jueves, 30 de abril de 2020

En son de Paz (4)

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Octavio Paz conversando con Borges y María Kodama,
en uno de sus encuentros. Merece la pena leer este “recuento” de Paz.
(En son de Paz, 14). »Hablamos porque somos / mortales: las palabras / no son signos: son años. / Al decir lo que dicen / los nombres que decimos / dicen tiempo: nos dicen, / somos nombres del tiempo. / Conversar es humano», escribió Octavio Paz en la última estrofa de un poema (“Conversar”) incluido en su libro “Árbol adentro” y concebido —tal vez improvisada: su ágil vuelo así lo indica— como respuesta a un verso leído: “Conversar es divino”, que según el propio Paz señala en nota «figura en un poema del poeta portugués Alberto Lacerda dedicado a Jorge Guillén». Y hecha la precisión y puestas las barras, para que el fraseo del poeta no se pierda en las arenas movedizas de las pantallas, inevitablemente pienso en el luminoso verso de Quevedo que describe la lectura como una vida de «conversación con los difuntos» y asiento al completo carácter humano del instinto de compartir palabras, hasta el punto de que tal vez sea difícil encontrar otra fuerza que nos haga sentir más esa condición. «Por eso se explica —me digo, ya en otra fase del diálogo— tu heredada tendencia a hablar hasta en sueños». Y vuelvo al confín de cada día, inmerso en estas y otras sugerencias, acariciando con mis ojos los libros, las pantallas, los reflejos en la calle, siempre con el deseo vivo —humano, tal vez demasiado humano— de que no tarde en dar señales de vida el interlocutor... o ella.


Paz el autor, el lector, el corrector: un hombre de palabra.
(En son de Paz, 15). »[...] la lengua que hablamos es una realidad no menos decisiva que las ideas que profesamos o que el oficio que ejercemos. Decir lengua es decir civilización: comunidad de valores, símbolos, usos, creencias, visiones, preguntas sobre el pasado, el presente, el porvenir. Al hablar no hablamos únicamente con los que tenemos cerca: hablamos también con los muertos y con los que aún no nacen, con los árboles y las ciudades, los ríos y las ruinas, los animales y las cosas. Hablamos con el mundo animado y con el inanimado, con lo visible y con lo invisible. Hablamos con nosotros mismos. Hablar es convivir, vivir en un mundo que es este mundo y sus trasmundos, este tiempo y los otros: una civilización», escribió y leyó Octavio Paz en su discurso de recepción del Premio Cervantes, tal día como hoy del año 1982. En sus palabras de agradecimiento Paz bosquejó un breve recorrido por su biografía como lector, dio un paseo por el lado americano de la lengua, hizo un elogio y defensa de la libertad y, muy significativamente, cerró sus palabras con una reivindicación de la alegría y la humanidad de Cervantes: «Cada hombre —dijo al final de su discurso— es un ser singular y cada hombre se parece a todos los otros. Cada hombre es único y cada hombre es muchos hombres que él no conoce: el yo plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreír». Quién supiera.

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 Octavio Paz: una sonrisa iluminada desde dentro.
Foto tomada del archivo de la Nobel Foundation.

(En son de Paz, 16). »El tiempo del poema no está fuera de la historia sino dentro de ella: es un texto y es una lectura. Texto y lectura son inseparables y en ellos la historia y la ahistoria, el cambio y la identidad, se unen sin desaparecer. No es una trascendencia, sino una convergencia. Es un tiempo que se repite y que es irrepetible, que transcurre sin transcurrir, un tiempo que vuelve sobre sí mismo. El tiempo de la lectura es un hoy y un aquí: un hoy que sucede en cualquier momento y un aquí que está en cualquier parte. El poema es historia y es aquello que niega la historia en el instante en que la afirma. Leer un texto no-poético es comprenderlo, apropiarse de su sentido; leer un texto poético es resucitarlo, re-producirlo. Esa re-producción se despliega en la historia, pero se abre hacia un presente que es la abolición de la historia. La poesía que comienza en este fin de siglo que comienza [1972], no comienza realmente. Tampoco vuelve al punto de partida. La poesía que comienza ahora, sin comenzar, busca la intersección de los tiempos, el punto de convergencia. Afirma que entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, la poesía es el presente. La re-producción es una presentación. Tiempo puro: aleteo de la presencia en el momento de su presentación/desaparición», escribió Octavio Paz al final de su ensayo Los hijos del limo, un luminoso estudio de la evolución de la poesía desde el Romanticismo hasta el último tercio del siglo XX (el texto está fechado en Cambridge, Massachussets, en junio de 1972). Complementario de El arco y la lira (1956), al igual que en otros ensayos, pero de forma muy destacada, Paz pone aquí de relieve un punto de vista, no sólo privilegiado, sino imprescindible: es el de quien habla “desde dentro” de la experiencia que describe. Y lo hace además con una precisión que logra unir, como en un verdadero poema, reflexión y emoción, razón y corazón, verdad y gracia. Uno de los grandes valores de la obra de Octavio Paz es que la mayoría de las veces, si no siempre, pone de manifiesto que ante todo es la obra de un poeta.

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