jueves, 11 de junio de 2020

En son de Paz (8)

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Octavio Paz retratado por Jonn Leffmann.
(En son de Paz, 22). En «Apariencia desnuda», un amplio ensayo sobre la obra de Marcel Duchamp considerado como una de las más perspicaces aproximaciones a la obra del gran “dinamitador” del arte moderno (publicado en 1973), Octavio Paz escribe: «El antecedente directo de Duchamp no está en la pintura sino en la poesía: Mallarmé. La obra gemela del Gran Vidrio es ‘Un coup de dés’. No es extraño: a pesar de lo que piensan los engreídos críticos de la pintura, casi siempre la poesía se adelanta y prefigura las formas que adoptarán más tarde las otras artes. La moderna beatería que rodea a la pintura y que a veces nos impide ‘verla’, no es sino idolatría por el objeto, adoración por una cosa mágica que podemos palpar y que, como las otras cosas, puede venderse y comprarse. Es la sublimación de la cosa en una civilización dedicada a producir y consumir cosas. Duchamp no padece esta ceguera supersticiosa y ha subrayado con frecuencia el origen ‘verbal’, esto es: poético, de su obra. Frente a Mallarmé no puede ser más explícito: “Una gran figura. El arte moderno debería volver a la dirección trazada por Mallarmé: ser una expresión intelectual y no meramente animal...” El parecido entre ambos artistas no proviene de que los dos muestren preocupaciones intelectuales en sus obras sino en su radicalismo: uno es el poeta y el otro el pintor de la Idea. Los dos se enfrentan a la misma dificultad: en el mundo moderno no hay ideas sino crítica. Pero ninguno de los dos se refugia en el escepticismo o en la negación. Para el poeta, el azar absorbe al absurdo; es un disparo hacia el absoluto y que, en sus cambios y combinaciones, manifiesta o proyecta al absoluto mismo. Es ese número en perpetuo movimiento que rueda desde el principio hasta el fin del poema y que se resuelve en quizá-una-constelación, inacabable ‘cuenta total en formación’. El papel que desempeña el azar en el universo de Mallarmé, lo asume el humor, la meta-ironía, en el de Duchamp. El tema del cuadro y el del poema es la crítica, la Idea que sin cesar se destruye a sí misma y sin cesar se renueva».. (fin de la cita).


Son, ya digo, palabras de 1973. ¿Qué vigencia tienen hoy, cuando la obra de Duchamp tal vez haya perdido buena parte del carácter rompedor, “tocapelotas”, que un día tuvo —aunque haya dejado una estela de imitaciones a cuál más osada hasta llegar al literal empaquetado de “mierda de artista”— y cuando la “tirada” de Mallarmé acaso ya ha sido dilapidada en los casinos de la poesía sin más riesgo que el de la comprensión o el baile frenético? No es fácil responder a ninguna pregunta sobre la actualidad de una obra que, con toda su no agotada fuerza, parece de otro tiempo. De una era en la que aún parecía posible unir mundos y recomponer fragmentos, y la capacidad de atención permitía mantener un criterio sostenido por un impulso duradero de lucidez. No es simple nostalgia de otro mundo. Es tal vez la constatación de que es este otro mundo el que, cada vez de modo más palmario, se nos vuelve intransitable.
Por lo demás, sirva el texto de Paz para subrayar otro aspecto de su poliédrica personalidad creativa: es uno de los autores no especializados que con mayor profundidad y amplitud de miras intelectuales ha contemplado y reflexionados sobre la pintura y las artes del cada vez más remoto sigo XX.

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