Edvard Munch, Chica mirando por la ventana, 1893. Art Institue Chicago, Chicago, Illinois.
No tenía palabras para explicar aquellos momentos que se multiplicaban en su vida y a los que se limitaba a asentir con una mezcla de furor domado y alegría bastarda, hijos ambos del canto súbito y del llanto interior. Y, en general, del exceso de adjetivos. Pero le bastaba saber que en eso ella no era como los demás y que en lo demás nadie se le parecía. Tal singularidad la hacía, si no feliz, sí consistente. Y no había día que no diera gracias al cielo por el simple hecho de existir.
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