martes, 20 de agosto de 2019

Matala, en la costa cretense

La imagen puede contener: océano, playa, cielo, exterior, naturaleza y agua
La playa de Mátala (Μάταλα), en la parte central del sur de Creta,
vista desde una de las cuevas naturales que abundan en los alrededores.
Foto tomada de una web turística.
A la playa de Matala (o Mátala, según otras transcripciones), en el centro sur de la isla de Creta, llegamos tras una mañana intensa y solitaria entre las ruinas del palacio de Festos, y después de la búsqueda fallida, en días precedentes, del laberinto en Gortys, y con las vivas impresiones de la gran y empinada caminata hacia la cueva donde nació Zeus (Dikteon Antron) aún en nuestros sentidos, y muy particularmente en nuestras piernas. Tras un rápido baño, subimos a las cavernas habitables del farallón y leímos las historias del naufragio del rey Menelao, mientras comprobábamos que, en efecto, allí estaban las huellas de las comunas hippies de los años sesenta —Dylan y Joan Báez, entre ellos— e incluso vimos algún grafiti adornado con flores de sal. De allí, o de las tiendas de Heraklion, trajimos, entre otros recuerdos, la estatuilla de las diosa de las serpientes y la medalla del disco de Festos que desde entonces cuelga de mi cuello. Ahora dicen que el disco, aún indescifrado, probablemente sea una falsificación. Pero, a estas alturas, ¿hay algo que esté libre de una sospecha así? Las cosas nunca son lo que parecen. Nosotros puede que tampoco.
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