Aguadores abasteciéndose en la fuente del Avellano, en Granada. Acuarela del siglo XIX, probablemente a partir de una foto. Imagen tomada del blog de Bruno Alcaraz. |
En noches como esta, hace alrededor de medio siglo o un poco más, recuerdo que por las calles empedradas de Eburia se desperdigaba una cola interminable de gentes que acudían con sus cántaros, cántaras, cantarillas, garrafones enmimbrados, botijos, botijas, alguna olla tripuda y otras alfarerías, a menudo portadas en carrillos de ruedas bajas, a las fuentes públicas de parco caudal y mucha paciencia para proveerse de agua potable y ver de remediar así una carencia secular de la muy noble y leal urbe. La circunstancia, ni que decir tiene, era ocasión propicia para charlas, chismorreos, juegos y todo tipo de bromas y chanzas sin malicia, o no tan Inocentes. Y mientras duró, junto con los puestos extendidos de melones de la Vega y sandías de Velada que se diseminaban por plazoletas y rincones esquineros, y con los baños en el entonces bronco Tajo, puede que fueran el verdadero santo y seña del verano y de sus ritos llenos de promesas e ilusiones que parecían interminables. Pero, como cantaban Los Módulos por aquellos mismos años, todo tiene su fin. Algunas cosas, felizmente. De otras..., mejor no decir más.
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