José de Ribera: El sueño de Jacob, 1639. Museo del Prado, Madrid. |
A veces por el sueño tengo la impresión de que llego a recuerdos imposibles. Anoche, por ejemplo, soñé que estaba durmiendo en una gruta en los altos de la meseta, cuando el cielo se iluminó de pronto con la más poderosa luz que haya visto nunca. Supe después que el asteroide Theia, del tamaño de Ares, había chocado con la zona invertida de la Tierra y que de aquella inconcebible colisión, que durante un buen rato hizo que el planeta desapareciera de todos los registros inteligentes del cosmos, se formó la Luna. Durante mucho tiempo el nuevo cuerpo quedó cubierto por un manto de lava ardiente, «en el que —según cuentan las crónicas— los materiales más pesados fueron cristalizando en el fondo, en tanto que los más ligeros permanecían flotando en la superficie como polen útil para fecundar los cauces internos de la materia». No quedaba claro, en el sueño, dónde estaba yo mientras todo esto ocurría. Pero tampoco sé muy bien dónde estoy ahora. Ni si volveré a soñar.
(Inspirado en una información de El País, jueves 16 Junio 2019, p. 33).
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