Lon Chaney, en su papel de payaso en Laugh, Clown, laugh (1928), de Herbet Brenon. |
—Vaya, doña Pandemia, ¡al fin la veo!
—Pues ya ve, no sé de qué se extraña.
—Se me hacía raro, con la que está cayendo, no habérmela cruzado todavía...
—Irá usted ciego, que si no...
—No sé. Pero oiga, si me permite...
—Sí, dígame.
—El nombrecito ese suyo...
—¿Qué le pasa a mi nombre?
—Suena un poco raro, antiguo incluso. Y como a enfermedad.
—No sé. Todo depende. En mi pueblo es frecuente. Y a mis amigas les gusta.
—¿Sus amigas?
—Sí, Teódula, Pancracia, Patrocinio y Anselma.
—Seguro que son todas muy simpáticas.
—Gente, más que nada, de fiar.
—¿Y su pueblo de usted...?
—¿Qué le pasa a mi pueblo?
—No, nada. ¿Cómo se llama?
—Pedrosillo del Río Malo. Un buen lugar
—Seguro. ¿No son de ahí los garbanzos esos tan finos a la par que sabrosos?
—Alguno habrá. Pero lo que allí hacemos bueno son sobre todo los botijos de trampa.
—Ah, qué curioso.
—Y las mascarillas de fieltro verde.
—¡No me diga!
—Sí, son las mejores para catar colmenas.
—O sea que tienen ustedes buena miel.
—Superior.
—¿Y de qué pastos?
—Pues mayormente romero y algo de encina. También hay buenos cirios.
—¿Cómo dice?
—La cerería, tampoco se da mal.
—Claro, lo aprovechan todo.
—No están los tiempos para ningún asco.
Y como la gente de aquí tiene esa costumbre...
—¿De qué?
—De morirse. Ya ve.
—Ah, entonces...
—¡Entonces! ¡Ni que fuera usted memo!
—O sea que...
—¡Ande y lárguese de una vez!
—¿Yo? ¡vaya! ¡ya voy!
—¡Menudo estafermo está usted hecho!
—Pues usted no digamos, ¡so lagarta!
—¿Lagarta yo?
—¡Ya le digo!
—¡Habrase visto! ¡A qué le atizo!
—¡Más que Pandemia tenía usted que llamarse Pandemonia!
—¡Yo le atizo!
—Si me pilla...
Y finjen que se pegan escobazos y salen de la pista como aquellos payasos del circo que tanto nos gustaban (aunque a menudo también nos daban miedo).
—Pues ya ve, no sé de qué se extraña.
—Se me hacía raro, con la que está cayendo, no habérmela cruzado todavía...
—Irá usted ciego, que si no...
—No sé. Pero oiga, si me permite...
—Sí, dígame.
—El nombrecito ese suyo...
—¿Qué le pasa a mi nombre?
—Suena un poco raro, antiguo incluso. Y como a enfermedad.
—No sé. Todo depende. En mi pueblo es frecuente. Y a mis amigas les gusta.
—¿Sus amigas?
—Sí, Teódula, Pancracia, Patrocinio y Anselma.
—Seguro que son todas muy simpáticas.
—Gente, más que nada, de fiar.
—¿Y su pueblo de usted...?
—¿Qué le pasa a mi pueblo?
—No, nada. ¿Cómo se llama?
—Pedrosillo del Río Malo. Un buen lugar
—Seguro. ¿No son de ahí los garbanzos esos tan finos a la par que sabrosos?
—Alguno habrá. Pero lo que allí hacemos bueno son sobre todo los botijos de trampa.
—Ah, qué curioso.
—Y las mascarillas de fieltro verde.
—¡No me diga!
—Sí, son las mejores para catar colmenas.
—O sea que tienen ustedes buena miel.
—Superior.
—¿Y de qué pastos?
—Pues mayormente romero y algo de encina. También hay buenos cirios.
—¿Cómo dice?
—La cerería, tampoco se da mal.
—Claro, lo aprovechan todo.
—No están los tiempos para ningún asco.
Y como la gente de aquí tiene esa costumbre...
—¿De qué?
—De morirse. Ya ve.
—Ah, entonces...
—¡Entonces! ¡Ni que fuera usted memo!
—O sea que...
—¡Ande y lárguese de una vez!
—¿Yo? ¡vaya! ¡ya voy!
—¡Menudo estafermo está usted hecho!
—Pues usted no digamos, ¡so lagarta!
—¿Lagarta yo?
—¡Ya le digo!
—¡Habrase visto! ¡A qué le atizo!
—¡Más que Pandemia tenía usted que llamarse Pandemonia!
—¡Yo le atizo!
—Si me pilla...
Y finjen que se pegan escobazos y salen de la pista como aquellos payasos del circo que tanto nos gustaban (aunque a menudo también nos daban miedo).
(Con la actuación especial de “Los Merluzos” disfrazados de payasos)
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