lunes, 8 de junio de 2020

Las avispas

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Manolo Quejido: El barrendero, 1986. Col. Particular (?).
El escenario del viejo teatro permanece vacío durante un buen rato. Al levantase el telón vemos a un barrendero que está recogiendo del suelo las hojas de lo que seguramente, durante la noche, habrá sido un vendaval. Cuando llega al centro de la escena se detiene, se limpia el sudor y, apoyado sobre la escoba y mirando con fijeza al público, declama:
El pensar fundamental
digo yo que no es lo mismo
ni siquiera
que el rastro del animal
que olisquea en el abismo
una bandera.
Se agacha y, de entre las hojas amontonadas, saca los jirones de lo que parece ser una enseña de colores. La guarda en su cubo portátil y, mientras sigue andando, se le oye canturrear:
Y, dispuesto a dejar huella
como un rastro bien visible
en el paisaje,
siembra bilis y querella
con furor de incombustible
viejo ultraje.
Al llegar al final del proscenio, el barrendero asciende con sus herramientas por una pequeña rampa que lo vuelve a situar en medio de la escena, pero ahora a metro y medio del suelo. Desde allí, y mirando nuevamente al público, dice:
No se engañe nadie, infiero,
pensando que se detiene
su estulticia:
es un enemigo fiero
con esa tirria que tiene
y su avaricia.
Al concluir, mira hacia el cielo y extiende una mano como quien comprueba si llueve. Cae el telón. La escena permanece en silencio durante unos minutos. Se oye un raro zumbido que poco a poco, pero de forma perceptible, va creciendo. Y un poco después se oyen los truenos y se ven los relámpagos de un tormenta. Apertura de plano. La cámara sobrevuela el patio de butacas, vacío, aunque en algunos asientos se ven maniquíes y grandes figuras recortadas. En un rincón de la pantalla, mientras la tormenta arrecia, puede leerse la palabra
FIN
...

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