Marc Chagall: Gólgota, 1912. MoMA, NY. |
Por más vueltas que le daba, no podía recordar la razón por la que una vez, y ya para siempre, relacionó la hora crucial de la tarde del Viernes Santo con el canto intermitente, como de chicharras a deshora, brotando de los escuálidos setos de boj que se extendían junto al gran estanque ante la fachada meridional del monasterio.
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