Esta semana llega a las pantallas españolas La carretera (The Road), basada en la novela que algunos críticos consideran la obra maestra de su autor, el estadounidense (Providence, Rhode Island, 1933) Cormac McCarthy. No sé si lo es. Probablemente sí. La leí en la edición del Círculo de Lectores (en traducción de Luis Murillo) hará un par de años y me pareció una narración extraordinaria, escrita con un estilo desnudo, contenido, a veces casi esquemático, pero de gran precisión poética.
La imagen de un padre y su hijo que avanzan por una carretera empujando un carrito de supermercado, en el que portan todas sus posesiones, a través de un ceniciento territorio devastado, es por sí sola una metáfora poderosa, capaz de ofrecer una visión tan desolada como creíble del futuro de nuestro planeta. De ella se van prendiendo escenas muy bien definidas y articuladas, en algunos casos de cariz terrorífico y no pocas veces de gran originalidad. Es la descripción de un mundo hostil, gélido y salvaje, de ambiente mitad apocalíptico mitad prehistórico, sometido a incontables peligros y en el que la supervivencia no siempre parece algo deseable. La narración fluye hacia un final que, además de producir cierta conmoción, abre diversas perspectivas e invita a reflexionar. Y a releer.
Las descripciones, armadas con frases de sencilla apariencia, ponen de manifiesto una sutil carpintería literaria y alcanzan un gran valor poético: no sólo retratan con precisión los objetos, las escenas, los paisajes, también consiguen que estén presentes en el texto emociones que no han sido nombradas. Los diálogos, uno de los grandes aciertos formales de la obra, son escuetos, precisos, afilados, y hacen avanzar la acción con gran eficacia.
¿Logrará estar la película a la altura? Las comparaciones, aunque tediosas, serán inevitables. Si bien la «materia visual» suministrada por las palabras de McCarthy es de gran riqueza (la evocación del Conrad de El corazón de las tinieblas puede resultar pertinente), no parece tarea fácil encontrar un lenguaje cinematográfico capaz de traducir la intensidad poética que el relato posee. El precedente del buen trabajo que hicieron los Cohen a partir de la anterior obra de McCarthy, No es país para viejos (con la inolvidable interpretación de Javier Bardem), permite albergar esperanzas. Aunque el reto tal vez sea ahora mucho mayor.
Como otras veces ante casos similares, lo mejor será olvidarse del punto de partida (o ponerlo entre paréntesis) y dejarse seducir por el propio camino que la película recorra, naturalmente deseando que el viaje merezca la pena. Ya veremos.
Imágenes: Cubierta de la novela (Círculo de Lectores, 2007) y cartel de la película.
6 comentarios:
Estoy de acuerdo en cuanto a que el reto de trasladar "La carretera" al lenguaje cinematográfico es mayor que en el caso de "No es país para viejos". La verdad es que aguardo con impaciencia el estreno de la película, pero al mismo tiempo me intranquiliza la sensación de un inminente desastre, como ya pasó con "Todos los caballos bellos", convertida en una empalagosa tarta por Billy Bob Thorton. Resulta tranquilizante la presencia del fascinante Viggo Mortensen (más que un gran actor, una presencia fílmica como las de antes), pero no sé si será suficiente. Ya veremos.
Por cierto, para 2011 está previsto el rodaje de "Meridiano de sangre", otra gran novela (brutal, poética y mágica) de McCarthy, que al parecer llevará a la pantalla Todd Field, el director de aquella joya, austera y cruel, que era "En la habitación" (2001). Otro reto.
Ya tendremos ocasión de comentar, me parece que se estrena este viernes y también estoy deseoso de verla (el tráiler promete). No he leído "Meridiano...", pero lo haré. Gracias, una vez más, por tus pistas, siempre tan valiosas.
Después de leer tu magnífica entrada me han entrado muchas ganas, tanto de leer el libro, como de ver la película.
Un abrazo, Alfredo.
Cristal, el libro me parece absolutamente recomendable (copié al final de la entrada un fragmento, pero en el trajín de los servidores no sé que pudo ocurrir que se volatilizó). Y en cuanto a la película, ya veremos. Otro abrazo.
La oportunidad de tu post, que tantas expectativas abre de cara al estreno de la película, me ha hecho también hojear al azar la novela, intentando recuperar la fascinación experimentada durante su primera lectura. Al margen de la desolada belleza de su prosa, hay dos aspectos que me resultan especialmente interesantes. Por una parte, la sencilla visión del mundo que tiene el chico, que le hace dividir a los seres humanos en dos grandes grupos: los malos (los que podrían matarlo y comérselo) y los buenos, aquellos que no comen carne humana. Cuando miro a la gente (amigos, comunicadores, políticos, indios de la reserva...) intento clasificarlos en uno u otro grupo, y a veces obtengo resultados perturbadores (aunque escasamente científicos, ya que de momento en esta cuestión no cabe el empirismo). A la hora de valorar a una persona, más que sus ideales, su ideología o sus gustos, tendríamos que saber si llegado el momento sería capaz de matarnos y comernos.
El segundo aspecto se centra en la verdadera motivación que permite al hombre seguir su camino entre tanta desolación: ¿es realmente el amor a su hijo lo que hace tolerable tanto esfuerzo o es el propio instinto de conservación el que utiliza la coartada del hijo como estímulo para avanzar por la carretera? En otras palabras, si hablamos de amor ¿quién ama más al hijo, el padre o la madre?
Interesantes reflexiones, querido Navajo. Ese maniqueísmo o dilema cerrado entre presuntos caníbales y no, a la hora de enfocar a nuestros prójimos, es probable que esté inscrito en el código genético de la especie. Y es, además, uno de los rasgos, junto con el frío, que fundamentan el aroma prehistórico de la obra que mencionaba en el post. Respecto a la aplicación personal clasificatoria que haces de ese instinto, creo que aún cabe una tercera posibilidad y acaso más peliaguda: la de aquellos que, sin matarnos, serían capaces de comernos (en vida), y de hecho lo hacen.
Sobre el segundo aspecto, no sabría contestar a la pregunta. Se me ocurre pensar, improvisando (aunque no tanto), que el (invento del) amor es, en el fondo, la forma más alta en que se manifiesta el instinto de conservación del ser humano (una curiosa errata me ha llevado a escribir «conversación» en vez de «conservación»: no me desagrada); pero quizás sea un idealismo poco fundamentado, aunque el "amor constante más allá de la muerte" de Quevedo, por ejemplo, viene a sostener lo mismo.
Un lujo sus rastreos, amigo.
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