(Al filo de los días). Como un secreto casi perdido en la memoria, tal vez como uno de aquellos tesoros que de niños inventábamos con tan sólo poner un poco de papel de plata debajo de un trozo de cristal para cubrirlo luego con tierra, así resuena en algún rincón muy íntimo la canción con la que alguna vez mi madre me enseñó a nombrar los dedos de la mano en gallego, una de esas retahílas básicas que tienen todas las lenguas, que nunca se olvidan y que, si bien se mira, son a modo de brújulas mágicas que nos permiten navegar por muy diversos mares.
Este é o dedo meniño,
este é o seu padriño,
este é o pai de todos,
este é o furabolos
e este, o matapiollos.
Toda una lección, por otro lado, de usos y costumbres, a partir de la cual aún podemos acercarnos a aspectos muy curiosos de nuestra historia.
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