Dunas y playa en el acantilado de El Asperillo, en el entorno de Doñana. Foto:©️Paco Puentes/El País. |
En la playas de doña Ana vimos las huellas de El Lince entre los pinos rastreros. Y era un bandido muy triste. Luego, con dados de Niebla, nos llegamos a Moguer: tejas de vidrio brillantes bajo el gran sol de las tres. En la casa del poeta bebimos muy fresca el agua y no encontramos el árbol donde el burrillo descansa. Bueyes al amanecer tiraban del mar y el vuelo de las garzas fue el presagio de los días venideros. «Aquí estuvo el paraíso», decía un cartel. Y la playa era salvaje, infinita, en la heredad de doña Ana.
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