Intérpretes de oboe pícolo, en una página de las Cantigas de Santa María (siglo XIII). |
—¡A las buenas tardes!
—Tardes sí que son.
—Habrá usted comido.
—No exactamente.
—Ah, claro: la Cuaresma.
—No, ya sabe usted…
—Cada vez menos.
—… que tengo bula.
—¡Pues sí que es usted antiguo!
—Tradicional sólo.
—E irónico, presumo.
—Se intenta, claro está.
—¿Y entonces podemos decir o no que son buenas?
—¿Las tardes? ¡Qué remedio!
—¿Con qué fin?
—Hay que ser constructivos.
—Y que lo diga. Y arrostrar la marea.
—Me gusta su espíritu marinero.
—Es sólo un ejercicio de cordura.
—Ya lo creo. Hay que ver cómo se ha puesto todo.
—Lo dice por los rusos.
—Bueno, más que nada por los ucranianos.
—Qué tristeza.
—La bestia humana otra vez al galope.
—Es que no escarmentamos.
—Ya se sabe: la sombra de Caín es la de un burro.
—De su quijada, en concreto.
—Talmente.
—El hueso asesino.
—Cuando la herramienta se convierte en arma.
—Y se arma la de Dios.
—Al este del Edén.
—Y al Este de Europa.
—Raptos de locura
—Delirios imperiosos.
—Siempre hay un caballo loco que montar.
—Por eso lo digo: el caballo aquel de Gil y Tal.
—Imperioso, en efecto.
—Menuda historia, la saga marbellí.
—De letra pequeña. La de ahora, acongoja.
—¡Ya lo creo! Fíjese si no en lo de la central nuclear.
—Hay que haber perdido hasta el oremus.
—Y todo atisbo de projimidad.
—Vuelve el terror demoledor.
—Y eso que parecía agua pasada.
—Siempre hubo hijos de Putin.
—Y tanto.
—Me recuerda también la historia del músico incendiario…
—¿Un tal Nerón tal vez?
—No, no. Un oboísta, no un lirista.
—Delicioso instrumento.
—¿El oboe? Ya lo creo
—De sonoridad penetrante…
—Y mordente…
—… y algo nasal.
—Sí, veo que estamos en sintonía.
—Wikipédicos, más que nada.
—¿Conoce la historia del oboísta egoísta?
—Eso suena a farsa.
—Bueno, es pura invención.
—¿Con copyright?
—Aún no, pero…
—Me barrunto que me la está colando.
—No descarte usted nada.
—¡Eh, oiga!
—No, no. Era broma.
—Bueno, y ese horrible ripio…
—¿Cuál de ellos?
—El del egoísta.
—Ah, el oboísta. Es un cuento con moraleja.
—Ya, una patrañera de ricos con ínfulas.
—Ja, ja. No deja pasar ni una. Pero no.
—¿Entonces?
—Érase una orquesta en la que el oboe solista…
—O sea, el oboísta.
—Yes. El oboísta era un intérprete muy pagado de sí mismo.
—“Artistas: narcisistas”, ya se sabe.
—Este exigía que todas las partituras elegidas fueran aquellas…
—… en las que el oboe…
—… tuviera un papel protagonista.
—Egoísta, por tanto.
—Fue el caso que, una vez acabado el repertorio…
—Barroco, mayormente.
—En efecto. Tras eso, no se le ocurrió otra cosa que…
—A ver, a ver…
—… modificar las nuevas selecciones musicales y transcribirlas todas para oboe.
—¡Qué locura!
—¿Se imagina cómo acabó la historia?
—No, cuente, cuente.
—Pues en un motín.
—¿Rebelión en la orquesta?
—Así fue: toda la sección de cuerdas y el resto de los vientos se conjuraron…
—¿Y qué obtuvieron?
—Consiguieron que el oboísta fuera deportado.
—No me diga dónde.
—¿No quiere saberlo?
—Ya me lo imagino…
—Y eso…
—Hombre que con tantas conversas merlucinas, ya le voy calando.
—Ja, ja, va de suyo.
—Sus ocurrencias, más bien.
—Así que sabe…
—… que el artista del oboe…
—… fue deportado…
—¡¡A las Islas Feroe!!
—¡Asombroso!
—Mas bien de cajón.
—Jaja, le ahorro la rima.
—Le veo venir.
—Pues ya me iba.
—Pues agur
—Chao.
—¡Bacalao!
—¡Es usted incorregible!
—Merluzo no más…
(LUN, 816 ~ El retorno de los Merluzos)
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