejor! ¡Siga, siga!
—¡¡Merluzo, más que merluzo!!
—Asunto resuelto.
—Gracias.
—De nada.
—!Adiós, hombre¡
—¡Hombre!
Y se van, enmascarillados y casi contentos, cada uno por su lado.
(LUN, 947 ~ «El retorno de los Merluzos»)
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