(En voz alta). He aquí el asombro de poder asistir a algo parecido a un episodio real de la Guerra de las Galaxias en riguroso directo. Muy atrás quedan la madrugada del 69, con el flequillo de Jesús Hermida y la voz elegante de Cirilo Rodríguez dando la novedad de la llegada a la Luna, el primer paso (“pequeño para un hombre”) de lo que serían las sucesivas misiones Apolo. O también la espiral mortal y gaseosa del transbordador Columbia, aquel desastre que paralizó durante años la investigación espacial de la NASA. O el paseo, seguido ya por Internet, del vehículo Pathfinder sobre la superficie del planeta rojo. O las imágenes increíbles de los Voyager, los magníficos servicios prestados por el venerable Hubble, la grabación y retransmisión de las ondas gravitacionales, la imagen excepcional de los “bordes” candentes de un agujero negro… La aventura espacial, quizás porque Kubrick nos la mostró de forma completamente creíble muy temprano, ha sido (es) uno de los hilos conductores de nuestras vidas. En el fondo, a quién no le gustaría que fuera una especie de liana cósmica, en el fondo sin fondo del Universo, para impulsarnos con ella, cual nuevos Tarzanes galácticos, a mundos cuya dimensión aún nos resulta difícil poder ni siquiera empezar a imaginar. Homo astronomicus, el futuro empieza ayer.
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