Vista aérea del Mar Menor, ahora en grave peligro. Foto tomada de WikiMurcia
(Al hilo de los días). Es una congoja insoportable, además de una rabia infinita, lo que provocan las imágenes del Mar Menor tras las terribles inundaciones, no por no inesperadas (¡pero nadie puede esperar nunca nada así!) menos desoladoras. Alguien ha dictaminado ya la muerte del Mar Menor, después de tantas heridas apenas cicatrizadas, y es casi imposible dejarse convencer de que esto es el fin, no es posible asumirlo. Se había previsto su desaparición por efecto del cambio climático, tal vez en un par de décadas, cuando la subida del nivel del mar hubiera cubierto la frágil barrera de La Manga y la gran laguna volviera a formar parte del continuo de agua salada, como fue en otro tiempo. Pero este horror añade, por así decirlo, la sevicia al desastre: al convertir en un inmenso albañal lo que hasta no hace mucho era una maravilla cercana de la naturaleza, pone en primer plano la verdadera causa de la tragedia, o al menos el factor de aceleración y agravamiento de los cursos naturales: nuestra civilización es un completo error si acaba destruyendo, y de modo tan vil y finalmente impune, el escenario. Aún queda (queremos que quede) una brizna de aliento para pensar que no es demasiado tarde. La prueba de fuego definitiva, aquí y ahora, será ver si es posible devolverle la vida al cadáver. Un milagro.
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