viernes, 11 de marzo de 2022

Sobre Piedad & Adagia andante


No sin un poco de rubor y con mucho orgullo (a qué negarlo) comparto esta generosa lectura que firma José Julio Sevilla Bonilla, buen amigo, además de —ocasión como esta al margen— extraordinario lector y excelente profesor de literatura, ya de retirada pero con larga huella. Gracias, José Julio. Habrá que mojarlo.

Conocí a Alfredo J Ramos hace más de 40 años, durante el servicio militar en tierras albacetenses. En aquellas fechas leí su primera obra publicada, Esquinas del destierro, accésit del Premio Adonais en 1975. Para este humilde aprendiz, cuyo bagaje poético se reducía a un puñado de entusiastas lecturas, aquella obra mostraba una insólita madurez para alguien con apenas 20 años, capaz, a su vez, de crear un lenguaje personal tan reconocible. Vino después El sol de medianoche, Premio de Poesía de Castilla-La Mancha. Alfredo, hombre modesto donde la haya, ha seguido desarrollando su labor editorial a lo largo de toda su vida, atento a las novedades, ciertas y fingidas, del mundo literario. Para sus admiradores, conocedores de su inmensa cultura y su buen hacer editorial (formó parte del Consejo de Redacción de la mítica colección Aula Abierta, de Salvat, que tanto ayudó a la divulgación de temas clave en las décadas de los 80 y 90, y ha trabajado con las editoriales más prestigiosas del país) esta obra, Piedad-Adagia andante, publicada por la editorial Amargord, constituye una estupenda noticia. A quienes seguimos en las redes sociales y en su blog (letraclara.blogspot.com
) sus incursiones diarias en la poesía, sus reflexiones y pinceladas sobre los tiempos actuales, no nos sorprende la hondura de los textos que le dan vida.
Piedad.. presenta dos partes, aparentemente diferenciadas: la primera se articula a partir de la memoria como eje vertebrador de sus reflexiones ("Me encamino a través de la memoria/hacia el instante/en que son convocadas/las fuerzas de la tierra, el aire, el mar, el fuego/ y el soplo del espíritu"). En esa memoria caben la nostalgia y la fascinación infantil ante la presencia de una imaginería religiosa inquietante ("El cuarto del terror/era el confesionario/aunque a veces también pudiera ser/el desván de los juegos"). Atento al conocimiento de la metáfora, que crea con elegancia y profundidad maravillosas ("Por las tardes/la luz se desprende de sus hojas menores/y se queda con el tronco desnudo...") Alfredo participa también de la búsqueda de la síntesis del lenguaje poético y consigue destilar perlas como ésta: "Una gota de agua/en cuyo centro/anida/la tormenta". Queda, por supuesto, realizar un análisis que dé cuenta de tantos buenos poemas, ejemplarmente construidos a partir de un conocimiento del ritmo poético fuera de toda duda. Baste señalar que si hay algo que la poesía deba asumir como labor inexcusable podemos encontrarlo entre estas páginas luminosas. Un ejercicio que merece la pena realizar. Versos como estos lo exigen: "A veces sobreviene/un ligero descenso de la nube/y todo lo que era claro e/incluso lo que ardía/queda envuelto en un aire/de irrealidad tan fuerte/que se vuelve dudosa hasta/la vida".
La segunda parte, Adagia andante, homenaje particular a los Aforismos de Wallace Stevens, es un conjunto de sentencias sobre la poesía que constituye una gozosa catarata que me gustaría comentar en otro momento, consciente de la necesidad de transitar esa aventura maravillosa. No se lo pierdan. Poesía necesaria. Disfrute sin fin y sin medida.

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