(En voz alta). Un artículo de Fernando Neira en El País nos recuerda que cumple medio siglo (ya como casi todo) esta canción definitoria como pocas (por alusiones) de las claves del tiempo aquel en que, como dijo Rigoberta Menchú, «así nos nació (o mutó) la conciencia». Pongamos que hablamos de 1971, casi ya el 72, y que en efecto quienes por entonces cumpliríamos entre 16-18 años (podríamos ampliar la horquilla a los 15-20) estábamos en pleno proceso de aterrizaje en lo que sería (¡claro!) el resto de nuestros días, pero también una forma de estar en el mundo que queríamos consciente, plena, libre, solidaria, alegre; lejos de los mordiscos de la culpa que tal vez habían roído nuestra infancia; libres de la sensación aquella que Rimbaud Le Voyant definiera tan bien también (“todo el día él sudaba de obediencia”), y dispuestos a… no sabíamos qué exactamente (seguimos sin saberlo), pero dispuestos. Dice Neira que es discutible que las interpretaciones usuales que se ha hecho de las alusiones de la letra de American pie (tal como se recoge en este vídeo) sean atinadas. De muchas de ellas, la verdad, tardamos años en enterarnos, si es que alguna vez. Lo más extraño, sin embargo, es que una canción que canta al «día en que murió la música» a través del tiempo se haya convertido en una de las piezas fundamentales de ese rompecabezas que es la vida, siempre incompleto pero con algunas áreas ya resueltas como la que, casi cada día, nos demuestra que si hay algo eterno… necesariamente ha de tener música.
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