miércoles, 20 de octubre de 2021

LAS COSAS DE NOSTRA (5)

LA DIATRIBA DEL PROFETA CONTRA LA POR ÉL LLAMADA «PLÉTORA DE IMÁGENES DE NUESTROS DÍAS» Y SUS DIFICULTADES PARA LLEVAR A BUEN PUERTO Y SENTIDO EL PARLAMENTO AL LADO MISMO DEL AUDITORIO NACIONAL



Asomado, como dije, a la Plaza de Rodolfo y Ernesto Halfter, justo enfrente al Auditorio Nacional de Música, pero girado un poco hacia el edificio de la NWG, cuyo frontispicio esta decorado con grandes placas escultóricas que representan a algunas musas, he aquí lo que predicó Nostra ante un público tan escaso que de hecho sólo estaba integrado por mí mismo y un hombre de indefinida edad (o sea, un viejales) cuyo perro, un mestizo Yorkshire, campaba a sus anchas y al albur de sus esfínteres sobre la hierba de los parterres.

Y dijo el profeta: «Puede que todo lo que se pueda ver aquí haya sido retratado en innumerables ocasiones, en estos tiempos en que una buena porción de lo visible se fotografía decenas de miles de veces, incluso millones, y cuando los dioses de la modernidad, en su mayoría grandes deportistas y todos ellos héroes del espectáculo, han conseguido colonizar nuestras mirada y el rincón de los reflejos miméticos hasta extremos que nunca logró divinidad alguna del pasado, ni en ningún panteón, y eso y esto y aquello, todo junto, hasta hacer de nuestras vidas una sucesión de gestos automáticos cuya única explicación es que el movimiento, una vez iniciado, tiene que proseguir y proseguir, que es en lo que mayormente se demuestra el carácter peculiar del movimiento, una vez que se inicia e iníciase una vez peculiar y su carácter, no sé si me explico, por la razón de que el movimiento sólo admite la explicación de unos mismos automáticos gestos de sucesión en una vida que como la nuestra llega a hacer que ocurra lo que sólo y ni siquiera algunas divinidades… o sus miméticos reflejos… los del rincón… nuestras miradas…»
Tras balbucear con creciente desconcierto estas últimas palabra, su voz se fue volviendo ininteligible y, ya visiblemente alterado, Nostra dio un respingo (me pareció escucharle el inicio de un “mecagüentó lo que se menea”, que ya le tengo oído alguna que otra vez), se acercó a su público —es decir, a mí, porque el viejales ya se había largado— y, con ese gesto de cándida nobleza que también le he visto otras veces, me dijo: «Creo que me he liado un poco, pero el mensaje está bien claro». No dije nada. Él me puso una mano sobre el hombro, como si me diera la alternativa, y musitó: «Es que este sitio impone mucho, chaval. No hace ni un año que vi salir por esa puerta al mismísimo Bob Dylan». Y mirándome como hubiera podido hacerlo Moisés con las piedras de la ley en la mano, se dio media vuelta y se fue.
(LUN, 952 ~ Las cosas de Nostra)

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