Entre el mercado de la muy popular plaza del Fontán, en Vetusta, y la antigua parada de autobuses para Lugones, al final de la calle Bermúdez de Castro y ya cerca de Campo de los Reyes, debe de haber un trayecto de al menos 2 kilómetros. Los recorro ahora a lomos de Google Map y busco los surcos de su resonancia en mi disco duro del año 62 o 63, cuando el niño que yo era acaba de romper por descuido una botella de agua al ir a llenarla en la fuente del mercado. Y por miedo, vergüenza, apuro, timidez, cobardía, o tal vez y más probablemente, por pura inocencia culpable —esa cruz—, ese rapaz o “guaje” es incapaz de regresar al puesto de venta de su tío el Buhonero, donde se encarga de ayudar en los recados y se alegra cuando le dejan despachar a algún cliente. De modo que, sin apenas pensarlo, como el que pone pies en polvorosa (una frase de cuyo significado ni entonces ni ahora he estado muy seguro), ha emprendido el azaroso regreso a casa, en la citada Bermúdez de Castro, sin decir nada nadie y preso en todo momento de una pura turbación. El ojo cenital de Google permite hoy recorrer palmo palmo casi cualquier camino y sería fácil ir desmenuzando este y aquel rincón y sacarle brillo a cada hilo del ovillo de la memoria, pero se imponen la brevedad de los días huidizos, la lógica imperante del fragmento y el escollo de la escasa atención sostenida. Así que acabaré diciendo que, dada mi parca capacidad de orientación, me sigue resultando inexplicable cómo pude haber recorrido ese camino sin perderme y, por lo que recuerdo, sin una sola duda en las bifurcaciones. Tal vez lo del ángel de la guarda no sea sólo un cuento de madres angustiadas ni ese a veces turbador y algo empañado espejo de nuestra conciencia.
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