lunes, 25 de mayo de 2020

Adagia andante (10)

La poesía es la médula espinal de la literatura.
El poema a menudo cesa (o se interrumpe) y siempre está empezando. Su tiempo es el de la eternidad del instante.

Mucho más importante que buscar la originalidad es no perder el instinto del origen.
Y el instinto de muerte. No se olvide.
Aprender a vivir en el poema. A respirar con él. A qué él respire a través de nosotros. Alma: pneuma.
No hay que perder nunca de vista la parte invisible.
Saber navegar en tierra firme.
Examinar con sumo cuidado la naturaleza de las metáforas. La dimensión profunda de su realidad. Su condición de primer significado.
Ese espacio que se abre en la conciencia del poeta cuando el poema le muestra la existencia de lo inesperado.
Todo está en manos del azar. Sólo podemos trabajar con ellas.
La poesía, ese desorden.
Muchas veces es el romanticismo —o lo que se conoce como tal— poco más que una capa de pintura.
La poesía es siempre un fogonazo. Aunque a veces se tarde mucho en recibirlo.
Y es literal: «El ojo ve menos de lo que la lengua dice. La lengua dice menos de lo que la mente piensa». (WS: 161)
La poesía es la realidad. No tiene otro motivo.
Vivimos desde el interior. Pero no es posible vivir solo dentro de él.
La ciencia de la poesía. Y conocer sus límites.
El poeta es también un filósofo. El filósofo confía en el poeta, aunque le vete la entrada a la academia. Lugar al que el poeta no desea entrar. Solo airearlo.
No hay fibra pura en el poema. Ni esencia sólo. Todo en él importa. «La descripción es un elemento, como el aire o el agua». (WS, 166)
La escritura del poema es una experiencia. La lectura también. Otra. Nunca la misma.
Un poema puede ser cualquier cosa. Pero no cualquier cosa puede ser un poema.
La poesía es algo sustancial a (y de) la condición humana.
La razón crece en la naturaleza. No es ajena a las demás especies.
¿Qué decir de la vida? Ella se dice.
También florece la imaginación.
El mundo siempre nos llega a través de las formas.
Poesía es comunión. Muchas veces, en busca de comunicación.
Y suele haber algunos brillos que quedan en el aire: «El poeta llega a las palabras como la naturaleza a los tallos secos». (WS, 175)
Las palabras engendran melodía.
No es preciso subrayar lo que las palabras ya ponen de relieve. Pero si es preciso poner de relieve el verdadero grosor de las palabras.
En el horizonte de los mejores poemas siempre aparece alguna forma de felicidad. No hay otro modo. Y hasta puede que eso sea la auténtica tragedia.
Y no olvides, amigo, elevar tu oración al dios mendigo.

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