martes, 30 de junio de 2020
HaiKu/HaiKo
(HaiKu, 1)
Meditaciones
de abolición del tacto:
pajas mentales.
(HaiKu, 2)
En un lugar
de la Mancha de cuyo
nombre no quiero...
(HaiKu, 3)
Joven o viejo,
siempre tendrás Cien años
de soledad.
(HaiKu, 4)
En busca del
tiempo perdido corre
Proust, don Marcel.
(HaiKu, 5)
Hablar con Borges:
un jardín de senderos
que se bifurcan.
(HaiKu, 6)
Enciende Valle
—maravillosa lámpara—
Luces de Bohemia.
(HaiKu, 7)
Paz para el mundo
mientras giran las horas:
Piedra de sol.
(HaiKu, 8 😎 )
Sender o «La aventura
equinoccial de Lope
de Aguirre» (Y Herzog).
(HaiKu, 9)
Lezama lima,
con su lengua barroca,
el Paradiso.
(HaiKu, 10)
En la Rayuela
Cortázar se la juega:
fama o Cronopio.
(HaiKu, 11)
Duda Unamuno
con Sentimiento trágico
de la otra vida.
(HaiKu, 12)
Benet avisa:
«Volverás a Región»,
aunque no vayas.
(HaiKu 13: CjC)
Genio y figura,
no cela don Camilo
su sigla fálica.
(HaiKu, 14)
Viento en la patria
de Juan Carlos Onetti:
¡Santa María!
(HaiKu 15: Bloomsday 2020)Regresa Ulises
desde Troya a Dublín:
Molly lo espera.
(HaiKu, 16)Calles de Tánger,
Mohamed Chukri invita:
«El pan desnudo»
(o «El pan a secas»).
(HaiKu, 17)
¿Aún no han leído
a José Gorostiza?:
«Muerte sin fin».
(HaiKu, 18)
Maldoror nombra
a Isidore Ducasse conde
de Lautréamont.
(HaiKu, 19)
Comala: Juan
Rulfo ve a Pedro Páramo
y el llano en llamas.
(HaiKu, 20)
Terrores góticos:
siempre regresa Melmoth
El Errabundo.
(HaiKu 21)
Voy a la Escuela,
con Miguel Espinosa,
de mandarines.
(HaiKu 22)
Deià a la vista:
Robert Graves y «Yo, Claudio»,
un guiri guay.
(HaiKu 23)
Desde El Corbacho
nos riñe el Arcipreste
de Talavera.
(HaiKu 24)
Entre naufragios,
Rafael Sánchez Ferlosio:
buceo y vuelo.
(HaiKu 25)
Con Don Julián,
Juan –hoy tú solo– explora
Reinos de taifas.
(HaiKu 26)
Ay, Henry, Henry,
la carne de tus Trópicos
qué lejos queda...
(HaiKu 27)
Con Annaïs
Nin pasé entre las sábanas
días febriles.
(HaiKu 28)
De Alejandría
nos sedujo el cuarteto
de Lawrence Durrell.
(HaiKu 29)
Últimas tardes,
Juan Marsé, con Teresa
y el Pijoaparte.
(HaiKu y 30)
«Y de Quevedo...
{rumia el censor corchete}
¿qué es lo que vedo?»
La lista
Jasper Johns: Fool’s House, 1961-62, óleo sobre lienzo con escoba (escultura), toalla, marco y taza. Col. particular. © Jasper Johns / VAGA, New York / DACS, London 2017. |
Como ya andaba de retirada, consultó en el manuscrito las diferentes anotaciones condenadas a quedarse en el tintero, quién sabe si a la espera de otra oportunidad. Eran muy numerosas y algunas casi tenían fuerza por sí mismas, sin más requerimientos. Pero sintió especial ternura por las criaturas que figuraban en una lista llamada «Los Olvidados» y me pidió que le permitiera siquiera mencionarlas para librarlas del destino al que les parecía condenar su nombre. No pude por menos que acceder, aunque esta hipocresía suya de fingir que me pide permiso ya me cansa un poco: como si no supiéramos quién manda de verdad aquí. En todo caso, que conste que en esa larga lista aparecen, sin orden aparente, las mulas (y otras ganaderías), el rulo de piedra, las latas de membrillo, la tabla de lavar, las máquinas flipper, el hombre-bala y otras figuras del circo, el tren de carbonilla, los carros de ruedas sonorosas, las chapas y sus mil usos (carreristas, cortinas, collares, cintos), la troje con sus juegos prohibidos y su olor acre, la fauna doméstica (aves, conejos, gatos y un pavo por Navidad), el armario del hielo, las resistencias para calentar agua (en el internado), los casetes (y Las casetes de McMacarra), las filminas (más tarde también llamadas transparencias), los carbones voltaicos de las máquinas de cine, las monturas, las bolas de nieve y los muñecos con nariz de zanahoria, el zootropo, los discos de pizarra y los de plástico, los tebeos de Tamar, las pinturas Alpino, el chocolate Dulcinea, la boina de la OJE con su chapa plateada (de alguno de sus hermanos), la radio Telefunken, el minifutbolín, el lenguaje de las campanas, la perilla de la luz, las mantecadas de Astorga, los Juegos Reunidos, la conchas (vieiras) utilizadas de cenicero, las papas de millo, el cuarto de las ollas, el sacristán pederasta, los oficios de monaguillo y los juegos de decir misa, las misiones y sus cruces, el cajista (impresor), el ciego de las coplas, el escribano (calígrafo), la kioskera gorda, los libros-tebeo, la trenza de la abuela, su misal, la botella de anís, el vino quinado, el patín de rodamientos, el jabón casero, la plancha de carbón, el carrito de los helados, las viejas pulperías, el pozo, los billares, las pistolas de pinzas con balines de semillas... y, por fin, inolvidable, el inocente corderillo Lucero al que él alimentaba con hierba fresca recolectada en la Alameda y del que una mala tarde, al volver del colegio, supo —aunque le mintieran— que había sido sacrificado. «Sólo por él —me dice— merece la pena enunciar estos nombres contra el olvido».
...
lunes, 29 de junio de 2020
Adagia andante ( y 15)
La realidad se construye socialmente (dijo Riesman), pero solo es posible vivirla y hacerse cargo de ella de manera individual.
La realidad, las realidades.
El suelo de la realidad es la lengua.
Y el cielo de la boca.
Y el cielo de la boca.
Todo camina en pos de la fusión. Dios es el mundo.
El mundo ya está fijado con claridad en los antiguos dioses: no hay nada más poderoso que los mitos clásicos. Incluidos los monoteístas.
Los mitos son las fuentes, la fuente: de ellos nacen, brotan, todas las metáforas.
La metáfora es el arpa de hierba del poeta, su liana en la selva de los signos, un rayo capaz de conquistar el cielo.
Oh metáfora, yo te saludo.
Como todo en el vida y sus caminos, también la naturaleza de la metáfora admite gradación.
Pero no es posible avanzar sólo con metáforas. Debajo de cada metáfora siempre hay una gota de sangre. O de ámbar.
«La poesía descubre la relación de los hombres con los hechos» (WS, 278).
La imaginación es poder.
Y a todo esto, por la gracia del dios, lo llamamos arte.
En medio de ese mar nos sentimos libres.
Aunque no triunfemos, habremos cantado.
Vieja sabiduría: no desear más de lo que se tiene. Una riqueza verdadera: tener lo que se necesita.
En cualquier caso, no dejarse vencer por la oscuridad.
Intentarlo de nuevo.
Y de nuevo intentarlo.
(Madrid, a 19 de mayo de 2020. En el confín).
Falsos movimientos
Rembrandt: Autorretrato dibujando junto a una ventana, 1648. Aguafuerte. |
Desde que se enteró de que muy probablemente todos tenemos un doble —a él le gustaba repetir la expresión alemana: doppelgänger—se pasaba las noches de claro en turbio, frente al tablero, devanando sesos e hilos, por ver si se le ocurría dónde encontrarlo. Llego un momento en que ya no fue capaz de pensar en otra cosa. Un día descubrió que había perdido la sombra. Otro se percató de que no se reflejaba en los espejos. Lo que notó una noche al tocarse la cara, tras quitarse la mascarilla, no le gustó nada. De modo que no tuvo más remedio que cambiar de táctica y principiar de nuevo la búsqueda a partir de lo más simple. «La vida es un duro aprendizaje —dijo una voz—: empieza con la llegada y acaba con la partida». Sería él, el otro.
...
domingo, 28 de junio de 2020
Merluzos: la Despedida
Bernard Buffet: Payaso Blanco (izquierda), 1997; y Payaso con margarita, 1978.
—Buenas noches.
—Noche buena.
—¿No se adelanta usted un poco?
—Es que vengo a despedirme.
—Ah, si es por eso.
—Por eso es.
—¿Se va?
—Sí, bueno, nos vamos...
—Ustedes, ¿quiénes?
—¿Cómo que quiénes? ¡Nosotros!
—Ah, nosotros. Quiere decir...
—Sí, eso mismo.
—Ya. Y se puede saber...
—¿... a dónde vamos?
—Eso también, pero antes...
—Antes, ¿qué?
—¿Que por qué tenemos que irnos?
—Es lo que hay.
—Y más a más...
—Ah, no sabía...
—¿Qué?
—Que fuera usted polaco.
—No soy polaco.
—Bueno, catalán, ya me entiende.
—No soy catalán.
—¿Entonces...?
—No, ni entonces, ni ahora.
—Pero eso que dice...
—Todo se pega.
—Claro, tanta murga.
—No sé por qué me tengo que ir yo con usted...
—Pues usted sabrá.
—¡Usted es el que dijo que nos vamos!
—Sí, eso dije.
—¿Y por qué?
—Ah, bueno. Cumplo órdenes.
—¿De quién?
—Incógnita. Soy un mero transmisor.
—¿No será usted un bot de esos?
—Que yo sepa...
—¡Tiene gracia!
—¿El qué?
—Que en el fondo todos seamos ya bots.
—Bots llenos de bits.
—¿Bots o botes?
—¡Eso tiene rima!
—Me la perdone usted.
—¿Y qué me dará a cambio?
—No sé, ¿la hora?
—La hora es un tesoro.
—Ah, el tesoro... de la juventud.
—¡Hermosa obra!
—Grandes recuerdos.
—¡Qué lejos queda!
—Vamos, que se hace tarde.
—La cosa está que arde.
—Los fuegos fatuos.
—¡Oiga, sin insultar!
—No se amohíne, amigo.
—¿Pero qué dice?
—Ya ha comenzado el tiempo de descuento.
—Eso es muy relativo.
—O sea que depende.
—Sí.
—¿Y de qué depende?
—De lo que se tarde en darle vuelta al reloj.
—Querrá decir darle cuerda.
—Es un reloj de arena.
—Ah, en ese caso, no atrasará.
—No, pero se escurre.
—Si usted lo dice...
—Es lo que hay.
—¿Vamos, pues?
—Sí, vamos.
—Adiós
—Agur.
—Adeus.
—¡Chao!
Y salen. O mejor: se pierden, como entes ausentes de ficción, entre las nieblas del fondo de la página y al sur de la pantalla, tal vez hacia la nada. Nadie es perfecto.
—Noche buena.
—¿No se adelanta usted un poco?
—Es que vengo a despedirme.
—Ah, si es por eso.
—Por eso es.
—¿Se va?
—Sí, bueno, nos vamos...
—Ustedes, ¿quiénes?
—¿Cómo que quiénes? ¡Nosotros!
—Ah, nosotros. Quiere decir...
—Sí, eso mismo.
—Ya. Y se puede saber...
—¿... a dónde vamos?
—Eso también, pero antes...
—Antes, ¿qué?
—¿Que por qué tenemos que irnos?
—Es lo que hay.
—Y más a más...
—Ah, no sabía...
—¿Qué?
—Que fuera usted polaco.
—No soy polaco.
—Bueno, catalán, ya me entiende.
—No soy catalán.
—¿Entonces...?
—No, ni entonces, ni ahora.
—Pero eso que dice...
—Todo se pega.
—Claro, tanta murga.
—No sé por qué me tengo que ir yo con usted...
—Pues usted sabrá.
—¡Usted es el que dijo que nos vamos!
—Sí, eso dije.
—¿Y por qué?
—Ah, bueno. Cumplo órdenes.
—¿De quién?
—Incógnita. Soy un mero transmisor.
—¿No será usted un bot de esos?
—Que yo sepa...
—¡Tiene gracia!
—¿El qué?
—Que en el fondo todos seamos ya bots.
—Bots llenos de bits.
—¿Bots o botes?
—¡Eso tiene rima!
—Me la perdone usted.
—¿Y qué me dará a cambio?
—No sé, ¿la hora?
—La hora es un tesoro.
—Ah, el tesoro... de la juventud.
—¡Hermosa obra!
—Grandes recuerdos.
—¡Qué lejos queda!
—Vamos, que se hace tarde.
—La cosa está que arde.
—Los fuegos fatuos.
—¡Oiga, sin insultar!
—No se amohíne, amigo.
—¿Pero qué dice?
—Ya ha comenzado el tiempo de descuento.
—Eso es muy relativo.
—O sea que depende.
—Sí.
—¿Y de qué depende?
—De lo que se tarde en darle vuelta al reloj.
—Querrá decir darle cuerda.
—Es un reloj de arena.
—Ah, en ese caso, no atrasará.
—No, pero se escurre.
—Si usted lo dice...
—Es lo que hay.
—¿Vamos, pues?
—Sí, vamos.
—Adiós
—Agur.
—Adeus.
—¡Chao!
Y salen. O mejor: se pierden, como entes ausentes de ficción, entre las nieblas del fondo de la página y al sur de la pantalla, tal vez hacia la nada. Nadie es perfecto.
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sábado, 27 de junio de 2020
Hierros (4 x 4)
Hans Ruedi Giger: Work #217 ELP I, cubierta principal del LP Brain Salad Surgery (1973), de Emerson, Lake & Palmer.* |
A R I O
R U G I
I G U R
O I R A
*
Miquel de Palol utilizó este misma imagen para ilustrar
la cubierta de su novela Ígur Neblí» (Anagrama, 1994),
protagonizada por un singular caballero.
*
Miquel de Palol utilizó este misma imagen para ilustrar
la cubierta de su novela Ígur Neblí» (Anagrama, 1994),
protagonizada por un singular caballero.
viernes, 26 de junio de 2020
Fantasmas (último)
J. M. W. Turner: Ovidio desterrado de Roma, 1838 |
El último fantasma de la serie, quizás porque pensó que ya no iba a ser invocado, se extravió en su errancia y, finalmente, entró en mi casa y se quedó adormilado en un rincón. Cuando me desperté en medio de una pesadilla y fui a la cocina a por un vaso de agua, me tropecé con él. Creo que se aterrorizó más que yo y salió huyendo. Abrid bien los ojos si camináis a oscuras, pues es tan despistado que no me extrañaría nada que se os cruzara en cualquier momento. Y os juro que es horrible.
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jueves, 25 de junio de 2020
En son de Paz (10)
(En son de Paz, 24). La intensidad de la escritura de Octavio Paz es a veces apabullante. Hay en su conciencia de artista un manejo tan ágil de claves, tradiciones, nombres, obras y culturas que no es fácil, en ocasiones, seguirle en sus periplos sin recurrir al menudeo de la consulta, a la inevitable —hoy, por fortuna asequible, al menos si se aborda con urgencia wikipédica— nota a pie de página. Menos mal que Paz nunca pierde la cortesía con el lector y, por lo común, sus erudiciones están envueltas en un prosa flexible, de gran elegancia, pero también chispeante y casi siempre cargada de poética precisión. En algunos momentos fragmentarios, o entre líneas, aunque en esto Paz fue un escritor fiel al talante de Ducasse —«no dejaré memorias»—, asoma el memorialista y la evocación de una escena o un suceso se imponen con plena conciencia y transparente brillantez. Lo mejor que puede hacer entonces el lector-mediador es retirarse y dejar que se escuche la voz del autor.
Y dice Paz: »»Entre todas estas imágenes de Alberti retengo la de una tarde de 1937, en Madrid. Me veo paseando con él por la Castellana: al llegar a la Fuente de Neptuno, torcemos hacia la izquierda, subimos por unas calles empinadas y nos internamos lentamente por los senderos de El Retiro. Me asombra el cielo pálido, plateado; el sol ilumina con una luz final, casi fría, los troncos, los follajes y las fachadas; apenas si hay gente en el parque; sopla ya el viento insidioso de la sierra. Oigo el rumor de nuestros pasos pisando los hojarasca amarilla y rojeante del otoño precoz. Rafael habla de la transparencia del aire y del humo de los incendios, de los árboles ofendidos y de las casas caídas, de la guerra y sus desgarraduras, de Cádiz y sus espectros. A su lado salta Niebla, su perro. Alberti se detiene y, mirando al perro, me dice unos versos que ha escrito hace poco:
Niebla, tú no comprendes, lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas
al saltar, rayo tierno de brizna descendida...
[Fragmento final de «Rafael Alberti, visto y entrevisto», texto incluido en Fundación y disidencia. Dominio hispánico, vol. 3 de Obras Completas (Círculo de Lectores, 1991), pp. 377-378. Con el título de «Recordación» se publicó por primera vez en la revista «Vuelta», núm. 92, julio de 1974.]
Interiores
Ilustración ©️Javier Serrano, 2020 |
Hay en mi memoria un camino que une las entrañas aéreas de un cubo de granito, el laberinto ocre de una mina romana a cielo abierto y el pasadizo angosto y declinante de una tumba inmortal. Por dentro, en mitad de la noche, me demoro en la ensoñación de esos lugares cuyo tacto aún perdura, mientras en el papel y en la pantalla sólo soy capaz de agrupar unas pocas pistas alrededor de tres nombres invencibles: el Escorial, las Médulas, Dahshur.
1. Escorial
Media docena de veces recorrí, por los tejados del monasterio escurialense, el camino que arrancaba de la Torre de Mediodía y, tras avanzar sobre el alero del Patio de los Evangelistas, escalaba un sendero breve de pizarras hasta adentrarse en el Cimborrio por una abertura de paso algo angosto, pero practicable.
Media docena de veces recorrí, por los tejados del monasterio escurialense, el camino que arrancaba de la Torre de Mediodía y, tras avanzar sobre el alero del Patio de los Evangelistas, escalaba un sendero breve de pizarras hasta adentrarse en el Cimborrio por una abertura de paso algo angosto, pero practicable.
Una vez aclimatados los ojos a la penumbra, la ruta proseguía, ya holgadamente, con el completo recorrido del perímetro de la basílica a través de las muy amplias cornisas superiores. Había una obligatoria parada justo tras la obra excelsa del retablo mayor en la que se ponía de relieve el trampantojo de los tamaños bien distintos de las imágenes del último cuerpo. La alucinada travesía se prolongaba luego hasta alcanzar la parte interior de la fachada del Patio de Reyes. Allí un ventanuco cerrado por una celosía verde permitía calibrar a ojo desnudo la dimensión de las figuras bíblicas y la verdad del dicho: «Seis reyes y un santo salieron de este canto y aún sobró para otro tanto».
El retorno de aquella excursión, en la que casi siempre hice de cicerone, solía discurrir entre parabienes y agradecimientos. Pero recuerdo de modo especial la ocasión aquella en que tuve por compañía a un poeta, hoy por completo y acaso injustamente olvidado, y que, al concluir la caminata y tratando de recobrar el resuello, me miró con inmensa ternura y me dijo: «Voy a soñar con esto mientras viva». Sabrás que a mí, querido amigo Rafael Duyos, después de tanto tiempo, aún me pasa.
3. Dahshur
Ilustración ©️Javier Serrano, 2020 |
2. Médulas
En la médula del recuerdo brilla con luz propia el rojo intenso de la Mina Romana a cielo abierto que aún puede visitarse en las Tierras Bercianas. Es un lienzo de paisaje humanizado que mantiene intacta la sugerencia de una vieja industria. Y un raro ensamblaje de historia y naturaleza tan bien conseguido, que por sí solo supone una página elocuente de la crónica humana.
El día en que accedimos al lugar desde la Aldea tuvimos la inmensa suerte de poder comprobar en soledad los trabajo de la Ruina montium»: los efectos del agua embalsada al despeñarse desde gran altura por una red de canales y galerías. Y hasta nos atrevimos a penetrar en la angostura de La Cuevona (¿o sería la Encantada?) y allí, tras cruzar reptando un breve pero interminable pasadizo, accedimos a un mirador que nos llenó los ojos de ocres increíbles y las ropas de un pegajoso polvillo ladrillar.
«Un paisaje cobrizo», dijo una voz a nuestro lado. Era un paisano de edad indefinible, vivaz y enjuto, cubierto con un sombrero de paja cruda y vestido con una especie de guardapolvos o sabitelo que insinuaba, pese a la innegable nobleza del rostro y el porte, cierto aspecto forajido, tal vez de buscador de oro de película. No recuerdo lo que hablamos con él, si es que algo hablamos, pero tengo la sensación de que si ahora mismo volviéramos al lugar allí estaría. Y entre sus mano brillaría aún, como entonces, un pequeño disco de oro.
|
La pirámide roja de Dahshur está muy cerca de El Cairo. Llegamos a ella de buena mañana y, tras ascender la empinada escalera que conduce a la boca de acceso, nos adentramos en su interior descendiendo a través de un rampa angosta cuyo suelo estaba jalonado por travesaños de metal a modo de peldaños. La altura, aunque por lo común permitía avanzar agachados, en algunos tramos exigía hacerlo casi en cuclillas y eran esos los momentos en que, además de recibir algún rasponazo inesperado, se cernía sobre nuestras cabezas y nuestras almas el profundo misterio de lo que la muerte pudo significar para el antiguo pueblo egipcio, y cuál no sería su indescifrable valoración para levantar a su amparo semejantes y del todo incomprensibles estructuras.
Aquel descenso ad inferos culminaba en una sala cuadrada de no más de cinco metros de lado donde ya era posible estar completamente erguidos y en la que, por encima de cualquier otro pensamiento, meditación, sospecha, lucidez o pesadumbre, se imponía un penetrante y agrio olor a desinfectante, como resumen acaso último de que por mucho que le hagamos altares, alardes, libros, cuadros, ritos y todo tipo de cucamonas a la muerte, la verdad del todo inexcusable es que no conseguimos librarnos de ella.
Recuerdo —extrañamente, pero es así —que, antes de iniciar el regreso hacia la luz desde el corazón de aquel laberinto, lo que se me vino a la mente fue la ocurrencia de que John Huston tenía razón: un sencillo e incluso ingenuo paseo entre el amor y la muerte, eso es la vida.
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miércoles, 24 de junio de 2020
El trébole
Edward Robert Hughes: Fantasía del verano, 1911. |
Probablemente se lo había inventado todo, pero le hicimos caso. De modo que buscamos las pilicas curtidas de machos cabríos, nos calzamos las grandes albarcas con sus zaragüeyes, cogimos el cencerro mudo del castrón, la cayada de nudos y la birreta tripicuda y, por la puerta falsa del corral, nos hemos venido hasta esta orilla del río, a esperar a que suba la luna y el primer rayo de sol nos señale la fuente de los secretos, el lugar del agua nueva y el sitio del trébole. Por ritos que no quede. Ni por objetos de poder.
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martes, 23 de junio de 2020
Ludwig dice...
Bartolomé Esteban Murillo: Dos niños jugando a los dados; entre 1670 y 1675. Academia de Bellas Artes, Viena. |
Si todos los objetos son dados
todos los dados son si objetos.
Si todos son los objetos dados
los objetos dados si son todos.
Todos los objetos son si dados
si dados son los todos objetos.
Sind alle Gegenstände Gegeben...
(L. Wittgenstein, Tractatus..., 2-0124)
(Serie “Dados”, tirada final).
lunes, 22 de junio de 2020
Adagia andante (14)
Poesía es creación de realidad.
Y dice Stevens: «Un poema no necesita tener sentido y, al igual que otras cosas de la naturaleza, muchas veces no lo tiene» (cláusula 251). No se olvide.
¿Y qué hay de nuevo? Con las viejas palabras el poema logra iluminar aspectos inéditos del mundo. Pero es necesario no confundir lo nuevo con lo novedoso. Ni el amor con el comercio de la carne.
Es aquí donde a veces se despeñan los caminos de la mano surreal dejada a su albedrío. El inconsciente es un reino entre tinieblas: hay que apartarlas para poder verlo. Pero por sí solas las tinieblas no son nada.
En la realidad caben todos los reinos. Fuera de ella solo hay un exceso putrefacto de mala fantasía. Tal vez un demonio.
La imaginación es real.
Los poemas —claro— están hechos de palabras reales: cuando fluyen excitan nuestra mente.
La apariencia del poema es su presencia: conviene no dar nunca nada por supuesto.
Y en eso, más que en ninguna otra cautela o dato previo, estriba la experiencia de la poesía. Vida que se crea ahí. Y que vuelve al origen (de la lengua) en busca de su originalidad.
A menudo el poema nos enseña cómo se hace el poema. Entre teoría y vida no siempre hay término medio. Tampoco entre vida y poesía.
Poesía es un modo de mirar moralmente el mundo. Y es también la creación de un orden nuevo.
Y, sin embargo, nada hay en en el poema que dé órdenes. Tan sólo mueve la voluntad por compasión o empatía: el acorde que es capaz de vibrar y hacer vibrar.
Casi siempre —a poco que prestemos atención— la poesía pone en juego un ejercicio pleno de sentido común.
Ciaccona en la mayor, de Johann Heinrich Schmelzer (1620-1680).
Violín: Hélène Schmitt.
Agradezco la pista a Manuel Martín Galán, expertísimo conocedor de la música barroca,
y a mi amigo Daniel Galán por su mediación.
Entre dos luces
Albert Bierdstadt: Atardecer en la pradera, hacia 1870. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid. |
«La vida de los otros es, al final, la que siempre será un misterio. Aunque sólo puedas saber de ellos, verdaderamente, a través del misterio de tu vida», leyó. Había pasado la tarde divagando entre viejos recuerdos personales, monótonos y oscuros, y los recuerdos vivos y bien ordenados de un cómico admirable. Y entre una y otra experiencia —contrastes al margen— parecía abrirse paso una órbita de sentido capaz de reducir, si no el misterio, sí la dificultad de interpretación para no volverlo por completo insignificante. Y fue ahí, justamente ahí, cuando se abrió paso, de golpe, el destello de luz que inaugura el crepúsculo.
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domingo, 21 de junio de 2020
Llegada a Oniria
Darío de Regoyos: Artecalle (Durango), 1905. Colección Particular. |
Cuando llegué al lugar, el Demiurgo me estaba esperando. «Estabas en lo cierto —me habló—. No hay diferencia entre dormir y velar: en ambos casos estamos soñando».
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sábado, 20 de junio de 2020
India y los pájaros
India, en los Narejos Foto: Ángeles Pinto.
(Al hilo de los días). Belleza animal. India, la gatita de Angelines (autora de la foto), mirando el trasiego de los pájaros.
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viernes, 19 de junio de 2020
Patíbulos
Umberto Boccioni: Alboroto en la Galería, 1910. Pinacoteca de Brera, Milán. |
A la plazas públicas, donde ya se habían dispuesto los patíbulos y sus ecos, habían ido afluyendo verdugos de todos los colores ataviados con las más variopintas vestiduras. Eran cientos, tal vez miles, y tras mirarse durante un buen rato los unos a los otros, los otros a los unos, varias veces y viceversa, llegó un momento en que todos, primero con ansia, luego con asombro, más tarde ya con perplejidad y hasta hastío, escudriñaban sin cesar los rincones casi husmeantes en busca de las víctimas. Pero no sé veían por ningún lado, ni aparecía nadie que pudiera desempeñar ese papel. ¿Qué hacer? Las guillotinas fulgían en la altura y el sol arrancaba brillos contrarios de las hachas. Fue entonces cuando un esbirro gordo de capuz negro rematado en una ridículo borla lanzó un alarido y arremetió contra un colega de verdugo rojo y grandes aberturas oculares. Y, como suele decirse, allí fue Troya. Siguen en ello.
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jueves, 18 de junio de 2020
En son de Paz (9)
Paz o el pensamiento creativo. Foto: Archivo Elizabeth Ruiz/Cuartoscuro. |
Escribe Paz : «... puede decirse sin exagerar que el tema central de este fin de siglo no es el de la organización política de nuestras sociedades ni el de su orientación histórica. Lo urgente, hoy, es saber cómo vamos a asegurar la supervivencia de la especie humana. Ante esa realidad, ¿cuál puede ser la función de la poesía? ¿Qué puede decir la ‘otra voz’? Ya he indicado que si naciese un nuevo pensamiento político, la influencia de la poesía sería indirecta: recordar ciertas realidades enterradas, resucitarlas y presentarlas. Ante la cuestión de la supervivencia del género humano en una tierra envenenada y asolada, la respuesta no puede ser distinta. Su influencia sería indirecta: sugerir, inspirar e insinuar. No demostrar sino mostrar».
A continuación, después de recordar el modus operandi del pensamiento poético y sus operaciones básicas, y tras reivindicar el papel del poesía como cifra de la “fraternidad cósmica” (el poema refleja la solidaridad de las “diez mil cosas que componen el universo”), Paz concluye con una lúcida reivindicación y con un aviso: «La relación entre el hombre y la poesía es tan antigua como nuestra historia: comenzó cuando el hombre comenzó a ser hombre. Los primeros cazadores y recolectores de frutos un día se contemplaron, atónitos, durante un instante inacabable en el agua fija de un poema. Desde entonces, los hombres no han cesado de verse en ese espejo de imágenes. Y se han visto, simultáneamente, como creadores de imágenes y como imágenes de sus creaciones. Por esto, puedo decir con un poco de seguridad que, mientras haya hombres, habrá poesía. Pero la relación puede romperse. Nació de la facultad humana por excelencia, la imaginación; puede quebrarse si la imaginación muere o se corrompe. Si el hombre olvidase a la poesía, se olvidaría de sí mismo. Regresaría al caos original».
Fin de la cita. Estamos avisados.
Cañas y barras
Karl Schmidt-Rottluff: Wine bar, 1913. Brücke Museum, Berlín. |
Rufo, que a estas horas ya debía de andar un poco pasado de copas, se me acercó, birra en ristre y, tras acodarse en la barra y sin quitarle ojo a las latas de exquisitas conservas y a las bandejas de suculentos pintxos, me espetó: «No dejes de grandes cenas para mañana lo que están las sepulturas puedas hacer llenas hoy». Cuando yo digo que cada día está más loco...
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miércoles, 17 de junio de 2020
El Cuento
Paul Gauguin: Mata Mua («Érase una vez»), 1892. © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid (al parecer, por poco tiempo).
—Abuelita, abuelita, ¿y cuándo fue el tiempo del érase una vez?
—No sé, mi amor. Nadie lo sabe.
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martes, 16 de junio de 2020
Comunicación cuántica
Representación de una estación china conectando con el satélite de comunicación cuántica Micius. J.-W. Pan/USTC/APS/El País. |
(En voz alta). He aquí una de esas noticias que sólo se entienden con un gran esfuerzo de imaginación y que, sin en cambio 🥴, sabemos que tienen gran importancia. Algo así como las nuevas tablillas hititas (de las que, por cierto, habla Azúa en la columna de al lado, en el papel).
Drama en personas
Shakespeare-Pessoa en uno. Montaje de autor desconocido. |
Se abre el telón y aparece Hamlet. Se sabe que es Hamlet porque lleva una calavera en la mano izquierda, o en la derecha (a elección), pero las gafas redondas y el bigote piramidal le dan un marcado parecido con Pessoa. Hamlet-Pessoa recorre con parsimonia la pantalla (fíjense) y, mirando de hito en hito al lector o espectador (según el caso), dice su monólogo en forma de diálogo, como si hablara consigo mismo, cambiando de gesto pero apenas de voz.
—Sólo la soledad sabe su signo.
—... Dijo el paseante a su imaginario yo, insinuando una referencia a la tercera persona del verbo.
—Y eso, si acaso.
—... Respondió el otro al que se cree que es el uno.
—Nada es tan cierto como lo incierto que es todo.
—... Concluyó para sí el que podía hacer oír sus pensamientos.
En esto se oye una voz que parece provenir del patio de butacas.
—Lo cierto es que para estar solos, son ustedes multitud.
—¿Y usted quién es?
—¿Yo...?
Largo silencio. Luego, desde el mismo flanco, llega una respuesta:
—No sé. Tal vez... ¿el apuntador?
Fundido en negro. Y luego
—Sólo la soledad sabe su signo.
—... Dijo el paseante a su imaginario yo, insinuando una referencia a la tercera persona del verbo.
—Y eso, si acaso.
—... Respondió el otro al que se cree que es el uno.
—Nada es tan cierto como lo incierto que es todo.
—... Concluyó para sí el que podía hacer oír sus pensamientos.
En esto se oye una voz que parece provenir del patio de butacas.
—Lo cierto es que para estar solos, son ustedes multitud.
—¿Y usted quién es?
—¿Yo...?
Largo silencio. Luego, desde el mismo flanco, llega una respuesta:
—No sé. Tal vez... ¿el apuntador?
Fundido en negro. Y luego
FIN
lunes, 15 de junio de 2020
Adagia andante (13)
A veces puede el poeta caer en la tentación de las muñecas rusas: creer que «el poema es un poema dentro de un poema».
También ese vértigo ayuda, aunque de vez en cuando conviene asomarse al exterior.
La vida es más extensa que el poema. A veces el poema parece que devora y regurgita todo lo que en la vida hay de vivo.
Solo está vivo lo que muere.
La lengua chispeante, el rubor de las palabras, la alegría de decir.
La poesía es la nobleza de los pueblos. Su verdadera alcurnia.
No es posible vivir sin más palabras.
¿Cuáles son las preguntas verdaderas? Ya lo sabes: quién, qué, por qué, de dónde, a dónde.
Aunque aquí ya sólo importe el cómo.
Tan sólo la vida es lo que importa.
La vida son acciones, reacciones, mecanismos, ajustes, distancias, contrapesos, sensaciones: el pozo de la mente, el agua al fondo, la roldana del pensamiento, la soga de palabras. Como un dibujo minucioso salido de la mano de Leonardo.
Un mundo puramente imaginario carecería por completo de interés.
Un mundo sin imaginación no se refleja en los espejos.
Pensamos que la vida se sienta a nuestro lado en un banco del parque cuando a lo lejos suena una campana.
No sabemos apenas qué queremos decir con las palabras. Lo decimos a falta de otra cosa. Tal vez por mera ausencia. O en un supremo esfuerzo por vivir.
Ser a la vez moderno y póstumo: puede que ahí haya una salida.
Se hacen preguntas para poder hacer preguntas. Y cuando ya no sea necesario hacer preguntas, esa será la pregunta.
Ay, esa condición de guantes reversibles en que a menudo se enfundan las ideas. Y esas ideas de ida y vuelta en que tantas veces se demoran las palabras.
La vida, la poesía: son la misma cosa, dos nombres de una sola realidad.
Y la mentira irremplazable y tal vez irrompible del sentimiento. ¿De qué otra forma podemos decirnos la verdad?
Sin olvidar los motivos de la mente, esa demente.
En mitad del silencio de la noche, una hermosa metáfora puede ser una fuente o un rastro de luz.
Se canta lo que se puede.
Para amar de verdad la poesía hay que curarse en salud.
Sentir con el cerebro es lo mismo que pensar con el corazón.
La gracia siempre está en los detalles. También el universo.
La poesía es un lazo fraternal. Hace posible el mito inalcanzable del mundo compartido.
El que quiere volar siempre encuentra alas.
La poesía es la gran invención.
Y no es verdad que todo esté inventado: es más sabio comprender que todo está por inventar.
Tal vez por eso nos gusta tanto el mundo. Aunque a veces creamos que es inhóspito y contrario.
Es muy probable que todas las mentes sean una. Pensarlo es una suerte de equilibrio.
El ritmo de los pueblos son los ritos. Los ciclos nos acogen siempre a todos.
Solo un poema hay: el de la vida.
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