(En voz alta). Quizás no sea más que un cómic de brillantes viñetas a cuál más disparatada, o un tour de force desplazado con el Quentin Tarantino de Kill Bill, vols 1 y 2. Bullet Train, la peli de David Leitch protagonizada por Brad Pitt que acaba de estrenarse, es sin duda, aunque esté basada en una novela japonesa de éxito, una mezcla de argumentos de narraciones y pelis de acción de épocas diversas y un tan divertido como ágil (frenético) y desopilante paseo por las convenciones de un género, con el reto asumido de no dar tregua al espectador a través de acciones tan increíbles y ‘ketchupinadamente’ horrorosas como trepidantes, con chistes continuos —algunos buenísimos— que se superponen a distintos niveles y —a mi entender, lo mejor de todo— un guion perfecto urdido a través de pequeñas cápsulas o historietas que funcionan, cada una, con gran eficacia y se conjuntan todas en un puzle bien resuelto y tramado con los ingredientes básicos de cualquier historia: los afectos, la amistad, las pasiones primarias, la venganza, el peso del destino. Los diálogos son tan brillantes en su eficacia dramática y en su humor que dan ganas, a menudo, de sacar la libreta y anotar (habrá que leerse el guion) para no olvidar frases como : «He venido a matarte y tendrás que matarme, como has hecho con todos los que lo han intentado». O la revelación final (la emplearé en un próximo cónclave de palindromistas): «¿Te das cuenta? He aprendido a darle la vuelta a las cosas. ¡Y funciona!». Una peli para pasar un par de horas divertidas viéndola en un gran cine de algún centro de ocio (por fin de nuevo una gran sala llena) y no perder de vista que el verdadero espectáculo, en línea directa con la imaginería volcada a chorros en la gran pantalla, está también alrededor y a la salida y en el noticiero. Ah, y la música: soberbia banda sonora, a ritmo de tren bala (poderosa metáfora, que sigue valiendo su peso en oro, aunque ya estamos también un poco cansados de algunas comparaciones) y la sorpresa, que ya no lo será, de Alejandro Sanz dando el tono musical exacto a una de las escenas más potentes y descerebradas, en el fondo un gran homenaje en clave cutre-gore a la inolvidable boda de El Padrino.
sábado, 6 de agosto de 2022
«Bullet Train», trepidantemente divertida
(En voz alta). Quizás no sea más que un cómic de brillantes viñetas a cuál más disparatada, o un tour de force desplazado con el Quentin Tarantino de Kill Bill, vols 1 y 2. Bullet Train, la peli de David Leitch protagonizada por Brad Pitt que acaba de estrenarse, es sin duda, aunque esté basada en una novela japonesa de éxito, una mezcla de argumentos de narraciones y pelis de acción de épocas diversas y un tan divertido como ágil (frenético) y desopilante paseo por las convenciones de un género, con el reto asumido de no dar tregua al espectador a través de acciones tan increíbles y ‘ketchupinadamente’ horrorosas como trepidantes, con chistes continuos —algunos buenísimos— que se superponen a distintos niveles y —a mi entender, lo mejor de todo— un guion perfecto urdido a través de pequeñas cápsulas o historietas que funcionan, cada una, con gran eficacia y se conjuntan todas en un puzle bien resuelto y tramado con los ingredientes básicos de cualquier historia: los afectos, la amistad, las pasiones primarias, la venganza, el peso del destino. Los diálogos son tan brillantes en su eficacia dramática y en su humor que dan ganas, a menudo, de sacar la libreta y anotar (habrá que leerse el guion) para no olvidar frases como : «He venido a matarte y tendrás que matarme, como has hecho con todos los que lo han intentado». O la revelación final (la emplearé en un próximo cónclave de palindromistas): «¿Te das cuenta? He aprendido a darle la vuelta a las cosas. ¡Y funciona!». Una peli para pasar un par de horas divertidas viéndola en un gran cine de algún centro de ocio (por fin de nuevo una gran sala llena) y no perder de vista que el verdadero espectáculo, en línea directa con la imaginería volcada a chorros en la gran pantalla, está también alrededor y a la salida y en el noticiero. Ah, y la música: soberbia banda sonora, a ritmo de tren bala (poderosa metáfora, que sigue valiendo su peso en oro, aunque ya estamos también un poco cansados de algunas comparaciones) y la sorpresa, que ya no lo será, de Alejandro Sanz dando el tono musical exacto a una de las escenas más potentes y descerebradas, en el fondo un gran homenaje en clave cutre-gore a la inolvidable boda de El Padrino.
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