jueves, 30 de abril de 2020

Parrafaear...



Revista de Libros

(Lecturas en voz alta). Una de las cosas que más echo en falta en este confín es el poder "parrafear" con algunos amigos, y preferiblemente de uno en uno y cara a cara, que ese ha sido casi siempre, y en mi experiencia, el verdadero espacio de la amistad. Este largo artículo de Rafael Narbona en la muy recomendable Revista de Libros, entre otras cosas interesantes (y discutibles, claro), tiene la virtud de elogiar, y muy de veras, esos encuentros. Su lectura es por eso doble o triplemente reconfortante. Así que lo comparto.

En son de Paz (4)

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Octavio Paz conversando con Borges y María Kodama,
en uno de sus encuentros. Merece la pena leer este “recuento” de Paz.
(En son de Paz, 14). »Hablamos porque somos / mortales: las palabras / no son signos: son años. / Al decir lo que dicen / los nombres que decimos / dicen tiempo: nos dicen, / somos nombres del tiempo. / Conversar es humano», escribió Octavio Paz en la última estrofa de un poema (“Conversar”) incluido en su libro “Árbol adentro” y concebido —tal vez improvisada: su ágil vuelo así lo indica— como respuesta a un verso leído: “Conversar es divino”, que según el propio Paz señala en nota «figura en un poema del poeta portugués Alberto Lacerda dedicado a Jorge Guillén». Y hecha la precisión y puestas las barras, para que el fraseo del poeta no se pierda en las arenas movedizas de las pantallas, inevitablemente pienso en el luminoso verso de Quevedo que describe la lectura como una vida de «conversación con los difuntos» y asiento al completo carácter humano del instinto de compartir palabras, hasta el punto de que tal vez sea difícil encontrar otra fuerza que nos haga sentir más esa condición. «Por eso se explica —me digo, ya en otra fase del diálogo— tu heredada tendencia a hablar hasta en sueños». Y vuelvo al confín de cada día, inmerso en estas y otras sugerencias, acariciando con mis ojos los libros, las pantallas, los reflejos en la calle, siempre con el deseo vivo —humano, tal vez demasiado humano— de que no tarde en dar señales de vida el interlocutor... o ella.


Paz el autor, el lector, el corrector: un hombre de palabra.
(En son de Paz, 15). »[...] la lengua que hablamos es una realidad no menos decisiva que las ideas que profesamos o que el oficio que ejercemos. Decir lengua es decir civilización: comunidad de valores, símbolos, usos, creencias, visiones, preguntas sobre el pasado, el presente, el porvenir. Al hablar no hablamos únicamente con los que tenemos cerca: hablamos también con los muertos y con los que aún no nacen, con los árboles y las ciudades, los ríos y las ruinas, los animales y las cosas. Hablamos con el mundo animado y con el inanimado, con lo visible y con lo invisible. Hablamos con nosotros mismos. Hablar es convivir, vivir en un mundo que es este mundo y sus trasmundos, este tiempo y los otros: una civilización», escribió y leyó Octavio Paz en su discurso de recepción del Premio Cervantes, tal día como hoy del año 1982. En sus palabras de agradecimiento Paz bosquejó un breve recorrido por su biografía como lector, dio un paseo por el lado americano de la lengua, hizo un elogio y defensa de la libertad y, muy significativamente, cerró sus palabras con una reivindicación de la alegría y la humanidad de Cervantes: «Cada hombre —dijo al final de su discurso— es un ser singular y cada hombre se parece a todos los otros. Cada hombre es único y cada hombre es muchos hombres que él no conoce: el yo plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreír». Quién supiera.

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 Octavio Paz: una sonrisa iluminada desde dentro.
Foto tomada del archivo de la Nobel Foundation.

(En son de Paz, 16). »El tiempo del poema no está fuera de la historia sino dentro de ella: es un texto y es una lectura. Texto y lectura son inseparables y en ellos la historia y la ahistoria, el cambio y la identidad, se unen sin desaparecer. No es una trascendencia, sino una convergencia. Es un tiempo que se repite y que es irrepetible, que transcurre sin transcurrir, un tiempo que vuelve sobre sí mismo. El tiempo de la lectura es un hoy y un aquí: un hoy que sucede en cualquier momento y un aquí que está en cualquier parte. El poema es historia y es aquello que niega la historia en el instante en que la afirma. Leer un texto no-poético es comprenderlo, apropiarse de su sentido; leer un texto poético es resucitarlo, re-producirlo. Esa re-producción se despliega en la historia, pero se abre hacia un presente que es la abolición de la historia. La poesía que comienza en este fin de siglo que comienza [1972], no comienza realmente. Tampoco vuelve al punto de partida. La poesía que comienza ahora, sin comenzar, busca la intersección de los tiempos, el punto de convergencia. Afirma que entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, la poesía es el presente. La re-producción es una presentación. Tiempo puro: aleteo de la presencia en el momento de su presentación/desaparición», escribió Octavio Paz al final de su ensayo Los hijos del limo, un luminoso estudio de la evolución de la poesía desde el Romanticismo hasta el último tercio del siglo XX (el texto está fechado en Cambridge, Massachussets, en junio de 1972). Complementario de El arco y la lira (1956), al igual que en otros ensayos, pero de forma muy destacada, Paz pone aquí de relieve un punto de vista, no sólo privilegiado, sino imprescindible: es el de quien habla “desde dentro” de la experiencia que describe. Y lo hace además con una precisión que logra unir, como en un verdadero poema, reflexión y emoción, razón y corazón, verdad y gracia. Uno de los grandes valores de la obra de Octavio Paz es que la mayoría de las veces, si no siempre, pone de manifiesto que ante todo es la obra de un poeta.

Vidas para el recuerdo

De izquierda a derecha, Aurora Ríos, Victoriano Campos, Miguel Sánchez, Claudia Parra y Alejandro Ruiz.
Aurora Ríos, Victoriano Campos, Miguel Sánchez, Claudia Parra y Alejandro Ruiz, los protagonistas del relato de Jabois.
Entre las muchas y valiosas crónicas, artículos y reportajes que Manuel Jabois, mi periodista favorito, ha dedicado al coronavirus y sus efectos, destaca esta semblanza de vidas segadas por la peste. Son unas pocas pero elocuentes pistas que, dentro de sus propia, personal e intransferible tristeza, permiten percibir la enorme herida que está abriendo la implacable pandemia. Jabois aplica, junto a su sensibilidad de escritor atento y exigente, el habitual  toque humanístico y suavemente irónico que suele poner en sus trabajo para dejar un retrato vívido, cercano, brillante y profundamente solidario de los trágicos días que vivimos.

Nota personal: figura entre los protagonista del reportaje, Victoriano Campos Morro (el segundo en la fotografía), padre de mi entrañable amigo Antonio Campos, un extremeño recio, industrioso y sensible (el padre), de cuya alegre vitalidad pude disfrutar en los tiempos de Martín Martínez y el Edificio Herrera, durante unos laboriosos años. Fue Antonio, además, quien me dio la pista de un texto que se me había pasado en el papel. Gracias.
 

El Trepa

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Imagen tomada de la red y cuya autoría, título, fecha, ubicación, etc. desconozco. 
He intentado localizar esos datos, pero sin suerte. Se agradece información.
Durante los días de encierro —medita, y sin comillas, el Confinado—, a veces se me viene a la cabeza, y con fuerza tal que se instala delante de mis ojos, la casi proverbial figura del trepa —ella o él— y en algunas de esas oportunidades caigo en la cuenta de que, en ocasiones, he tenido muy cerca de mí a un verdadero trepa —él o ella—, aunque haya tardado en percatarme de esa su verdadera condición. Y es que —conclusión también de los días del confín—, por extraño y hasta contradictorio que pueda parecer, en la naturaleza del trepa —ella, él, incluso ello— hay una indudable facultad rastrera, excavadora, incluso de babosa, de modo que no siempre es fácil advertir maniobras que en realidad son justamente lo opuesto a lo que parecen. Trepar, reptar, tal vez urdir. El trepa —ella, él, ello—, a su modo, también es un artista.
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miércoles, 29 de abril de 2020

Vuelos

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Manuel Sosa: «Brumas crepusculares desde la cumbre de La Maliciosa», 1998.
Óleo sobre lienzo.
Tomado de la web del artista: Manuel Sosa © 1998.
«No es posible —se dijo al despertar— planear lo imprevisto, pero sí es posible planear sobre ello: sobrevolarlo». Y pensó que aquella iba a ser una jornada de fuertes aventuras, tal vez de largas travesías. Que no todos los días se despierta uno halcón peregrino. Ni con unas enormes ganas de leer.
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martes, 28 de abril de 2020

Adiós a Michael Robinson


(Al hilo de los días). Bye, Mr Robinson. Thanks!! (Y sobran las palabras).

Tubular Bells online


(En voz alta). Esta es la grabación de la gran orquesta mundial online a la que me refería en una entrada anterior. Memorable. Por cierto: aunque Altozano es uno de los participantes destacados, la iniciativa, organización y dirección del macroevento es de Pablo Abarca. A cada uno lo suyo.

El dado dadle

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Jaspers Johns: Watchman, 1964. The BROAD, Los Ángeles, California.
Art © Jasper Johns/Licensed by VAGA, New York, NY Rob McKeever.
Al volver sobre sus pasos, vio ante sí aquel anuncio y en su cabeza se dibujaron tres preguntas: ¿La suerte? ¿La duda? ¿La vuelta? Sabía que la respuesta no estaba ya en sus manos. Y se sentó a esperar alguna ayuda. ¿No llegaría nadie?
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lunes, 27 de abril de 2020

Supersonido 8D


(En voz alta y ¡con cascos!). Jaime Altozano no deja de proporcionarnos sorpresas y alegrías. Iba en busca de esa grabación multinstantánea (!) del Tubular bells de Mike “Campoviejo” Oldfield que, al parecer, tanto está dando que hablar, cuando me encontré con esta pedagógica y fascinante explicación del «Sonido en 8 dimensiones» (una grabación de octubre de 2018). No me resisto a compartirla. Y no dejo de pensar en qué resultados no se podrían obtener con esta fantástica tecnología en el terreno de, por ejemplo, la lectura (y, por tanto, la creación) de un poema. Por cosas como estas —entre otras— es por la que menudo a uno no le importaría haber nacido millenial, aunque fuera en la categoría «perroflauta». Que ustedes lo disfruten. Eso sí, es imprescindible contar con unos buenos auriculares o cascos (estos últimos, no necesariamente de cerveza, jaja, aunque todo ayuda). Y después, si eso, ya me cuentan.

«Esperando a los bárbaros»



(En voz alta). Por motivos que pueden ser fácilmente imaginables, este conocido poema de Cavafis me lleva rondando varios días y hoy, buscando el texto para remitírselo a algunos amigos, he dado con esta extraordinaria lectura de José María Pou, en un acto de la Fundación Juan March. La versión es de José María Irigoyen y está muy bien escandida, con un fraseo que tiene toda la elegancia y flexibilidad que asociamos a la voz del gran poeta alejandrino. No desmerecen, sin embargo, las versiones de José María Álvarez (que fue la que algunos aprendimos  de memoria) ni la más reciente de Juan Manuel Macías, que tiende a privilegiar un lenguaje más enraizado en recursos filológicos, más cercano en suma a la lengua “real”. En todo caso: qué bien nos viene la sensibilidad e inteligencia de uno de los poetas a los que más debemos el sentido “moderno” del poema, tal vez como una forma de nuevo clasicismo.

El tonel

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Jean-Léon Gérôme: Diógenes, 1860. Walters Art Museum, Baltimore, Maryland (Estados Unidos)
Al regresar a casa, arruinado y con la noche hecha piltrafas, comprendió el jugador que tenía bien instalada en su naturaleza una razón de ser productora de monstruos. E intuyó entonces que se iba a pasar la existencia entera tratando de domarlos. Ahora, algunas semanas después, había comenzado a soñar con volver a salir del túnel que tenía por casa, tal vez por vida. Pero no encontraba la manera de salir. Ni de despertar.
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domingo, 26 de abril de 2020

Bicho malo...

Un enfermo de coronavirus, atendido en la UCI del Hospital Clínico de Valencia, el pasado 16.
Hospital Clínico de Valencia. Foto: Mónica Torres/El País.
(En voz alta). Con su habitual habilidad narrativa pero también con cierto “nuevo desorden”, Manuel Jabois escribe esta crónica impresionista hecha con retazos de historias diversas, seleccionadas con el olfato de un gran periodista, y dispuestas de modo que consiguen refrescarnos la memoria, en horas como estas en las que a menudo va siendo difícil saber en qué día vivimos. Cómo se agradece —y ahora más que nunca— el buen periodismo. 

El aciago mago vago

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Amedeo Modigliani: El hombre sentado apoyado en un bastón, 1918.
Col. Particular.
Él creía que no iba a poder salir de su asombro. En realidad de lo que no podía librarse era de su sombrero.
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sábado, 25 de abril de 2020

Monóculo de abril



(Al filo de los días). Cuando llega el 25 de abril siempre me acuerdo de los monóculos que, al parecer, recibió en su domicilio el teniente general Gutiérrez Mellado (¿o era Díez Alegría?), con evidentes sugerencias de que fuera valiente e imitara al general Spínola. O al menos eso se dijo. Aunque sería un bulo. Caprichos de la memoria. En todo caso, está claro que el 25 de Abril por estos lares fue sobre todo la envidia de lo que no pudo ser. Además de la alegría por el bien cercano, vista desde detrás de una celosía. Visité Lisboa unos meses después de aquello y era como desembarcar en otro mundo. Ay, Lisboa, maravillosa ciudad blanca, multicolor y antigua, por qué te querremos tanto...

Las carteleras

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Arte callejero: grafitis y señuelos del pop art en torno al cartel de la película The Kid (1921),
de Charles Chaplin.
En aquel tiempo nuestras diversiones eran muy sencillas. Consistían, por ejemplo, en capturar murciélagos que se habían despistado y allí, en el cuenco de piedra de la fuente, frente a las acacias de la plazoleta, obligarles a fumarse un cigarro sin pausa, hasta que se hinchaban, se hinchaban... Y omito lo que los más crueles de la panda podían hacer después. Pero no saquen conclusiones precipitadas porque, en el fondo, éramos muy ingenuos. Fíjense que a menudo la mayor diversión de la tarde consistía en ir paseando pausadamente hasta la plaza a ver las carteleras de los cines del pueblo, justo al lado de la tienda del zapatero artesano, no por nada llamado Mazuecos. La algazara era doble si ese día ponían una de Charlot o del Gordo y el Flaco, nuestros héroes. Mirar las carteleras con suma atención y comentar entre risas los detalles era ya un poco como ir al cine. Además, si la película era de Drácula o de vampiros, nos servía también de expiación. Estamos ¿vivos? de milagro.
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Vitrinas para las carteleras de cine.
Plaza del Reloj, Talavera de la Reina.
Foto tomada del blog de Méndez-Cabeza

viernes, 24 de abril de 2020

Una curiosa alineación

Manolín Bueno, en un partido con el Madrid en 1961.
Manolín Bueno avanza con el balón. Foto EFE.

(Lecturas en voz alta). Alguna vez he hecho alusión acá o acullá a una curiosa alineación de futbolistas que aprendimos de mocitos, junto con la del Bilbao (así le decíamos entonces al Athletic) o la de la España que derrotó a Rusia, y que rezaba así: Tere, Ponte, Braga, Verde; Bueno (o Mira), Manolín; Murillo, Pinto, Losco, Jones, Del Sol. Ha sido grande mi sorpresa cuando hoy, repasando la prensa en papel de la semana, me he encontrado, en El País del lunes pasado, con uno de esos artículos eruditos y melancólicos que Alfredo Relaño dedica a la historia del fútbol centrado en este tema y con gran precisión de detalles. Curiosamente, al buscarlo en Google he visto que también se ha publicado en el diario As, que es desde donde lo enlazo (en el muro de FB). Al fin y al cabo, todo queda en casa. Y la memoria picarona en su sitio.

Et in Reclusio Ego

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Luz confinada del 26.03.2020, a las 08:04. Foto ©️AJR,2020
¿Me creeréis si os digo que ella se empeñaba en decir la última palabra? Me opuse tajantemente y al final creo que he conseguido darle esquinazo. Incluso me he inventado un truco verbal, algo dantesco pero legítimo, para dejar las cartas boca arriba y las cosas en positivo. Tal vez así pueda vencerla en su terreno. Mirada Última: Evito Rehusar Toda Esperanza.
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jueves, 23 de abril de 2020

El Jugador

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Una tirada de dados... Foto de autor desconocido.
Mientras los días de la peste seguían avanzando, implacables, confusos, desasidos, quizás como vagones de un tren privado de su locomotora o, más preciso aún, de un destino concreto para el viaje, a la altura de esta última metáfora —«y ya no hay más que metáforas», se dijo— sintió que se había incorporado al recorrido un nuevo pasajero de indefinido sexo, incluso de aspecto no del todo identificable, pero en el que de inmediato pudo reconocer, además de un olor persistente, el inconfundible espíritu trágico del Jugador, alguien —o tal vez algo— del que sabía que no iba a parar hasta agotar los caminos de la suerte y que no rehuiría la apuesta decisiva ni el último envite del destino. Y, desde el primer momento, comprendió que aquella compañía ya no lo abandonaría durante el resto del viaje.
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miércoles, 22 de abril de 2020

La Madre

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¿Qué hubiera pensado ella de los días de la peste? ¿Cómo los hubiera vivido? ¿Cuáles hubieran sido sus reacciones, sus dichos, sus rezos, sus énfasis? Al cumplirse un nuevo aniversario, con cifras de tres dígitos que ya van teniendo una dimensión no manejable y que, bajo circunstancias por completo inesperadas, parecen introducirlo en otro modo de existencia de la que cada mañana no es fácil hacerse cargo, en tales circunstancias ha recurrido a lo más cercano y evocador que aún conserva de ella: su propia imagen en los ojos de los otros. Y ha sonreído con su mejor sonrisa, que dicen que es la sonrisa de ella, y que ella a su vez decía que le recordaba tanto a la de su propia madre —la abuela Josefa, que él no conoció—, cuando alguien muy cercano, al verlo mandil en ristre y rodeado de sartenes, le ha dicho: «¡Hay que ver cómo te pareces a tu madre!».
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martes, 21 de abril de 2020

Bienvenidos


(En voz alta). Este mediometraje documental dirigido por Javier Fesser es de 2017 y supongo que ya ha tenido cierto recorrido. Pero yo lo desconocía hasta hoy. Y me han seducido y rendido su frescura, ternura y calidad. Un poco largo para los usos instantáneos y nerviosos de estas redes, merece la pena sin embargo que le dediquen su tiempo. No se arrepentirán. De nada.

El invisible (s)

Fotografía de Abelardo Morell.
Uno de los primeros síntomas del retorno a la normalidad —quién lo hubiera creído tan sólo unos días antes— fue la reaparición del Invisible en un rincón de la casa confinada después de meses de haberle perdido la pista. No quise indagar sobre dónde se había metido ni le hice pregunta alguna sobre su aspecto más blanquecino y claramente decolorado, sin duda fruto de haber tomado poco o nada al sol. Me limité a entregarle el papel que le correspondía en la serie en curso y le pedí que lo interpretara con su habitual solvencia. Cosa a la que el Invisible, gran profesional donde los haya, se ha aplicado sin vacilación, ni excusa, ni reticencia ni páseme usted el río ninguno. De hecho, me acaba de brindar, con rigor interpretativo y extraordinaria contención verbal, una de sus mejores intervenciones. A las pruebas me remito. No me digan que no lo ven. Y por eso mismo.
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lunes, 20 de abril de 2020

Arcoíris en Posperidad

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(Al hilo de los días). La Prospe, ayer por la tarde a la hora de los aplausos, desde mi ventana. Nótese el especial brillo de los pasos de cebra, que parecen estar diciéndome: «¡¡Písame!!»

Adagia andante (6)

Formular teorías sobre la poesía es teorizar sobre nuestra posibilidad de conocer el mundo. Y tiene el peso de la gravedad.
¿Y qué decir de la moral del poema? Tal vez nada distinto de lo que pueda decirse de la moral en sí.
Y luego está lo que ocurre con el romanticismo, que es muy a menudo la enfermedad de la poesía. Y más a menudo aún su salvación.
Vivimos —claro, ¿dónde si no?— en la mente.
El poeta debe tener otras habilidades. De ellas depende el acarreo de materiales útiles y hasta imprescindibles para armar el poema. Es muy conveniente, por ejemplo, conocer —y dominar— la minuciosa ciencia de los astilleros: el poema debe ser un barco capaz de navegar en todo tipo de aguas y corrientes.
La poesía está en todo. Todo poema es una recolección. Si bien tal vez sólo podamos recolectar aquello que ya está en nosotros.
En cierto modo —también en modo cierto— todo poema es un autorretrato. Poesía es carácter. Y el poema un destino.
Sentir con la mente, pensar con los sentidos: ambas son transmutaciones esenciales para el poeta. (Un poeta no es otra cosa que un sensible obrero del pensamiento altamente especializado).
Un poema es simplemente un gesto personal, un modo privilegiado de mostrar (¿lucir?) una máscara.
Y al leerlo —cuando de verdad se lee y se lee de verdad—, el poema compromete toda la vida.
La verdad del poema no tiene contraindicaciones. Siempre señala la dirección correcta. Aunque pueda resultar incomprensible.

Alessandro Marcello (1673-1747): Concierto para oboe en re menor (andante y spicatto). Oboe barroco: Alfredo Bernardini. Ensemble Zefiro. Arcana.
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Doña Pandemia y otro

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Lon Chaney, en su papel de payaso en Laugh, Clown, laugh (1928), de Herbet Brenon.
—Vaya, doña Pandemia, ¡al fin la veo!
—Pues ya ve, no sé de qué se extraña.
—Se me hacía raro, con la que está cayendo, no habérmela cruzado todavía...
—Irá usted ciego, que si no...
—No sé. Pero oiga, si me permite...
—Sí, dígame.
—El nombrecito ese suyo...
—¿Qué le pasa a mi nombre?
—Suena un poco raro, antiguo incluso. Y como a enfermedad.
—No sé. Todo depende. En mi pueblo es frecuente. Y a mis amigas les gusta.
—¿Sus amigas?
—Sí, Teódula, Pancracia, Patrocinio y Anselma.
—Seguro que son todas muy simpáticas.
—Gente, más que nada, de fiar.
—¿Y su pueblo de usted...?
—¿Qué le pasa a mi pueblo?
—No, nada. ¿Cómo se llama?
—Pedrosillo del Río Malo. Un buen lugar
—Seguro. ¿No son de ahí los garbanzos esos tan finos a la par que sabrosos?
—Alguno habrá. Pero lo que allí hacemos bueno son sobre todo los botijos de trampa.
—Ah, qué curioso.
—Y las mascarillas de fieltro verde.
—¡No me diga!
—Sí, son las mejores para catar colmenas.
—O sea que tienen ustedes buena miel.
—Superior.
—¿Y de qué pastos?
—Pues mayormente romero y algo de encina. También hay buenos cirios.
—¿Cómo dice?
—La cerería, tampoco se da mal.
—Claro, lo aprovechan todo.
—No están los tiempos para ningún asco.
Y como la gente de aquí tiene esa costumbre...
—¿De qué?
—De morirse. Ya ve.
—Ah, entonces...
—¡Entonces! ¡Ni que fuera usted memo!
—O sea que...
—¡Ande y lárguese de una vez!
—¿Yo? ¡vaya! ¡ya voy!
—¡Menudo estafermo está usted hecho!
—Pues usted no digamos, ¡so lagarta!
—¿Lagarta yo?
—¡Ya le digo!
—¡Habrase visto! ¡A qué le atizo!
—¡Más que Pandemia tenía usted que llamarse Pandemonia!
—¡Yo le atizo!
—Si me pilla...
Y finjen que se pegan escobazos y salen de la pista como aquellos payasos del circo que tanto nos gustaban (aunque a menudo también nos daban miedo).
(Con la actuación especial de “Los Merluzos” disfrazados de payasos)
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domingo, 19 de abril de 2020

Voyou*

La imagen puede contener: gato
 Imagen de autor desconocido, tomada de un anuncio de Agrocampo.
Lo ve todas las mañanas en el balcón de enfrente, encaramado en la barandilla con enorme elegancia y manteniendo una posición de equilibro casi inverosímil. Da la impresión de que no siente ningún miedo a caerse, acaso porque sabe que tiene más oportunidades bien guardadas en su naturaleza y que nada en la vida es comparable a la sensación de poder sentir el espacio gravitando alrededor del cuerpo, mientras uno está instalado en la más completa quietud. La otra noche le pareció verlo merodeando por uno de sus sueños indóciles. Aunque tal vez se confundió y aquellos ojos verticales y prietos como un corredor sin salida probablemente fueran los de Voyou, el gato francés con el que compartió unos meses, tal vez algo más de un año, de su vida. En los días de la peste, estas imágenes van y vienen como a su antojo y a veces él tiene la impresión de que se le quedan mirando.
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Voyou era el nombre del gato de mi amiga bordolesa Mireille Tabouy. 
Tenía mucho carácter y una especie de pajarita blanca en el cuello (el gato, claro). 
Curiosamente, durante el tiempo que conviví con él yo leía con gran entusiasmo 
las obras de Rimbaud, al que algunos de sus amigos también llamaron «Le Voyou». 
Coincidencias.

sábado, 18 de abril de 2020

La Cantinela

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«El caballo del sueño», también conocido como «El sueño del caballo», según gustos.
De autor no localizado.
Sabía que la cantinela se llamaba también cantilena y, en el juguetón intercambio de sílabas, iba pasando por él la mañana sin él pasar por nada, como si ya se hubiera instalado en un lugar sin tiempo y en una hora ubicua, ajeno y enajenado, solícito y litigante, díscolo y loco, rumiador verbívoro, y jaranero y jacarandoso y enjabonado, puro ritmillo asido con hilo de seda, y sin más grave tontuna que la elegante huella del salto de unos caballos en el pecho, un sonido venido de lo hondo, de una calle de guijarros, pero sin peso ya de pasos en los peldaños sordos de la memoria, mientras puede inclinarse a imaginar que aún se está deslizando por los reflejos ópalos del alto barandal, y sin más agobio que el dejarse llevar por las presencias, las turgencias, los voceríos acallados y los lienzos al aire de las horas: «Bagatelas, vaga tela, vagas telas... ¡Vaya tela!». Preso, en fin, del runrún de los días de la peste.
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viernes, 17 de abril de 2020

La Batalla

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Caballo de Troya, grabado alemán de 1875.
«Cuando cualquier virus entra en el cuerpo, se activan dos líneas de defensa del sistema inmune. La primera es innata, la tenemos desde que nacemos y consiste principalmente en macrófagos, células devoradoras que se lanzan a ciegas contra cualquier invasor, lo engullen y lo descuartizan. A la vez se activa la segunda línea de defensa, la adaptativa, que es específica para cada patógeno. En este cuerpo de élite están los anticuerpos, proteínas que han recibido un retrato robot del virus: un fragmento de la secuencia de su genoma llamada antígeno. Cuando encuentran ese fragmento, que puede ser una de las proteínas que recubren al virus, se unen a ella y evitan así que la partícula viral contagie a otra célula e inician el proceso para destruirla», eso decía —y literalmente: gracias Nuño Domínguez— la crónica desde el verdadero campo de batalla: nuestros cuerpos. Ya sabíamos que teníamos dentro la guerra de Troya, pero tal vez nunca antes habíamos sido conscientes de hasta qué punto. Fieles a la memoria de nuestra especie y guiados por la fuerza de nuestros sueños, confiemos en que el combate cese pronto y Eneas, con su hijo de la mano y su anciano padre sobre los hombros, pueda emprender el camino hacia los montes.
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jueves, 16 de abril de 2020

Noticias de Ducasse



(En voz alta). Verdaderamente singulares, incluso mágicas, son las noticias que de cuando en cuando me llegan del Universo LautréamontEsta recensión de poseedores (o poseídos) de (por) los ejemplares de la primera edición de Les Chants de Maldoror tiene, además de las inconfundibles emanaciones del alma bibliófila, cierto sentido de lista de conjurados o nómina de principales invitados a una fiesta que, en estos tiempos de la peste, también cobra un sentido especial. Como concluye el minucioso recuento, «dans bien des cas on ne discernera plus vraiment qui, du livre ou de son propriétaire, est véritablement le possédé». Algo que tal vez pueda decirse de todo buen libro, pero que en este caso tiene algo de aviso que se cumple. Que no en vano el propio Conde, al iniciar su canto, pide al lector una cautela extrema para que (y cito de memoria y traduciendo) estas páginas llenas de veneno no disuelvan su alma como el agua el azúcar. Avisados estamos.

Adiós a Luis Sepúlveda


Luís Sepúlveda, en una foto de El Comercio.
Ha fallecido el escritor chileno Luis Sepúlveda, tras semanas de lucha contra el implacable CoVid-19 y pese al esfuerzo de todo un equipo de valientes, tal como recoge esta información de El Comercio. Que la tierra le sea leve. Gracias por las gaviotas de alma felina y los viejos lectores enamoradizos.

El Gorrilla

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Fotografía de Lee Jeffries, de la serie "Los sin techo".
Al Gorrilla, que tuvo una actuación estelar en la novela aquella del otrora Joven Marías, lo volví a ver sin venir a cuento en uno de esos estados larvarios que provoca el confinamiento de los días de la peste. Iba en mi coche a recoger un pedido al Hipercor del Campo de las Naciones, cuando a la altura de la Clínica de la Universidad de Navarra, en su amplio aparcamiento exterior, lo vi haciéndome aspavientos para que dirigiera el vehículo hacia un lugar determinado. Era tanto su poder de convicción gestual que aminoré la marcha hasta frenar y me dispuse a seguir sus instrucciones. La plaza asignada, entre dos grandes coches negros, no era ni amplia ni cómoda, así que me quedé dudando en medio del carril central, intentado valorar las opciones en lo que parecía un parquin en verdad hasta los topes. Luego seguí avanzado lentamente una decena de metros en busca de otro hueco más amplio. Dubitativo, eché una mirada al espejo retrovisor y entonces lo vi. El Gorrilla venía hacia mí, con su habitual cojera, que remediaba con una especie de extraña cachaba, sonriente y desdentado, muy zalamero de gestos y sin duda orgulloso de lucir en su solapa una insignia en la que alcancé a leer: «Estacionamientos LA PARCA». Como el que tiene una súbita revelación o se recupera de un lapso momentáneo, caí en la cuenta de mi error: yo iba a OTRO sitio. No se me había perdido nada allí. Tras maniobrar con brusquedad y eficacia, logré sortear las interminables filas de coches y, en un abrir y cerrar de ojos, enfilé la salida casi derrapando. Por el espejo aún alcancé a ver al Gorrilla levantando los brazos y blandiendo en uno de ellos, a modo de bastón o garrote, un objeto en el que quise reconocer la curvada, amenazadora y tópica forma inconfundible de una guadaña.
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miércoles, 15 de abril de 2020

El Crítico

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Cercando al enemigo.
«A menudo se emplean las palabras con cierta propensión a la hipérbole o incluso a la histeria —dice el Crítico—. Sin embargo, hay otras veces en las que, no por ser ajustados en su exactitud y reiterativos en el uso, ciertas expresiones alcanzan a dar cuenta de lo que se desea decir. Parece como si esos términos no llegaran a cubrir nunca la extensión de lo que el emisor pretende abarcar». Tragó saliva el Crítico y, sin percatarse de mi juego de ojos demandantes de atención, continuó: «Es más, es en experiencias así cuando uno siente que hay una especie de falla entre el pensamiento y el lenguaje, por más que tengamos claro que uno y otro son más bien una y la misma cosa». Iba a argüirle al Crítico algún reparo respecto a esa identificación de dos estancias interrelacionadas, sí, aunque bien distintas, pero sin darme opción a consumir un turno en lo que él llama, muy pomposo y por completo hipócrita, «el ordenado sucederse de las voces» —menudo es el Crítico cuando se trata de asegurar la coherencia interna del discurso—, me puso por completo de su lado al oírle concluir: «Es lo que pasa ahora con la palabra “héroe”, que se nos queda corta, muy corta, para decir lo que en verdad queremos». Qué razón tiene el Crítico. Aunque entender su parla resulte a menudo más enrevesado que descifrar el recibo de la luz.
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martes, 14 de abril de 2020

Los Mantras

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La cama del sueño dentro del sueño. Foto de autoría no localizada.
En el sueño, que se prolongó más allá del primer despertar, la cosa consistía en transitar un camino de retorno a lo habitual mediante un raro entrenamiento basado en memorizar y repetir fragmentos de oraciones, frases y cantinelas consideradas idóneas para hacer que la normalidad se fuera imponiendo de forma paulatina y a través de una adecuada aclimatación. Acabo de contárselo a mi psicoanalista imaginario y, como él, pese a todo, se toma muy en serio su oficio, ha sido muy preciso en su valoración. «Eso —me ha dicho— es un un ejercicio de alquimia verbal en toda regla. Aunque tiene también algo de truco oficial para sacarse de la manga un mecanismo poco costoso de recuperación del principio de realidad». Me ha preguntado después si podía ponerle algún ejemplo del tipo de expresiones empleadas. Le he dicho que sí, por supuesto, pero al ir a recitárselas he caído en la cuenta de que eran todas improperios, blasfemias, exabruptos soeces e incluso alguna marranada, de modo que he procurado mantenerme en silencio, como no podía ser de otra manera. Y él, como fantasma dócil que es, lo ha dado por bueno. Luego he vuelto a dormirme.
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lunes, 13 de abril de 2020

Adagia andante (5)


El poema es una partitura. Se toca con los nervios.
¿De qué sirve un poema? Tal vez tan sólo sea un medio entre dos fines. O un trozo de tierra tatuada antes de dormir (como dijo Molina). ¿Y un impulso concreto para nombrar también lo que no existe?

No hay nada más ajeno al sentimiento que el sentimentalismo, esa suerte de magia corrompida o simulacro vacuo.
¿Y qué decir de la imaginación? No es pura fantasía. Es el arte supremo de tender puentes. Una ingeniería de altos vuelos.
La creencia, toda creencia, es siempre una ficción. Y no hay mayor ficción que la de tener una creencia. Esto no es un mero juego de palabras.
Tampoco era ilusoria la vieja extrañeza de Ducasse cuando consideró hermoso el encuentro, sobre una mesa de disección, entre una máquina de coser y un paraguas. Ducasse no conocía la máquina de escribir. En realidad, él cosía sus textos. Y los ponía a secar sobre pieles curtidas. Los Cantos de su alter ego, el Conde de Lautréamont, alter ego a su vez del inolvidable Maldoror, son las últimas pieles de bisontes colgadas en el interior de los templos en ruinas que retrataron los pintores románticos.
¿Y qué decir de los primeros principios? ¿Qué de los finales postreros? Tal vez los primeros postreros acabaron siendo lo mismo que los principios finales. (Y esto si que es un juego de palabras).
Escribir poesía es rezar. El poema conoce por sí solo el camino de luz al infinito.

La Laguna

Mayonor Mijangos: Laguna de Lemoa, Santa Cruz de Quiché. Guatemala.
© 2013, Imágenes de Guatemala.
Si estaba ahí dónde se fue.
Estaba ahí si se fue dónde.
Ahí se estaba dónde fue si.
Dónde estaba si se fue ahí.
Sé dónde fue si ahí estaba.
Fue si ahí se estaba dónde.
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domingo, 12 de abril de 2020

La Prensa

El rincón de lector de papel prensa. Foto de autor desconocido.
Cuando pudo recuperar la prensa impresa advirtió con asombro que la sección de necrológicas se había adueñado del resto del diario.

sábado, 11 de abril de 2020

El Ángel Exterminador

La imagen puede contener: una persona, mesa e interior
Al final de El ángel exterminador (1962), la película de Luis Buñuel,
un rebaño de pacíficas ovejas acude al lugar del encierro.
Al terminar de romper la hora, según es su costumbre desde hace al menos ciento quince años, don Luis Buñuel ha dejado su tambor colgado en una nube y regresa al Limbo de los Ateos Gracias a Dios para seguir entreteniendo su eternidad con lo que más le gusta desde siempre: imaginar bromas algo crueles, incluso claramente atroces, para someter a sus amigos y conocidos a situaciones extremas y medir así el grado de tolerancia de la humana naturaleza bajo presión y hostigamiento. En los últimos días, el genial surrealista no hace otra cosa que darle vueltas a una vieja idea y distrae sus horas sin tiempo imaginando qué pasaría si, en vez de un grupo de parejas de la alta sociedad, fuera la humanidad entera la que se viera afectada por el extraño enigma del ángel exterminador, de modo tal que todas las gentes del universo mundo quedaran confinadas en sus propias casas durante un tiempo indeterminado. El ojo saltón del cineasta baturro refulge con fuerza en su nicho celeste mientras valora, con una sonrisa ferozmente angelical, las posibles consecuencias de semejante barrabasada. E incluso está pensando en que esa historia, película, fantasmagoría o, quién sabe, crónica veraz de los días de la peste bien podría titularse «El obsceno encanto del coronavirus». Y su espíritu de implacable artista incombustible vuelve a suspirar por enésima vez.
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viernes, 10 de abril de 2020

El Viernes

Humberto Rivas: Montmajour, 1993. Fotografía, gelatina de plata sobre papel.
Cuando el velo del templo se rasgó, allí ya sólo quedaba el silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio...
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jueves, 9 de abril de 2020

En son de Paz (3)

La imagen puede contener: una persona, primer plano
La mirada de Octavio Paz hacia la realidad, tan irreal, del mundo.
Foto del Archivo del autor.
(En son de Paz, 11) »La carne no es triste: es irreal», escribió Paz en un lúcido ensayo sobre Cernuda, en el que, de paso, contesta a Mallarmé, al famoso verso en que el exigente poeta francés se lamentaba de sufrir un invencible tedio corporal y de haber leído todos los libros. Y tiene, me parece, razón Paz: hay algo en el fondo sensible y hasta sensual de nuestra experiencia que no parece de este mundo. Especialmente, en días como estos. Tiempo extraño, cuyo transcurso confinado vuelve irreal la luz que se refleja en el corredor sin fondo de nuestras conciencias, libres como pájaros que sueñan el vuelo y tal vez el mundo.


La imagen puede contener: Mariano Antolín Rato, sentada e interior
 Paz con el espacio y el tiempo a sus espaldas. Foto de autor no identificado,
publicada en la galería recogida por El Heraldo al dar cuenta de
una exposición sobre Paz y la censura de sus obras en España,
celebrada en Alcalá de Henares a finales de 2015.

(En son de Paz, 12). »El artista verdadero es el que dice “no” incluso cuando dice “sí”», escribió Octavio Paz casi al final del «Aviso» puesto como introducción de «Los privilegios de la vista, II», el tomo 7 de sus «Obras completas. Edición del autor», publicadas por Círculo de Lectores entre 1993 y 1997. Dándole vueltas a la frase, como a una margarita ante la que no fuéramos capaces de arrancar ni una hoja, doy en pensar que ese sea acaso el sino y el destino, no sólo del artista verdadero, sino del ser humano con conciencia que se sabe mortal. Hace dos días (31 de marzo 2020) Paz hubiera cumplido 106 años (la misma edad que mi padre, que era algunos meses más joven). El próximo día 19 de abril se cumplirán 22 años de su muerte. El tiempo es un calendario o una rayuela o una rejilla por cuyas avariciosas rendijas sólo alcanzamos a ver —y si acaso— un poco de luz.
La imagen puede contener: una o varias personas
Octavio Paz con sonriente mirada ensimismada.
Foto de autor no localizado, virada al negro.
(En son de Paz, 13). »Prisionero en la fortaleza que inventan los reflejos lunares de la uña del dedo meñique de una niña, un rey agoniza desde hace un millón de segundos. El microscopio de la fantasía descubre criaturas distintas a las de la ciencia pero no menos reales; aunque esas visiones son nuestras, también son de un tercero: alguien las mira (¿se mira?) a través de nuestra mirada», escribe Octavio Paz en el fragmento 20 de «El mono gramático», en el que describe, o más bien glosa, un misterioso cuadro de Richard Dadd, «The fairy-feller’s masterstroke», obra que alguna vez ya ha comparecido en este muro. En el confinamiento, estas minuciosidades cobran un valor inusitado: nos muestran que hay una realidad dentro de la realidad de la que apenas somos conscientes más que cuando miramos como si nos miraran. Y, una vez advertido, salimos pronto de ahí («¡escapa, escapa!», nos grita alguien, ¿quién?) para evitar el despeñadero de la locura y otros vértigos de pura destrucción. No está nada mal para una tarde de jueves santo.