(Al hilo de los días). Resulta curioso que salga a relucir ahora, con visos de escándalo, un asunto que lleva al menos tres décadas siendo la tortura de las editoriales de Libros de Texto, obligadas a realizar hasta 17 versiones distintas de muchas de sus obras para cumplir con las exigencias, a menudo peregrinas, de las Administraciones Autonómicas. La anécdota de que en los manuales de Conocimiento del Medio para Canarias no se preste atención a los ríos, con la excusa de que el archipiélago carece de ellos, o la polémica de cómo nombrar a la Corona de Aragón, según el libro esté destinado a Barcelona o a Zaragoza, cuestiones ambas aludidas en el reportaje, son ejemplos casi paradigmáticos de la absurda deriva que se inició con la transferencia de las competencias de Educación a las Autonomías, y sobre todo con el uso provinciano, cateto, chovinista, de esa prerrogativa para primar los criterios de cercanía o peculiaridad por encima de lo científico y relevante. La verdad es que me ha extrañado que este asunto haya saltado ahora porque, como digo, quienes trabajamos en este sector de la edición lo llevamos sufriendo desde tiempos que se remontan ampliamente al siglo pasado. Aunque más grave es aún el problema de las Programaciones, verdadero caballo de batalla del que esta miopía localista no es más que una manifestación: en buena medida, ahí reside el mayor síntoma del enfoque erróneo, incluso descerebrado, de la Enseñanza en España, cuyo diseño, control y regulación, salvo excepciones, ha estado y está en manos de burócratas desalmados, sin excluir la presencia de algún torturador in péctore que ha encontrado en la concepción insidiosa de estos documentos y, de forma especial, en su prosa leprosa, la forma más segura e impune de dar rienda suelta a sus monstruosidades.
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