«El caballo del sueño», también conocido como «El sueño del caballo», según gustos. De autor no localizado.
Sabía que la cantinela se llamaba también cantilena y, en el juguetón intercambio de sílabas, iba pasando por él la mañana sin él pasar por nada, como si ya se hubiera instalado en un lugar sin tiempo y en una hora ubicua, ajeno y enajenado, solícito y litigante, díscolo y loco, rumiador verbívoro, y jaranero y jacarandoso y enjabonado, puro ritmillo asido con hilo de seda, y sin más grave tontuna que la elegante huella del salto de unos caballos en el pecho, un sonido venido de lo hondo, de una calle de guijarros, pero sin peso ya de pasos en los peldaños sordos de la memoria, mientras puede inclinarse a imaginar que aún se está deslizando por los reflejos ópalos del alto barandal, y sin más agobio que el dejarse llevar por las presencias, las turgencias, los voceríos acallados y los lienzos al aire de las horas: «Bagatelas, vaga tela, vagas telas... ¡Vaya tela!». Preso, en fin, del runrún de los días de la peste.
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