Maldoror
Al alejado de los hombres,
cuando cae la tarde, se le dobla
una espina dorsal ajena. Siente
la voz perdida
gritando por un nombre que olvidó.
Puede seguir tejiendo su coraza
con hojas de castaño
o mezclar en su cuenco
carne salada y miel.
Para pasar la noche
tan sólo necesita
un lugar recordado.
Cuando amanezca irá por las ciudades
con la mirada torva en los ojos de todos.
A su paso, las madres temblorosas
cerrarán los postigos
y los adolescentes le mirarán muy serios,
como si comprendieran
el destino cruel y la belleza
del apestado,
el hombre que no tiene semejantes.
(Hojas sueltas del lunes, 87. De El sol de medianoche, 1988)
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