Picasso: La serenata, Mougins, 1965. |
«De todos los nombres y expresiones que convoca la estación que acaba de iniciarse —me dice el interlocutor, sin casi darse por aludido ni dejarse encasillar en una vida escasamente imaginaria— ninguno refleja, a mi entender, con más claridad su verdadera condición que el rotundo apóstrofe que suelo oírle a alguien muy cercano: “¡La virgen, qué bochorno!”». Y, una vez puestas en su sitio las dobles comillas teatrales, qué otra cosa puedo hacer más que asentir. Asentir y curarme en salud, entre la realidad y la ficción, tierras ambas muy duras y complejas: «¡Que dios nos pille confesados... y a ser posible cerquita de una sombra», le respondo mientras lo veo irse. Y cierro comillas.
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