Estampa popular de San Isidro Labrador, patrón de Madrid y protector de las tareas agrícolas.
Dice la voz anónima del romance apócrifo que aquel año el Santo Labrador, algo flojo de voluntad y más bien vago de carácter, yacía tumbado en su jergón con el claro gesto del que ha decidido dimitir de todas sus funciones. «Anda, María, que tú tiés más cabeza —le dice a la mujer tumbada a su lado—. Baja a la pradera y diles que ya, si eso, a otraño...». «¡Pero qué dices, so mendrugo! —le espeta ella—. ¿No ves que es ahora cuando más te necesitan? ¡Ya estás unciendo los bueyes y pa’bajo!». «¡Mecagüen la leche!, ¿pa’ que quiés que vaya! ¡Si non va a haber nadies...!». El labrador parecía decidido a seguir en sus trece, pero el filo de la mirada cónyuge fue suficiente para convencerlo de que no había más opción que obedecer. Así que de un salto abandonó el catre, se embutió las calzas y el jubón más nuevos, preparó en un suspiro de ángel los aperos y, al frente de sus bestias bien uncidas, puso rumbo al Manzanares y hacia las demás riberas en cuyas amenas praderías y tierras de labor se implora y venera con ancestral devoción al santo precursor de la reforma agraria. Si os fijáis bien, con un poco de paciencia, queridos niños, ahora que la ciudad tiene buenos los aires, incluso podréis ver el brillo de la reja de su arado entre las nubes... O en la Nube, que es donde ocurren ya todos los milagros.
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