miércoles, 28 de agosto de 2019

Umbral, doce años


(Al hilo de los días). Hoy ya son 12 los años que han pasado de la muerte de Umbral. Y en este par he leído o releído alguna de sus obras, singularmente la del Café Gijón, que me salió literalmente al paso en un paseo por la Cuesta de Moyano y me atrapó de un tirón, al darme cuenta de qué cercanos me resultan los paisajes urbanos que allí describe, y qué grandes similitudes, salvando todas las circunstancias (que, por fortuna, son muchas), se dan entre lo que él escribe y lo vivido y recordado. Incluyendo semblanzas, tomadas del natural, tan abundantes. Pero esa es, me digo, la señal que siempre he buscado en la literatura para definir su grandeza: que, hable de lo que hable, me haga sentir que es de mí (bueno, seré más exacto: de la ficción de mi “yo”) de quien habla. De modo que ahora no sé si la obra de Umbral me gusta por su objetiva grandeza o sólo por la cercanía, también objetiva, de ese “cruce de las calles y el tiempo” (Torrente dixit) que nos ha tocado vivir. Creo que lo voy a seguir leyendo. No sé hasta cuándo.

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