Mujer caminando por el bosque nocturno con lámpara. Foto: ©️ Kirill Ryzhov. |
Soñé que a mi espalda había vuelto “el pequeño carcaj” que una vez tuve y, como andaba por una zona apestosa e infestada de todo tipo de criaturas malignas, no tenía más remedio que cargar una y otra vez mi arco y disparar sin pausa en cualquier dirección. Era tanta la fatiga y tan seguidos los sobresaltos, que me desperté varias veces en diferentes parajes, como el que rueda de sueño en sueño, de pesadilla en pesadilla, metido en un interminable túnel del terror. O quizás confinado a bordo del mismo tren donde el poeta vio la sombra y la figura de la mujer con una alcuza en la mano. Por fin pude llegar a una especie de ensenada junto a un gran lago y sobre el que una enorme cascada, como la que contemplé en el parque croata de Plitvice, vertía sin cesar un agua densa y pastosa cuyas gruesas gotas se iban convirtiendo en una lluvia de píxeles semejante a la que puede verse en el comienzo de Matrix, la película. Me había quedado sin flechas pero tampoco parecía haber más enemigos, así que por fin pude descansar en un sueño sin nada, blanco y candeal como el alma de un niño. Acabo de despertarme y ha sido muy grande mi sorpresa al advertir que tengo clavada, justamente bajo la tetilla izquierda, una diminuta saeta dorada junto a una aún más diminuta mancha que tiene todo la pinta de ser una gota seca de sangre🩸.
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