El pequeño John John Kennedy ante el féretro con los restos de su padre (25.XI.1963). |
En uno de esos desahogos orales que el teléfono de siempre aún hace posible, él comentaba con un su amigo cómo había estado marcada la su vida —y en especial el origen de una cierta conciencia de la realidad— por grandes noticias de muertes importantes entre las que destacaban muy por encima de todas las demás las del papa Roncalli Juan XXIII llamado «el papa bueno» y casi más todavía el conocido por todos como «magnicidio de Dallas» en el que fue asesinado de forma brutal y «espectacular» el presidente John Fitzgerald Kennedy, nombre que desde entonces él siempre ha procurado pronunciar de la su forma completa como el que reza la oración consabida o recuerda un refrán. Pues bien: de los muchos registros icónicos que su memoria guarda de este último suceso e incluso de los ambos dos él considera que el su más vivo emblema es la imagen del pequeño John John único hijo varón de la víctima vestido con unos pantaloncillos cortos e imitando con la su gracia el saludo militar ante el féretro de su padre solemnemente cubierto con la bandera americana y rodeado de soldados rindiéndole honores. Y también da en pensar que si una de las características de la sociedad de masas, al menos tal como la conocimos bajo el espejo omnipresente y generador de realidad de la televisión, es la multiplicidad de los ritos y las ceremonias de identificación que pone a nuestro alcance, no es descabellado suponer que debe de ser indudable que los derivados de esas imágenes estuvieran entre los más tempranos y decisivos, sin duda también porque la tragedia de Dallas fue, para nosotros, el inicio de una saga interminable de muertes, desgracias, escándalos y «crueldades del destino» que parece no tener fin y cuyos devenires superan tanto las viejas tragedias familiares narradas en los mitos y otros textos literarios clásicos como los sucesos legendarios de reinos malditos y de ciertas historias de la muy maleada “materia de Bretaña” incluido el trasiego brutal en el reino de Camelot y otras series que no quiere ni puede ni se atreve a recordar ahora, mientras cae la tarde y va declinando la memoria aun sin pausa pero ya silbando con el sonido agudo y en círculos concéntricos que parece salirle por la boca al cántaro que en la fuente se llena y no tardará en desbordarse.
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