Se especula aquí y allá, en el Empíreo (entre diosas y nubes) e incluso a bordo de la nave erasmista, sobre si el libro electrónico, también llamado e-book, puede poner en peligro la pervivencia del libro impreso (ese invento todavía perfecto). Pienso que tal temor, que algunos exhiben con un algo bobalicón deseo intenso y hasta con ansia, no pasa de ser, al menos de momento, una fantasmagoría. Aunque es verdad que las grandes editoriales están tomando posiciones y, además de mirarse de soslayo unas a otras, se reúnen en consorcios y plataformas para controlar e impulsar el fenómeno.
Las indudables ventajas del invento para manejar ciertos volúmenes de información, o para disponer en cualquier lado de una biblioteca móvil y ligera, no me parecen nada desdeñables. La posibilidad de introducir hipervínculos y enlaces, como los que pueblan esta página, es útil y hasta es posible que tenga implicaciones creativas. Y desde el punto de vista profesional, el libro electrónico puede resultar un complemento perfecto del bienaventurado trabajo on-line. Pero no me veo disfrutando, lo que se dice disfrutando, del placer de leer con estos nuevos artilugios en detrimento del libro de papel.
Lo más probable es que ambas tecnologías (como ha pasado con tantas otras) convivan en el futuro, si es que finalmente el e-book consigue dar el salto que algunos analistas vienen pronosticando para ya mismo. Yo de momento no he visto todavía en el metro, que es un buen observatorio de la expansión de ciertos hábitos, a nadie con uno de estos artilugios. Salvo una sola excepción: el otro día, cuando regresaba de Fitur, en la estación de Esperanza me crucé con un joven que con una mano arrastraba una maleta mientras que con la otra mantenía ante sus ojos una negra tableta electrónica. He de decir que en el vagón, en mis proximidades, había también varias personas leyendo libros de toda la vida. Recuerdo que una chica, en el asiento de enfrente, leía el Alfanhuí de Ferlosio, y un joven de fina perillita, de pie junto a la puerta, parecía embebido en El guardián entre el centeno. Sobre las preferencias del lector electrónico no logré sacar nada en claro.
Sinceramente, no creo que peligre la supervivencia del libro impreso. Pero si algún resto de inquietud podía quedarme, ahora ya estoy completamente tranquilo y relajado. Con acciones de márquetin tan imaginativas como la que muestra la foto superior, esas pomposas tablillas enchufables, incluido el tan cacareado i-Pad aún reluciente, tienen en verdad poco que hacer. Tenemos libros impresos para rato. Al menos hasta quedarnos en (o sin) bragas.
Extensiones: algunos detalles y una fantasía
La curiosa foto, que ya he podido ver en varios sitios de la red, al parecer fue captada en el venerable y para mí entrañable mercado de El Fontán, en Vetusta (por abolengo literario que no quede). Yo la he tomado del blog de José María Cumbreño, que fue no sé si el primero pero sí uno de los más madrugadores en hacerla circular.
Hace ya unos meses que el ameno y bien informado Manuel Rodríguez Rivero dejó constancia escrita del hallazgo desde su babélico sillón de orejas (por cierto, en otro apartado de esa misma entrega del «blog impreso» de MRR hay un provechoso y divertido relato sobre las peripecia aeroportuaria de uno de esos lectores electrónicos).
En diferentes comentarios de la foto se han puesto de relieve los contenidos de los libros que forman parte de la curiosa oferta. Y no deja de subrayarse (a veces con cierto énfasis trágico) que lo que se ofrece son libros de poesía: en concreto, ejemplares de la colección Arbolé, encabezados por Elegía en Astaroth, el quinto poemario del poeta gaditano Ángel García López (Rota, 1937), que le valió a su autor el Premio Nacional de Literatura en 1973.
Lo cierto es que la pieza, con toda la prosa porosa que va generando a su alrededor, parece llamada a convertirse en un auténtico clásico de la crítica “literaria” bloguera. Quizás algún día, quién sabe, la podamos contemplar a través de un e-reader. Y pasado el tiempo, pongamos que allá por 2154, puede que en algún remoto confín de la Galaxia a un mercader azul de orejas puntiagudas y ojos naturalmente rasgados y tal vez fosforescentes se le ocurra ofrecer, en su ingrávido tenderete y como regalo por la compra de cierto tipo de interioridades virtuales (no necesariamente bragas), un montón de descatalogados e-books con las obras completas de –y es solo un ejemplo– los más conspicuos representantes de esa generación que toma su nombre de una densa mixtura de cacao, avellanas y azúcar…
En el futuro, como ahora, leer un libro será una forma de vivir.
7 comentarios:
Un oportuno ascenso, digamos, por ejemplo, por la Cuesta de Moyano -Madrid- nos puede dar la idea de la cantidad de buena literatura no leída y a precios estimadamente asequibles. Sin pilas, sin entregas aéreas de bytes. Pensar razonablemente lo que somos a través de nuestros ojos, tan sólo éso. Y no estoy en contra ni mucho menos de los e-books. Simplemente, a mí, me sobran. La disposición de un libro para hurgar en él, subrayarlo y todas las ocurrencias románticas que se nos ocurran no las tendrá la pantalla plana.
Lo dicho, que si no nos convence el ascenso disponemos del descenso.
Saludos.
Yo soy de los que piensan que cada cosa tiene su momento de uso y disfrute. El libro electrónico condede unos beneficios y tiene unos contras que según la situación y necesidades del lector, le será práctico o no. Y el de papel de toda la vida, pues exactamente igual.
Esta "movida" es parecida a la que se montó cuando inventos como la TV o el vídeo "amenazaban" con hacer desaparecer la radio.
¿Y qué sucedió? pues que cada uno ha ocupado un lugar, sin suponer para nada la desaparición del otro.
Sea bienvenido todo lo que nos ayude y facilite el acceso a la cultura y que usaremos dependiendo de nuestra propia necesidad y coyuntura.
La foto es estupenda, Alfredo, gracias por acercarla y gracias por todo lo que nos acercas y clarificas.
Abrazo grande.
Alfredo, gracias por los enlaces. He tenido que "recuncar" para disfrutarlos. Me has regalado a un magnífico poeta,Ángel García, y sin comprar las coloristas bragas.
Con respecto al libro electrónico, tú enumeras bien sus ventajas (añadiría una más:modificar el tamaño de las letras). Convivirán, no creo que pueda desplazar al libro en papel. Yo estoy de acuerdo con mi paisano Suso de Toro que en el 2004 escribió: "Así e todo han ter que cavilar bastante para dar con algo tan práctico e xeitoso como o libro. O libro é cálido porque está feito de materia orgánica e parécenos cousa viva ao tacto".
El soporte electrónico es sólo práctico, pero non é feitiño nin "xeitoso".
Un abrazo
Digo lo que Shandy, soberbio y oculto poeta el que nos has traído entre las bragas y los dichosos e-book. Gracias, y decirte que la entrada que he hecho mucho tiene que ver con un poema de Ángel García López.
Saludos.
Tempero, bienvenido por estos pagos. Alguos lectores ya permiten subrayar y tomar notas: curiosamente tienden a imitar el modelo ya existente. Una Cuesta de Moyano de e-books ¿sería de subida o de bajada? Gracias por pasarte y comentar.
Gracias a ti, Luisa. Es verdad, como dices, que todos estos fenómenos tienden a parecerse y creo que, en lo esencial, no modifican gran cosa. La convivencia de tecnologías es inevitable y forma parte de una larga historia: de hecho, seguimos utilizando la rueda. Un beso, amiga.
Shandy, miña amiga, si rompiches as cuncas de tanto "recuncar", xa sabes que as mellores son as de Niñodaguia, perto de Maceda; mais tamén en Gundivós, pola banda de Sober, deben de seguir facendoas xeitosiñas...
Ángel García López, como bien ha puesto de relieve en su blog Ventana Indiscreta (otro saludo, amiga) es un buen poeta, algo olvidado, quizás porque como le ocurre a otros coetáneos (Carlos Sahagún, Diego Jesús Jiménez o Jesús Hilario Tundidor serían otros ejemplos) han quedado un poco arrinconados entre los "nombres fuertes" de la generación de los 50 y los novísimos.
Abrazos para ambas y gracias por vuestra atención.
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