miércoles, 31 de agosto de 2022

LAS GAVIOTAS (Variaciones en Mar Menor)


(v.1: Las gaviotas)
Gaviota en el Puerto Deportivo de San Pedro del Pinatar. Foto AJR, 22.

El bañista, haciéndose el muerto sobre las aguas extrañamente limpias, incluso transparentes, de la laguna salada, consiguió llegar como de incógnito hasta el pequeño espigón donde las gaviotas patiamarillas se soleaban y parecían estar cuchicheando de sus cosas, acaso burlándose de las fisonomías amorcilladas del personal, quién sabe si intercambiando secretos sobre puntos favorables de pesca o, ya puestas, comentando las últimas novedades traídas por sus parientes, las gaviotas de Audouin, de alguno de sus recientes y cada vez más complicados viajes. El caso es que no prestaron atención a la ya inmediata proximidad del bañista, que se hacía el muerto con mucha pericia, hasta que llegó al grupo una gaviota reidora que con sus muy estridentes graznidos dio la voz de alerta… y de inmediato todas levantaron el vuelo. Con ella también vimos elevarse una estela brillante levemente azulada que poco después, al recuperar el cuerpo de entre las algas someras, supusimos que sería el alma del bañista, tan buen fingidor como seguramente aplicado lector de Fernando Pessoa, ele mesmo. Dios lo tenga en su gloria.

(v.2: El círculo)
Gaviota patiamarilla (Larus michahellis).
Probablemente la “jefa de la manada”.
Foto Tony Hisgett from Birmingham, UK.
Tomada de Wikipedia. Editada.
El bañista, haciéndose el muerto sobre las aguas de la laguna salada, algo turbias después de la lluvia de polvo o tal vez a causa de algún vertido clandestino, se fue acercando a la zona donde las gaviotas parecían estar escrutando el leve oleaje, que las mecía graciosamente, en busca sin duda de un buen alimento. Era curioso ver cómo se iban disponiendo en semicírculo y qué tranquilas se mostraban pese a la cada vez mayor proximidad del bañista, e incluso como parecían querer jugar con él al corro desplegándose alrededor hasta formar un círculo completo que el nadador, ya despreocupado de su posición de camuflaje, miraba con gran asombro por su perfección y complacido al sentirse el centro de aquel revuelo cada vez más alegre y numeroso, y en el que incluso le pareció que las aves, algunas de muy considerables proporciones a medida que se acercaban, estaban disfrutando como niños en el patio de su escuela marina y tan entregadas a su tarea que cuando ya formaban un círculo apretado comenzaron a entonar sus graznidos, primero de un modo muy suave y melodioso, poco a poco creciente y, a medida que se aproximaban más y más, cada vez con más fuerza hasta convertirse en un estruendo que sobresaltó al bañista y, Hitchcock mediante, le hizo caer de repente en la cuenta del peligro que corría en medio de aquel mar apacible y en el centro de una manada de gaviotas cuyos ojos llenos de furia y sus poderosos picos curvados tenía ya muy cerca, casi al alcance de la mano. Quiso entonces espantarlas y librarse nadando de aquel mal presentimiento, pero ya era tarde. La primera gaviota en atacar remontó el vuelo portando en su pico el globo ocular derecho del bañista limpiamente vaciado de su cuenca y, en una secuencia imparable, las demás aves fueron arrancando órganos, músculos, huesos, miembros con una voracidad tan descomunal y una tan veloz eficacia que aquella zona de la laguna no tardó en cubrirse por completo con una mancha entre rojo y ocre, mientras el cielo se llenaba de un ejército de alas y picos chorreantes que, tras un breve vuelo en formación compacta, no tardó en dispersarse hacia los cuatro puntos cardinales, tal como es sabido que se hizo con los despojos del tirano Santos Banderas en aquella novela de tierra caliente.


(v. 3: El renacido)
Un hipocampo en una Pennaria disticha', en el Mar Menor. 
Foto ©️
José Antonio Olive/El País. Editada.
El bañista, como si estuviera recién reencarnado, dudaba si volver a hacerse el muerto para acercarse sin ser notado al espigón donde las gaviotas pasaban el fin de la mañana, probablemente a la espera de que concluyesen los ejercicios ultrarrápidos de los cazas sobre la laguna y llegara el esperado momento del almuerzo reparador. Hacía tanto tiempo de su última estancia en aquel otrora paraíso que al elegante bañista le costaba trabajo recordar las viejas costumbres. Pero no tardó mucho en sentir que regresaban a él las fuerzas de aquella anterior vida como empujadas por los haces de luz que al entrar limpiamente en las aguas removían los lodos del fondo y propiciaban la turbiedad que a él, criatura de muy peculiares costumbres, tanto bien le hacía. Así que, ya del todo despierto y dejándose mecer por las corrientes intermedias, se acercó hasta donde sus viejas vecinas, primero con desconcierto, luego con alborozo, mostraron su sorpresa al verlo regresar y le tributaron el recibimiento reservado para las grandes ocasiones, hasta el punto de que la gaviota gongorina se puso a desgranar su muy preciso y algo temido canto, si bien justamente valorado por quienes de verdad aprecian y entienden de estas cosas, sin contentarse, mitad por vagancia mitad por simpleza camuflada de sencillez, con los comunes y anquilosados sentidos: «Durmió, y recuerda al fin, cuando las aves / –esquilas dulces de sonora pluma– / señas dieron süaves / del alba al Sol, que el pabellón de espuma / dejó, y en su carroza / volviose el hipocampo a la su choza». El caballito de mar había regresado a la laguna salada. La salvación aún era posible.

(v. 4: El nadador)

Picasso: El nadador, 1929. Museo Picasso, París.
Todo parece indicar que el bañista, nadador de profesión, se había equivocado de contexto. Ni haciéndose el muerto conseguía saber qué demonios pintaba él entre gaviotas reidoras, patiamarillas o rojigualdas; ni qué maldición aún mayor que la a tan duras penas olvidada había venido a caer sobre él para, después de recorrerse todas las piscinas del estado y aún del país entero, venir a dar en aquel podrido estanque de hedor y salmueras, rodeado por todas partes de seres infectos e infelices, como recién abortados por una catástrofe nuclear y cuya única misión existencial parecía consistir en servir de abono a los hipotéticos nuevos colonizadores de un horizonte de sucesos ya consumido. «Lo mío, pensó, era el viejo realismo, de corte existencial, incluso sucio, si se quiere, no digo que no; pero aún con sentido y nervio; y no esta subespecie ínfima y degradante de ciencia ficción distópico-apocalíptica (mucho tópico y poca psiquis) cuyo sólo rurbro es ya un insulto a cualquier tipo, por pequeño que sea, de inteligencia, incluso de la clase IA subdos». El bañista se había sentado justo en el centro del espigón donde ni las gaviotas le hacía caso y todo a su alrededor tenía la apariencia de un cuadro pintado por El Bosco en uno de sus días de extrema lucidez. «No voy a tener más remedio que chivarme a Cheever», pensó antes de que la noche cerrara la mano y él recordara una vez más, como todos los días y en todos los lugares donde volviera a contarse su historia, que la casa estaba vacía.

(v. 5: La caracola)
En una de sus transposiciones sobre las aguas calmosas de la laguna salada, aunque no sabe si lo ensoñó o realmente el hecho se produjo —casi seguro que fue esto último, pero no conviene alardear—, al bañista se le acercó una caracola y, como quien no quiere la cosa (curiosa frase), entre apropiadas volutas y esperables cornucopias de sentido (ya se ve), el animal le fue resonando palabras reverberadas hasta casi suspender la noción del tiempo. De hecho, en el popurrí se iba mezclando lo pasado a lo presente y podían vislumbrarse jirones del porvenir. Y dijo la caracola: «Fíjate, alma de cántaro, que Da Vinci se ha venido a bañar al Mar Menor. Dicen algunos que ha sido porque sus playas son zen: los bañistas no tienen que hacer nada para mantenerse a flote. Podrían equipararse a las del Mar Muerto, tanto por condiciones de salinidad como por expectativas de destino (ay, ay, ay). Lo no dudoso es que Leonardo se sentiría feliz de experimentar en cuerpo propio las infinitas posibilidades circulatorias y fluidas de su ideal hombre de Vitruvio al tener a su alcance la facultad de extender y prolongar huesos, músculos, tejidos y auras hasta el límite de lo posible, aprovechando una situación tan placentera como poco accesible al humano corriente, cual es la de la casi ingravidez que propicia la extrema salinidad. Siempre ha sido muy fácil nadar en este mar interior. Pero en los últimos tiempos —alguien dice que por efecto de la creciente eutrofización de las aguas, o sea, por el exceso de compuestos orgánicos en ellas— la facilidad para mantenerse a flote es en verdad impresionante. Hasta el punto de que hay bañistas que aprovechan (toma nota, mameluco) para convertir cada jornada de baño en una sesión de yoga donde el hombre —y la mujer, claro, y todos los demás sexos— de Vitruvio estira su cuerpo al máximo e inicia con suaves movimientos su abrazo circular al cosmos, y poco a poco, inspiración, respiración, sin necesidad de grandes facultades ensoñadoras, se va dejando ganar por el síndrome del milagro del mar de Galilea, aquel que llevó al más descreído y cabezón de los apóstoles a andar sobre las aguas como Perico por su casa, y nunca mejor dicho». Y hasta aquí la copia de lo que la caracola me dijo. Cuando salí de sus reverberaciones, la corriente me había acercado al espigón y las gaviotas, reunidas en corro, aunque quizás no fueran todas de la especie reidora, yo diría que se estaban descuajaringando.
Gloria Torner: Gaviota y Caracola, 2015.
Técnica mixta sobre papel. Col. particular
.

(v. y 6: Los Merluzos)
—Buen baño, eh.
—¿Eh! Sí, baño bueno.
—Cereblo verlo por acá.
—Lo mismo digo.
—Más limpio sí parece.
—Hasta las gaviotas lucen más lustrosas.
—Y contentas. Mire esas cuatro.
—Es verdad. No paran de reírse.
—Ja, ja. Lo llevan en el nombre.
—Sí, sí, ja, ja.
—Ya, pero no hay que fiarse.
—Menudo lío.
—Sí, los vertidos.
Atardecer en el Mar Menor, frente a la Isla Perdiguera.
Foto: 
©️ Pacto por el Mar Menor, asociación que lucha por
la salvación de la laguna salada
.
—Y tanto.
—Ser la huerta de Europa sale caro.
—Ya le digo.
—Y que somos muchos.
—Y producimos mucha basura.
—Y ahora, encima, la tontuna esa.
—¿Cuál de las miles?
—¡Hombre, no exagere!
—Las dejo en 999. Pero diga cuál.
—El botellón de yates.
—Ah, la fiesta de barcos.
—Eso mismo.
—En la isla del Ciervo, creo.
—¿No fue en la del Soneto?
—¿Cómo dice?
—Creo que la reunión fue ahí, en el islote del Soneto.
—Desconocía que tal ínsula existiera. ¡Eso se lo ha inventado!
—No, no. Lo vi en un viejo mapa. Hace años.
—¡Primera noticia!
—Pues ya lo buscaré y se lo enseño, ¡desconfiado!
—A ver, si no digo yo que…
—La que está más cerca de la Perdiguera. Esa era.
—Ah, usted debe de referirse a la Isla del Sujeto.
—¿Cómo dice? Ahora es usted el que fabula.
—No, no. Se lo aseguro. Consulte la cartografía de la zona.
—En fin, Sujeto o Soneto, no hay tanta diferencia.
—Y las erratas son el par nuestro de cada día…
—¡Y qué lo diga, qué fatiga!
—Ej caso es que con reuniones de ese jaez…
—Jaez es apropiado, sea lo que sea.
—Parece como si todo se hubiera llenado de extraterrestres.
—¿Y eso?
—Hay que estar muy desinformado para actuar así.
—O tener muy mala leche.
—Ya sabe lo que dice el jefe al respecto.
—¿Qué jefe?
—Bueno, usted ya me entiende.
—No. ¿Pero qué dice?
—Lo del imparable avance de la zombificación.
—Eso lo he pensado también yo muchas veces.
—Eso va a ser que va usted para jefe…
—No le pillo.
—No tiene importancia.
—Más que nada lo que a mí me gusta…
—El palique, ya sé.
—Eso también, pero…
—Cada vez está más crudo.
—… decía que lo más me gusta es ejercer de…
—… de escuchante, de atento interlocutor.
—¡Pero déjeme acabar la frase, hombre!
—Disculpe. Es la confianza...
—Decía que…
—Y las cosas del directo. Pero diga, diga.
—Pues eso, que me gusta ejercer de ser humano…
—Claro, el dibujo animado cansa mucho.
—… convencido del inmenso valor que tiene…
—Sí…
—… no dejarse vencer por los prejuicios.
—Eso es.
—Ni por las cobardías…
—Ahí le ha dado.
—Ni por las deserciones...
—Clarinete.
—… de quienes consideren que todo es consecuencia…
—Diga, diga.
—… de quienes ejercen la por otros llamada funesta manía de pensar.
—¡Bravo! Se lo compro.
—¡Eh, qué dice? Aquí no vendo nada.
—Que estoy de acuerdo. Quiero decir que estoy de acuerdo
—Sentido común, más que nada.
—¿Nada ha dicho?
—¡Eso mismo!
—¿Y a qué esperamos?
—¿A nadar?
—¡A nadar!
—¡A nadar!!
El bañista, completamente relajado e inadvertido gracias a su lograda forma de hacerse el muerto, pudo asistir con total discreción y casi ensimismamiento al diálogo de dos muy cualificados compañeros de playa y tomó buena nota de su diálogos. Y aquí nos los deja, convencido (me confiesa) de que la pequeña serie de miniaturas del Mar Menor por fin podrá darse por cerrada. Al fin y al cabo, aunque sean sujetos de pesca de altura, los merluzos se mueven como peces en el agua en cualquier superficie húmeda. Digo yo.
(LUN, 651, 650, 650bis, 648, 640 y 639 ~ Variaciones en Mar Menor + «El retorno de los merluzos»).



martes, 30 de agosto de 2022

Prensa impresa

(En voz alta). La paulatina y ya definitiva (salvo milagro o extraño bucle) pérdida de la prensa en papel es un hecho de una importancia sociocultural cuyo impacto creo que aún no se ha valorado en su verdadera importancia. No es sólo que se haya perdido una forma más consciente y reflexiva de acceder a la información, sino que se ha desdibujado hasta extremos no fácilmente cuantificables el papel del periodista como mediador fiable y contrastable, al tiempo que se ha volatilizado, por exceso de basura, el marco común de referencia que suponían los periódicos impresos, una función que difícilmente pueden desempeñar hoy, aunque sean en parte las mismas cabeceras, los contenidos líquidos y las caóticas siembras de novedades de los digitales. Montano se remonta aquí al año 1982: una fecha tan anterior aún a la eclosión de Internet —y, más todavía: a la proliferación imparable del móvil— que bien puede considerase pura prehistoria… de la posthistoria de batiburrillo y calamidades que estamos viviendo. Aunque me parece que a esa reflexión no se asoma el ponente. Sospecho que por exceso de nostalgia, ese dolor.

lunes, 29 de agosto de 2022

LA CUENTA ATRÁS

Buda-reloj. Detalle.

«Sólo existen dos días en el año en que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer y el otro mañana. Hoy es el día correcto para amar, creer, hacer y principalmente vivir». Transcrita la frase en su cuaderno de bambú, el gurú miró la hora en su Rolex de oro y se puso a darle cuerda con el monótono gesto maquinal que tanto placer le causaba. «Por si acaso», se dijo. Pero esto no lo anotó.

(LUN, 641 ~ «Cuentos absurdos»)

domingo, 28 de agosto de 2022

LAS COSAS DE NOSTRA

 EL PASO

Cartel del estreno en España de Frau in Mond (1929), de Fritz Lang,
una de películas pioneras de la ciencia ficción,
paso importantes en la senda de los grandes hallazgos de Méliès,
al que se debe la imagen inaugural de la luna-mujer en una pantalla.
Con Gerda Maurus, Willy Fritsch, Fritz Rasp, Klaus Pohl y Gustav
Von Wangenheim, entre otros. Puede verse en Filmin.

«La humanidad da el primer paso para que una mujer camine por la Luna», lee en voz alta Nostra en su banco de la Plaza. Y comenta: «De modo que aquel ‘pequeño paso para el hombre’, que dijo Armstrong, por fin se puede convertir ‘en un gran salto para la humanidad’». Todos le escuchamos con atención. Aunque no faltan, en el corro de los chismosos, las voces “críticas”. Como la de Pipe el de los Frutos Secos: «Hasta que no se llegue también al Luno, no habremos salido de pobres». Pero Nostra entra al quite: «No seas tan quisquillosamente inclusivo, chaval, que por encima de todo ha de brillar la luz de la inteligencia». Y ya puesto, Nostra sigue, enfático, burlón: «Y digo yo, el Armstrong ese, cuando lo del alunizaje, ¿no iría dopado?». Risas en la plaza. Como son, pese a las engañosas apariencias, gente ilustrada, terminamos hablando de Fritz Lang. Un nivel. «¿Y de L’Angliru… qué?», apunta el Enano de Ébano, que no se pierde una. Así que no tengo más remedio que intervenir: «Este año no toca. Pero tenemos Les Praeres». «¡Buen verde debe de haber por ahí, eh, guaje!», apostilla Nostra. Más risas. Y luego, cada mochuelo… a su vuelo.
(LUN, 642 ~ «Las cosas de Nostra»)

sábado, 27 de agosto de 2022

Vila-Matas en Montevideo

(Al filo de los días). Con de la etapa de La Vuelta de fondo, leo la entrevista que en Babelia le hacen a Vila-Matas en relación con el inminente lanzamiento de su nueva obra, Montevideo. Del máximo interés, todo. Siempre suenan a revelaciones recién conquistadas las palabras de don Enrique y, como suele, desliza tantas pistas potables entre ellas que a uno se le pone el olfato canino a tope y empieza a fantasear, sin salir de la realidad, que ya es por sí sola el gran misterio. He dejado la entrevista plagada de subrayados mentales —en palabras como trasplante, desaparición, puerta condenada, Borges contra Sancho, Bioy y Cortázar, los fantasmas verbales que no cesan de perseguir al escritor, la inconveniencia de las explicaciones …—, también bajo alguna curiosa construcción sintáctica claramente errónea —“como si no le hacía gracia”— y seguramente los acabaré resaltando de facto y hasta copiando en mi cuaderno. Tengo comprobado que las lecciones de uno de los escritores más estimulantes del presente continuamente en fuga son siempre —y aquí utilizaré una expresión que aparece en otro contexto bien distinto pero solo dos pliegos más atrás— “de largo recorrido”. Otrosí obvio: Montevideo es la patria chica de los montevideanos. Y no digo más, que luego todo se sabe. Si el enlaza no funciona por lo de las restricciones de la prensa digital, un simple aviso y fotografiaré lo mejor que pueda los papeles y los colgaré aquí debajo. Me vuelvo a La Vuelta. La etapa de hoy promete mucho.



LEÍ MIEL


Anna Karpowicz-Westner: Nude on a Blue Couch, 1994-1998. Col. Particular.

Era sólo una palabra muy dulce.
Sólo muy dulce era una palabra.
Una palabra muy sólo dulce era.
Palabra dulce muy era una sólo.
Muy dulce palabra sólo era una.
Dulce era una palabra sólo muy.
(LUN, 643 ~ «Amo idioma/Dados»)

viernes, 26 de agosto de 2022

Leyendo en el Parque

(Al filo de los días). Llego al filo de la hora de cierre a entregar los libros del verano a la Biblioteca del barrio. La proba funcionaria —aunque podría, no diré su nombre— ya ha cerrado la sesión y se enfada porque aún quedan más de cinco minutos para que se cumpla el horario reducido del verano, más reducido aún durante el mes de agosto. Iba a hacerle una pregunta pero su mirada de hiena me disuade y me marcho como oveja esquilada, no vayan a buscarme de nuevo las cosquillas. Cómo está el patio. Por fortuna, de salida, en la “mesa de esquilmes”, me salen al paso dos volúmenes aún en muy buen estado de Cristina Fernández Cubas (nada menos que El año de gracia” y Todos los cuentos): pa’ la bolsa! Se me cruza la idea de volver y darle a la proba funcionaria incluso un beso por tan buena suerte. Pero seguramente ya no esté, aunque tampoco me vuelvo a comprobarlo. Ni el horno para bollos.

Salgo a la calle y me acerco al parque de Berlín. En uno de los libros que he renovado, Las sílabas del gran Gonzalo Rojas, me sale al paso este poema por el que en más de un lugar que yo me sé lo hubieran lapidado… verbalmente (al menos de momento). Tiempos raros, muy raros. Casi toda la gente con la que me he cruzado en la última media hora va pendiente de su teléfono móvil. Yo mismo escribo en él estas palabras. Menos mal que Rojas, astuto o tal vez sólo inocente, perpetra al final de su poema fenicio un “personaja” que pone su reloj en hora con un tiempo que tanto se parece… ¿al final de los tiempos? Hay muchos niños, niñas y jóvenes (¡y jóvenas!) jugando en el parque. Las cotorras —ya no diré argentinas— no paran de cotorrear. Ancianas bien vestidas pasean de la mano de cuidadoras indígenas. La vida al atardecer de un viernes de finales de agosto, en un parque, en un rincón de mi mente que no cesa de reconocerle a Kafka su clarividencia.

Y a seguir barajando.

El poema (cuya foto, aunque de mi autoría, acabará desapareciendo de aquí)
es el titulado "Qedeshím Qedeshóth". Quede constancia.


PANAL

Anónimo: Internauta de quinta degeneración, 2025. Museo Virtual de Kentucky.
Obsérvese el curioso parecido, tal vez debido a los auriculares de alta precisión
integrados en la cabeza, con la Drosophila melanogaster,la popular “mosca del vinagre”,
tan útil para la ciencia por su cercanía genética al género humano.

Llegó el día, ya es este, en que la configuración de los artilugios y la sincronización de las almas de los supervivientes vinieron a producir de consuno el SOMA de la verdadera —así llamada— vida y se alzó meridiano en las conciencias aún no arrasadas, también en algunas no esquilmadas hasta su RAÍZ, el deslumbramiento de que estaba a punto de cumplirse ad pedem litteræ la vieja y hermética y ninguneada profecía, ahora por fin vuelta tan prístina y determinante en su acaso OBVIA formulación: «A un PANAL de rica miel cien mil moscas acudieron y por golosas murieron presas de patas en él». Estando claro la identificación del PANAL, se afanaban los hermeneutas en determinar con la mayor precisión posible el alcance y posible extensión semántica del presunto acrónimo MOSCAS. La primera propuesta, rechazada por excesivamente derrotista, provenía de las Estepas Centrales y decía así: «Mentes Obviamente Seducidas Casi Abocadas (al) Suicidio». Más interés suscitaba la —así llamada— Hipótesis Integral de la Puerta Ulterior de Tannhäuser Abierta Sosegadamente, con su giro sincopado y lleno de posibilidades: «Manos Operativas Sugieren Caminos Abren Sueños». Pero aún faltaba mucho para poder dar por resuelto el ENIGMA y todo esfuerzo iba a ser poco. Nadie de verdad comprometido con el futuro en presente de la ESPECIE debería quedarse al MARGEn.

(LUN, 644 ~ «Cuentos absurdos»)

jueves, 25 de agosto de 2022

EL CANTO HILADO (12)


Pero seamos serios y concisos: El laberinto junto al mar es un buen espacio para descubrir Cosas conocidas y extrañas, y emprender después un recorrido por La ciudad y las sierras, seguido de Civilización, hasta encontrar la forma idónea de contar Una boda en Lyon y otros relatos.

(LUN, 645 ~ «Desde el Acantilado/ebook», 123-126)

miércoles, 24 de agosto de 2022

PURA FICCIÓN, AFICIÓN PURA

Edward Hopper: Sunday, 1926. The Philipps Collection, Washington.
El caminante sabe que la ciudad que recorre en soledad por la noche ya no existe más que en su imaginación. Puede ir del Sur al Norte, desde la Plaza hasta el Río, sin encontrarse con nadie. Atraviesa el paseo de los fantasmas, y también los fantasmas han desertado. En un portalón aún le gusta comprobar que las aldabas son de bronce. Quedan calles empavesadas de cantos puntiagudos. Y hay letreros que sobreviven, con su tipografía moderna, debajo de la mugre de las ya añosas pintadas y al margen del caos de los grafitis. Una colonia de gatos aposentados en lo que fuera el terrero de un viejo convento, en el antiguo corazón de la urbe, es el mayor signo de los nuevos tiempos. Junto a algunas recuperadas piedras del pasado. Quizás sean ambas señales muestra inequívoca del rumbo futuro, abocada como está la vida aquí a servir al definitivo despliegue de un mundo de ficción del que los días por venir exhalan, corriente abajo, un paisaje irreal de carne de píxel y humo algodonoso, sobre el cauce cegado de un sueño del que fuera imposible despertar. Pero no nos pongamos apocalípticos. Y sigamos fabricando el Arca.

(LUN, 646 ~ «De la vida misma»)

martes, 23 de agosto de 2022

EL ÚLTIMO RECURSO

¿No es la burocracia, con su infinito buche (sic) de tautologías y redundancias, una permanente incitación al crimen? Sé, se lo aseguro, de lo que hablo. Y espero que este reconocimiento compulsivo y compulsado no sea en modo alguno tomado como un agravante, señor Juez.

Georges Rouault: Los tres jueces, 1913. Museum of Moderm Art (MoMA), Nueva York.

(LUN, 647 ~ «De la vida misma»)

lunes, 22 de agosto de 2022

«Los días de Yucatán», de Sagrario Pinto, en euskera

(Al filo de los días) «Irakasleak noten buletina eman berri zigun, eta nire notak oso onak ziren, oso onak baino hobeak: nire bizitza osoko notarik onenak!»… Así se inicia Yucataneko egunak, la traducción al euskera de Los días de Yucatán”, la novela LIJ de mi compi Sagrario Pinto que acaba de aparecer en Ibaizabal, el sello de Edelvives en el País Vasco, y con traducción a cargo de Amets Santxez Muniain. Las ilustraciones, excelentes, siguen siendo las de Luis Doyague de la edición original. Los ejemplares de autor, junto con otros valiosos libros de amigos y conocidos (irán compareciendo por acá), nos esperaban en Madrid, a la vuelta de unos días en el Mar Menor, y ni que decir tiene (curiosa frase) que son el mejor impulso para encarar eso que nuestros vecinos del norte llaman, con expresión invencible, la Rentrée, aunque quizás ahora sea más habitual decir “reseteado”, “reinicio” o en esa línea.

Aunque tuve el privilegio de aprender algunas nociones en el bachillerato de los agustinos, gracias a “père Ignace Berasátegui y su amor por el en verdad hermoso folklore euskaldún, no tengo más remedio que confesar que el euskera es para mí, y supongo que también para muchos ibéricos, una lengua casi opaca: pronunciarla es jugar al sonido puro, la mera y musical fonación, ya que sólo de tarde en tarde intuye uno el sentido de lo que pronuncia, y siempre de un modo en el que la inmediatez de la materia verbal impone su fascinación sobre todo atisbo de comprensión. Y, sin embargo, como sabemos bien desde hace mucho y algunos reconocimientos recientes confirman, es esta una lengua con la que es posible lograr formas de expresión de gran belleza, y fijar emociones y experiencias que justificarían el necesario esfuerzo para salvar el aparente hermetismo de sus construcciones y poder penetrar en el círculo luminoso de los significados.
Alguna anécdota hay en mi vida de editor, incluidos sueños y hasta pesadillas, relacionados con este asunto, pero quede, si acaso, para otro día. Sí señalaré, sin embargo, la curiosa sincronía que me lleva a redactar esta nota justo el mismo día en que FaceBook me recuerda la publicación de un texto sobre Isla Mujeres, uno de los escenarios principales de esta narración de Sagrario en la que, con su habitual y envidiable pericia, supo sacarle partido literario a los días que pasamos juntos en tierras yukatecas (debió de ser hacia 2004-2005, ayer como quien dice).

Seguro que leídas en euskera las evocaciones de aquellas aún no olvidadas aventuras provocan nuevas resonancias. «Eta barre egin genuen denok».

domingo, 21 de agosto de 2022

PEREC AL PASO


Primera representación de Hernani (25.02.1839), de Víctor Hugo,
en la Comédie Française, entre una manifiesta “división de opiniones”.
Ilustración de Paul Albert Besnard (1849-1934).

EL SIGUEN LAS COMPARENCECNIAS HASTA QUE COMPAREZCA VERDADERO CAUSANTE DEL DESASTRE O SALGA DE SU CONCHA EL APUNTADOR

Quizás no sea el momento más adecuado, tal como la llamada realidad se muestra, para convocar la presencia de una escena cuyo principal protagonista sea (y disculpen el circunloquio) ‘El coreógrafo loco de amor que regresó para acosar a la bella bailarina’. Pero es el paso imprescindible para poder contar con ‘La antigua portera española que se negó a desbloquear el ascensor’ y, ya puestos, poder encarar también, sin rodeos, el papel que aquí juega (o desempeña, por evitar el común galicismo) ‘El repartidor de los establecimientos Nicolas [dedicados a la venta de vino] que limpiaba los espejos del portal’. El asunto exige a veces corchetes aclaratorios, aunque me perece que hasta ahora, en todo este teatrillo que ya va durando lo suyo, no habían aperecido: tampoco es cuestión de romper la lógica narrativa —esa depende solo y en exclusiva de la nunca bien ponderada, y lo digo en serio, inteligencia lectora— ni por eso mismo asustarse demasiado al dejar sitio para que se acomode a su placer, pese a las obvias dificultades ecológicas del momento, ‘El fumador de Por Larranaga que escuchaba un gramófono de trompa’. Claro que, puestas así las cosas, y sin menoscabar la dificultad de encontrar un mueble adecuado para depositar semejante instrumento, quien realmente lo va a tener difícil es ‘El viejo “pornográfico” que esperaba a la salida de los institutos’, una figura bastante habitual en algunas novelas de época pero que presumiblemente ya está fuera de toda órbita asumible en estos tiempos en los que no cesan de verse arrumbados como antiguallas del todo inservibles construcciones verbales de cierto poder simbólico que parecían hechas con la misma materia empleada para unir las piedras de los templos griegos y sin embargo... Ya se ve que era, también esta, una ilusa pretensión. Sirva, si no de escarmiento, sí de excusa. Y siga… ¿la fiesta?
(LUN, 649 ~ «Perec al paso», 150-154)

miércoles, 17 de agosto de 2022

UNA REVELACIÓN DE NOSTRA



Me manda Nostra, el Profeta de la Prospe, un mensaje que dice (literalmente): «El tiempo vapor dentro y el espacio por fuera». Me queda la duda de si hay una errata en la tercera palabra, que bien podrían ser la tercera y la cuarta. Pero tampoco voy a dilucidarlo, al menos de momento, entre otras razones porque he dedicado un buen rato esta mañana a intentar entender un complejo artículo sobre la “pseudotelepatía cuántica” y la posible demostración de ciertas formas de comunicación a distancia entre partículas mediante un juego basado en los cuadrados mágicos de Mermin-Peres; de modo que la intuición, o lo que fuere, de Nostra me parece de una apabullante claridad descriptiva y, sin más vacilaciones, voy a concederle —“reconocerse es reconocer”, dice el viejo bumerán— la categoría de revelación. Sea. Y junto al mar. O sea.
Posdata: viene el mensaje acompañado de la foto que incluyo. Con este comentario: «¿A que cada día me parezco más al que tú sabes?». Además de pseudoprofeta, va a resultar que Nostra es lo que toda la vida se ha llamado (no sé bien por qué) “un cachondo mental”.

(LUN, 652 ~ «Las cosas de Nostra») 

martes, 16 de agosto de 2022

LA HISTORIA DE NUNCA ACABAR

Goya: Duendecitos, grabado número 49 de «Los Caprichos», 1797.
Museo del Prado, Madrid.
Os digo, colegas, que lo que yo he visto allí es difícil verlo en ningún sitio. Y no me creeríais si os contara las triquiñuelas que tuve que hacer para que me dejaran revisar los papeles. Hasta me vi obligado a dejarle caer una mano de hostias bien dadas al gilí de la vigilancia, empeñado que estaba el tío en no dejarme entrar con la excusa de que no tenía el pase pernocta ni me sabía la contraseña. ¿La contraseña? ¡La madre que te va a parir, cacho cabrón! ¡Te voy a dar yo a ti la contraseña! Y sin pensarlo dos veces, ni casi una, le sobé bien el morro, así y así… Allí lo he dejado sobre el suelo de la garita, no sé si respiraba. Total un pringao menos no se va a notar. Y yo tenía que ver aquello, ya te digo. ¡A mí me van a venir a estas alturas con zarandajas….!
(LUN, 654 ~ «Al pie de Goya»)

domingo, 14 de agosto de 2022

Música sin fin

(En voz alta). Un artículo de Fernando Neira en El País nos recuerda que cumple medio siglo (ya como casi todo) esta canción definitoria como pocas (por alusiones) de las claves del tiempo aquel en que, como dijo Rigoberta Menchú, «así nos nació (o mutó) la conciencia». Pongamos que hablamos de 1971, casi ya el 72, y que en efecto quienes por entonces cumpliríamos entre 16-18 años (podríamos ampliar la horquilla a los 15-20) estábamos en pleno proceso de aterrizaje en lo que sería (¡claro!) el resto de nuestros días, pero también una forma de estar en el mundo que queríamos consciente, plena, libre, solidaria, alegre; lejos de los mordiscos de la culpa que tal vez habían roído nuestra infancia; libres de la sensación aquella que Rimbaud Le Voyant definiera tan bien también (“todo el día él sudaba de obediencia”), y dispuestos a… no sabíamos qué exactamente (seguimos sin saberlo), pero dispuestos. Dice Neira que es discutible que las interpretaciones usuales que se ha hecho de las alusiones de la letra de American pie (tal como se recoge en este vídeo) sean atinadas. De muchas de ellas, la verdad, tardamos años en enterarnos, si es que alguna vez. Lo más extraño, sin embargo, es que una canción que canta al «día en que murió la música» a través del tiempo se haya convertido en una de las piezas fundamentales de ese rompecabezas que es la vida, siempre incompleto pero con algunas áreas ya resueltas como la que, casi cada día, nos demuestra que si hay algo eterno… necesariamente ha de tener música.

Stranger Things, cuarta temporada

(En voz alta). Pues ya está. En o cinco o seis sesiones de larga madrugada acalorada me he “papeado” la cuarta temporada de Stranger Things, con sus nueve episodios de duración creciente hasta el muy inflado capítulo final. ¿Que qué hace un casi setentón, al que se le suponen algunos otros más “altos” y “serios” intereses, perdiendo de ese modo el tiempo? La misma pregunta me hacía cada vez que volvía al tarro de la miel. Y aunque en más de una ocasión —hay momentos aburridos y hasta del todo disparatados en esta, por otro lado, inteligente y espectacular vuelta de tuerca a la inefable fórmula de pandillas+misterio+últmas preguntas+ nostalgia+exuberancia tecnológica—, me decía a mí mismo que ahí lo dejaba, lo cierto es que la experiencia ha sido estimulante. A veces (pocas) con la ayuda de la tecla >> del mando a distancia. Había visto fragmentos picoteados de la primera temporada, y algún episodio o secuencia de las otras tres. Pero se me disparó la curiosidad cuando alguno —y, sobre todo, alguna— de las más espabiladas alumnas de Sagrario se la recomendaron vivamente, de modo que me pareció un buen modo de sintonizar con ese mundo cada vez más hermético y —al menos para mí— del todo incomprensible que es el de los nacidos ya bien entrado el siglo XXI (que se dice pronto). No digo que la revelación haya sido de las de caerse del caballo (eso, en parte, pudo ocurrirme con Euphoria, una de las narraciones más oscuras que recuerdo haber visto/leído), pero sí me ha resultado útil, creo, para sacar algunas conclusiones, aparte de unas horas de placer sensual de espectador, una razón que, tal como está el patio, por sí sola juzgo suficiente.

A mi entender el mayor mérito de esta espectacular temporada es el buen pulso narrativo con que se cuentan las cuatro o cinco subtramas que confluyen en la historia de la lucha de un grupo de adolescentes enfrentados a la maldición que pesa sobre el pueblo en el que viven y de cuyos orígenes y alcance nos vamos enterando de manera algo premiosa y con reiteraciones cuyo único peso en la historia es suministrar altas dosis de fascinación visual a un público amamantado, al menos desde Dragones y mazmorras, en los juegos de rol y los combates de la Nintendo. Retóricas de época que sin duda son el punto nostálgico de partida de sus creadores y que seguramente ya tienen un carácter de casi mitos fundacionales para la última generación. De ese modo, el arco de interés del público objetivo (el target) se estira desde los treinta y muchísimos o cuarenta y pocos hasta los casi quince, sin descartar excepciones como la del que suscribe o la de mi amigo Nostra, que aunque ya bien sobrepasasada la octava década de su vida aún se interesa por estos lances (o eso dice).

Una banda sonora muy bien elegida (ver vídeo), el reflejo de sucesos históricos como telón de fondo (el Watergate, por singular ejemplo), la perceptible lectura en clave de terror presente de algunos desastres y los más o menos conscientes homenajes a autores y géneros (desde Stephen King a Twin Peaks’) son rasgos destacados de una obra que, no concluida aún al parecer, y si bien ya en peligro de rozar (rizar) la autoparodia, se enfrenta al no pequeño dilema de cómo tener un digno remate. Se verá. O no. Pero esa es también la gracia del asunto.



RELATOS CRUZADOS

George Morland: Two Pigs in Straw (Barn with Pigs), s. f.
Nottingham City Museums and Galleries (Nottingham Castle).

El veraneante acalorado, sosias de sí mismo, había pensado escribir un relato que llevaba por título: «España, un país de guarros», aserto que no sabía bien con qué imágenes elocuentes ilustrar de tantas como se le ocurrían. Pero hete aquí que (o heteaquíque), como entre las virtualidades del algoritmo y el ritmo de las partículas subatómicas de no localización es evidente que todo está conectado y hasta en relación muy íntima, fue pronunciar, tal vez pensar sólo, la palabra “guarro” cuando en la pantalla de su celular se iluminó la alarma de su email diciéndole que tenía un nuevo mensaje de Maximiliano Jabugo, su ocasional proveedor de algunas delicias que ya el nombre sugiere. Esta casa de alta gastronomía ibérica, paradójicamente basada sobre todo en las partes bajas de buenos ejemplares de la especie Sus escrofa domestica, se caracteriza por sus originales campañas de publicidad, muy cuidadas tanto en el fondo como en la forma. Al veraneante no le duelen prendas en reconocer que más de una vez he empleado algunas de sus sugerencias para resolver algún compromiso. Pero jura que esta es la primera vez —no sabe si será la última— en que no ha podido resistirse a dar completa la última misiva llegada a su correo electrónico y que, advierte, ofrece sin omitir siquiera ni los títulos de crédito. Disculpen, hipotéticos lectores, queridas lectrices, la pausa publicitaria. O mejor disfruten de ella: al fin y al cabo hubo un tiempo en la televisión —cuando aún existía la televisión— en que la parte más vistosa y creativa era la de los anuncios. Y dice el veraneante que la misiva reza literalmente así:

»»
«DEL TERRENO. Cuando era niño, mi abuelo me mandaba a la bodega con un duro, un par de veces a la semana, para que el bodeguero me rellenara una garrafa con "vino del terreno".
Ese "vino del terreno" era con el que acompañaban las comidas, que entonces llamaban almuerzos, mis tíos y mis abuelos en las reuniones familiares que se daban en verano en el pueblo.
En ocasiones comíamos, o almorzábamos, unos tomates que recuerdo riquísimos, que eran "Tomates del terreno".
Otras veces, había lechugas de hojas largas, que mi tío decía de "oreja de burro", que eran, como habrá adivinado, "Lechugas del terreno".
En esa época, en la que ni había globalización, ni se la esperaba, casi todo lo que comíamos era "del terreno".
Las naranjas eran de Valencia y Valencia era tierra de Naranjas.
Las alcachofas y los espárragos eran de Tudela y Tudela era conocida por ambas cosas.
Murcia no era Murcia, era la huerta murciana.
España entera era un conjunto de terrenos, cada uno produciendo lo suyo, y regalando a sus habitantes cientos de "manjares del terreno".
Cuando hablo con alguien y me dice que los tomates no le saben a los tomates de su niñez, o que las naranjas tienen otro sabor, o que ya no hay lechugas como las de antes, veo claro que lo que se ha perdido es ese añadido "del terreno" que antes tenían las cosas.
No todo, pero sí en gran medida.
La globalización nos trae Tomates de Holanda, Naranjas de Marruecos, Lechugas "Iceberg", que no se parecen a la oreja de un burro por ningún lado, y que son originarias de California.
Vaya, que comerse "algo del terreno" hoy, es harto complicado en este país, que sinceramente, y tiro de orgullo patrio: estoy convencido que es "el país más rico del mundo", en cuanto a gastronomía se refiere, y estoy dispuesto a discutirlo con cualquier amante del sushi que me lo niegue.
Ocurre que, como en la obra de Asterix y Obelix, todavía quedamos algunos pequeños reductos que nos negamos a ser conquistados por esa globalización.
Productores de cosas nuestras, del terreno, que se hacían y se siguen haciendo hoy, tal y como se hacían entonces.
En nuestro caso, nos enfrentamos a esa globalización, con la producción artesanal de nuestros jamones.
Que sí, que ya se qué ahora es más moderno comer sushi, o comprar Jamón de Parma. Que serán productos extraordinarios, no lo dudo. Pero yo, qué quiere que le diga, soy un enamorado de las "cosas del terreno".
Y eso es lo que hacemos en Maximiliano Jabugo, producir jamones para los enamorados de "las cosas del terreno", de lo nuestro, de los sabores de antes que no queremos que se pierdan.
Una de las cosas que más me satisface de nuestro trabajo es cuando algún cliente nos dice: estos jamones me saben a los jamones de toda la vida.
Claro, respondo yo, no pueden saber distinto, porque son jamones hechos como se hicieron toda la vida.
Si quiere disfrutar de nuestros "jamones del terreno" con el sabor de toda la vida, puede hacerlo entrando en nuestra tienda online:
Disfrute del verano en el país más rico del mundo.
Maximiliano Portes / Maestro Jamonero.
P.D.: Un abrazo a todos los productores locales que contra viento y marea, siguen produciendo productos nuestros, del terreno, con el amor y pasión de antaño, para que sigamos siendo el país más rico del mundo.
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Y hasta aquí llegó la marea.
(LUN, 656 ~ «De la vida misma»)