(Al hilo de los días). Me había desayunado con este inquietante (no en el peor sentido) artículo de Javier Sampedro el mismo día (¡ayer!) que iba a asistir a una conferencia del gran físico Juan Ignacio Cirac sobre, precisamente, el ordenador cuántico, en la benemérita Fundación Ramón Areces, y la sorpresa (relativa) fue comprobar que el conferenciante, con el salón repleto de un público variopinto, inició su intervención aludiendo a la “palpitante actualidad” del asunto Google, rebajando —como suele ocurrir— sensacionalismos y situando en su sitio ciertas aparentes hipérboles. Mientras se ponían a punto, con dificultad, los medios técnicos para que el profesor Cirac pudiera impartir su charla, sobre la sala sobrevolaba la curiosa percepción de que una humanidad que está a punto de entrar en una nueva “realidad” —algo que últimamente parece que ocurre “a cada instante”— no va a verse nunca libre del engorro de sus propias inercias y mucho menos de una invencible propensión a la chapuza, marcas ambas de un estado de la materia que, parafraseando el verso inmortal, “no se cura ni con la presencia ni la figura”, siendo el intruso segundo “ni” un a modo de reflejo del gato encerrado en su limbo cuántico. La charla de Cirac fue sencilla, eficaz, comprensible, acaso demasiado esperable. Aún falta mucho, vino a concluir, para que algo digno realmente del nombre de “ordenador cuántico” esté disponible, pero en el turno de respuestas a las dos únicas preguntas planteadas desde el público —ambas por el ilustre don Ramón Tamames— pareció quedar también claro que hay en la actualidad un singular combate entre las instituciones científicas de mayor prestigio y los departamentos de investigación de las grandes empresas de la información y la minería de datos, y que el resultado de esa feroz pugna va a marcar —aún más— nuestra vida diaria en el futuro presente.
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