Cuando el niño era niño (habla el que escribe) podía quedarse a vivir toda una tarde en la viñeta de un tebeo. Recuerdo, por ejemplo, aquella serie de Tamar, nunca de nuevo vista (salvo en la red) y por ello agigantada en la memoria, ya puro mito. Eran historias de un personaje claramente inspirado en Tarzán de los Monos y por tanto ambientadas en la selva. A todas luces, una variante pobre y autóctona del personaje de Edgar Rice Burroughs.
Las viñetas de Tamar recreaban parajes de la jungla, una maraña de lianas, plantas trepadoras, arbustos espinosos y animales salvajes. Pese a que los dibujos (excepto en la portada) eran en blanco y negro, las sugerencias de un escenario exótico y la sed de aventuras bastaban para disparar la imaginación, y cada pequeño recuadro cobraba vida y se transformaba en un escenario tan real al menos como la misteriosa alameda que se extendía entre el confín de la ciudad y el río, nuestro espacio predilecto para los juegos, incluidos los prohibidos, de la tarde del jueves.
El otro día en el cine, cuando la película Avatar enfilaba el final, y la heroína del mundo amenazado consentía la máxima cercanía al intruso perplejo, detrás de mi gafas tridimensionales sentí una sensación muy parecida: uno se podría quedar a vivir en ese mundo recreado con tal minuciosidad que más que resultarnos hiperreal parece que estuviera dentro de nosotros. La impresión se reforzó verbalmente cuando la muchacha pandórica pronunció las que tal vez sean las palabras clave de la película (no en vano ocupan un lugar destacado en la banda sonora): «Te veo, te veo» (I see you, I see you).
Las palabras de Naytiri, la heroína de los Na’vi, aluden a la revelación del conocimiento, puede que también al poder transformante del amor. Pero como el 3D de momento no permite distinguir ortografías, en mi interior resonaron como un «tebeo, tebeo» de clara evocación, punto crucial en el que caí en la cuenta de que quien estaba allí sentado, asombrado por tanto despliegue técnico, no se diferenciaba esencialmente del niño que algunos años atrás soñaba entre viñetas…
No sé si Avatar está llamada a convertirse en un hito del arte cinematográfico, con un papel similar al que en su momento desempeñaron 2001, la saga de Star Wars, Blade Runner o Matrix, por citar ejemplos destacados de filmes que marcaron, en diversas décadas y en variados sentidos, una raya en el agua de algunos géneros del arte visual por excelencia.
Mi primera impresión, tras contemplar la versión en 3D (que aquí sí que es una opción más que recomendable), es que se trata de un prodigioso tebeo dibujado con un despliegue técnico hasta ahora inédito (al menos en su complejidad: qué lejos queda aquel The Dark Crystal que en 1982 ya mezclaba actores de carne y hueso y dibujo animado), y cuya principal aportación es la de mostrarnos (quizás enseñarnos), mediante un relato mágico, en apariencia sencillo e incluso predecible, un nuevo modo no sólo de mirar sino de ver.
Curiosamente, esa originalidad del filme, hecha posible merced a avances técnicos de una refinadísima elaboración y síntesis, desde el punto de vista temático es también una fusión de motivos recurrentes, incluso con citas más o menos explícitas de obras precedentes (y no sólo fílmicas, sino del imaginario cultural colectivo), puesta al servicio de una historia que reflexiona de forma épica sobre la relación de los humanos con la naturaleza. Parece clara la intención primordial de poner el acento en los desastres derivados del uso puramente mercantil de los recursos naturales, en lo que sin duda puede considerarse un alegato ecologista. O, si se quiere, en lo profundamente equivocado del camino seguido por la civilización humana en sus tratos con la naturaleza.
Precisamente, la forma tan sofisticada, artificiosa, pero también osadamente artística, en que es recreada la naturaleza, concebida como un inmensa red de vida consciente aquí (el Árbol Madre) y más allá del más allá (el Árbol de las Almas), alcanza su mayor poder en la medida en que de continuo nos invita (casi nos obliga) a hacer un esfuerzo visual para profundizar en una reflexión que nos lleve hacia el espacio interior de la conciencia y así percatarnos de que es en ella, desde ella, donde únicamente puede surgir el impulso decisivo capaz de hacer posible que los avatares de la historia humana encuentren el camino hacia una vida más plena y más justa. En este sentido, la película es un algo ingenuo pero muy consciente recuerdo de que es preciso restaurar o reinventar un modo diferente de estar en el mundo.
La principal pega, a mi juicio, es que la historia, además de ser previsible, se demora gratuitamente [o no tanto: hay un público, quizás el principal destinatario comercial de la obra, que ha crecido a golpe de videojuegos; yo me quedé en los espejos cortantes y las pócimas del Príncipe de Persia] y se empeña en rizar el rizo de su ingeniería de efectos especiales hasta agotar, no sólo todo resquicio funcional de sus máquinas clónicas, sino la paciencia del que mira. Bastante antes de que llegue el final, la atención apenas puede permanecer fija en la pantalla y el espectador se entretiene contemplando el espectáculo del patio de butacas hasta advertir (¡no estamos solos!) que tras los lentes coloridos puede que haya algunas lágrimas no precisamente de emoción. Hay llantos que son también fruto de la fatiga o una forma de bostezo.
En resumidas cuentas, he de agradecerle a esta película que me haya dado pie para recuperar (o reforzar) cierta autoestima nacida de la comprobación de que mi cerebro aún mantiene la facultad de imaginar que suele atribuirse a la mente infantil. También la constatación de que los niños pueden contentarse con muy poco, sobre todo si viene envuelto en una inacabable exhibición de fuegos artificiales.
E igualmente, como corolario ya un poco ajeno pero no desdeñable a la obra en sí, Avatar nos aporta la sorpresa de ver los efectos que el producto provoca en otras mentes: ese curioso, rico, polémico e hiperbólico rastro que la última película de Cameron, a golpe de taquilla, va dejando por el mundo. Ejemplos extremos de ellos serían, por un lado, los problemas de adición que al parecer la película, como una droga, está causando. Y por otro, la sugerencia de que entre Avatar y la poesía de Góngora puede que haya algunos “pasadizos”, como con frescura y buena prosa sostiene Vicente Luis Mora en su original lectura.
Debe de ser cierto lo que el bien informado y agudo crítico sostiene porque durante las últimas noches he empezado a ver con otros ojos los prodigiosos laberintos verbales del poeta cordobés. Ay, don Luis, patrono bajo cuya discreta advocación se puede penetrar a cualquier hora en este Albergue, quién nos lo iba a decir. Siento que en el aire comienzan a tomar cuerpo los impulsos renovados de otro 27. Total, sólo faltan poco más de tres lustros. Y seguro que hasta entonces habrá (ojalá) muchos nuevos avatares favorables antes de que nos veamos abocados a la definitiva desencarnación.
Avatar es de luz con sombra un río / «por lo bello agradable y por lo vario [...]: / derecho corre mientras no provoca / los mismos altos el de sus cristales; / huye un trecho de sí y se alcanza luego; / desvíase, y buscando sus desvíos, / errores dulces, dulces desvaríos / hacen sus aguas con prestado fuego;/ engazando afluentes en su plata, / de selvas coronado se dilata / majestuosamente...»
(L. de G. Soledades, I, 490; 204-212).
Cartel de Avatar. Imagen de Tamar tomada de Todocolección
8 comentarios:
Sentado en el secarral de la reserva, mirando hacia un desierto siempre desnudo pero lleno de imágenes insólitas, este navajo se encuentra más perplejo que nunca. He mirado “Avatar”, la gran magia del hombre blanco, y no he visto nada.
Entiendo que la película sea un éxito de taquilla, porque ofrece a la gente un guiso que la gente quiere, con los ingredientes justos y un manejo de la dosificación que ni el mismo Ferran Adrià. Tiene héroes, villanos, guerras, sacrificio, drama, amor, exotismo... ¡Hasta tiene ecologismo! Tiene también un presupuesto que produce mareos, miles de horas de trabajo técnico y la sabia mano de Cameron, que ya demostró hace muchos años que no tiene nada que envidiar a Spielberg o Lucas en cuanto a fabricar un filme molón y de éxito seguro. Pero este navajo ya no ve nada más en “Avatar”. Incluso veo menos que en otros filmes de Cameron, mucho más entretenidos. Porque también hay que decir que las posaderas del navajo empezaron a dar la nota a la hora y media de película (¡por no hablar de los bizqueantes ojos!), y el dolor de trasero guarda una relación estrecha con el aburrimiento que produce un filme.
No creo que “Avatar” vaya a marcar una línea divisoria en el cine; quizá hará más profunda la brecha que cada vez más separa las películas de gran presupuesto, diseñadas para romper la taquilla durante uno o dos fines de semana, del resto de la producción cinematográfica. Una brecha que se aprecia también entre las pequeñas multisalas urbanas y los masificados cines de los centros comerciales suburbiales.
En 1953 se rodó “Los crímenes del museo de cera”, una de las primeras películas en 3D, y medio siglo después siguen siendo necesarias las horribles gafitas bicolor; los videojuegos de última generación ya tienen una resolución gráfica asombrosa, y los Pitufos son azules desde 1958. Lo siento, pero yo “no veo”.
Todavía no he visto la película y no sé si me decidiré a verla.
Me tiran para atrás las grandes superproducciones como los Betsellers.
El análisis crítico que has realizado sobre ella me parece muy interesante.
A lo mejor me animo a verla.
Un abrazo.
Gracias, amigo Navajo, por tu valiosa aportación. Aunque discrepemos en las valoraciones, no creo que estemos demasiado lejos en los puntos clave. A mí Avatar me hizo sentirme, en cierto modo al menos (es lo que he tratado de explicar), niño de nuevo. Y de esa emoción, sin duda ingenua pero tal cual, surge mi aprecio por ciertos aspectos de una película que sobre todo (como apuntaba) me parece una magnífica sesión de fuegos de artificio (que, por cierto, de niño me gustaban, pero ya no) y en cuyo "mensaje", aunque simplista, me parece que hay aspectos valiosos. La moda ecologista da pie sin duda para muchos disparates, pero el pensamiento ecologista (si es que a esta expresión no se le aplica la misma ley "oximorónica" que burlonamente se endosaba a aquella cabecera del viejo periodismo, «El pensamiento navarro») me parece que ha introducido asuntos de verdadero calado e importancia en el debate social. En todo caso, bienvenida sean la discrepancia y la claridad y brillantez con que la expones. Un saludo cordial.
Gracias, Cristal, eres muy amable. «Verla o no verla», peliaguda cuestión. No sabría aconsejarte. Pero si vas a verla, me encantará conocer tu opinión. Empiezo a comprobar, por cierto, que hay como una brecha generacional en cuanto a la apreciación de la película: todavía no he oído a ninguna persona menor de 30 años (o en esa línea) nada, o casi nada, que no sean elogios; y también son contados los mayores de 40 y tantos o más a los que he oído (o leído) hablar con entusiasmo. Un saludo, amiga.
"Quedarse a vivir toda una tarde en la viñeta de un tebeo..."
Como con Iván Zulueta en El arrebato.
Leo todo lo que publicas,te sigo.
Un abrazo
Efectivamente, Moder, esa era la referencia precisa; para ser más exactos: era el personaje interpretado por Will More (en quien no es difícil ver un "alter ego" de Zulueta) quien lo decía. Por alguna pantalla de esta Posada está colgado el vídeo. Veo que no sólo me sigues (¡gracias y viceversa!) sino que lo haces con extraordinaria atención. Otro abrazo.
Estoy en la duda de verla o no. Demasiados efectos especiales me cansan. Recuerdo que En La guerra de las galaxias salí a fumar un cigarrillo ( aún se podía hacer en aquellos años). Lo mejor de tus críticas es que ofreces la cara a y b de las películas y lo argumentas bien. Creo que va a poder más mi curiosidad.
Gracias por el enlace con el blog de Vicente Mora. Es soprendente ess pasadizo que establece con Góngora. Y los versos que tú seleccionas también. Sí, solo he visto unas imagenes de la película, pero conecto: sensualidad, sinestesia. Una razón para ver la película y releer algunos versos de Góngora.
Un abrazo.
Shandy, te diría lo mismo que le dije a Cristal (unos días atrás y unos peldaños más arriba en este "papiro" electrónico), insistiendo, por tu interés, en la posibilidad de la perspectiva gongorina: si la ves, ya nos dirás. Bicos.
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