Giovanni Domenico Tiepolo: El charlatán, 1754-1755. Louvre, París. |
Con la llegada del buen tiempo solían venir más a menudo a la plazuela los charlatanes. Bajaban la puerta trasera de su camionetilla y, a grito pelado, comenzaban el prolijo pregón de sus mercancías: mantas, vestidos y otras ropas, cachivaches de cocina, artilugios de curiosa utilidad, artefactos nunca vistos, productos extraños. Yo me quedaba embobado escuchando sus argumentos, las retahílas persuasivas, los golpes de efectos encaminados a convencer a los vecinos que nos habíamos ido reuniendo de que nuestra vida hasta entonces poco menos que carecía de sentido y que aquella compra garantizaba la felicidad eterna. Me quedé, sin embargo, con las ganas de ver en acción a algún vendedor del famoso crecepelo, un clásico del gremio sobre cuya facundia contaban maravillas. Pero me tuve que contentar con contemplar sus habilidades en alguna película del Oeste. Aún lo hago.
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