Brassaï (Gyula Halász): «Beggar in the Metro, Paris», 1938. Vía Nostra. |
«No es nada fácil —me escribe Nostra en uno de sus guasap encabezados con el rótulo “Tiempo cobrado”— discernir bien los tiempos, su desenvolvimiento, sus pasos en la conciencia y la delimitación clara y distinta de las diversas estancias interiores, de modo tal que la coherencia siga su curso. Es curiosa la impresión que a menudo me invade cuando leo, o trato de hacerlo, obras de contenido filosófico: el único lenguaje de verdad con sentido (¿consentido?) es el del balbuceo previo; quiero decir, cuando el lenguaje se pregunta una y otra vez, de diferentes y muy sofisticadas y hasta sagaces formas, por su propio fundamento y el alcance de cada una de sus proposiciones, porque nunca podemos estar seguros de que sean algo más que eso: hipótesis sobre la realidad, enunciados en los que lo fiamos todo a la confianza de que signifiquen algo para alguien —empezando por nosotros mismos— y que ese alguien sea capaz de devolvernos, en sus propias proposiciones, algún síntoma cierto de que al menos estamos tratando de lo mismo. Algo que tal vez ocurra de continuo en nuestro común trato cotidiano y en lo dado sin más por supuesto, aunque la cosa se complica a poco que se indague un paso más allá, o cuando se formulan algunas preguntas no previstas o —y esta es quizás la más acuciante situación— cuando nos enredamos en una larga caminata verbal, no necesariamente de pura cháchara, sino sostenida con arduo esfuerzo desde dentro, y el intento de diálogo fructifica en el aclaramiento de los campos semánticos, la poda de los nexos, la siembra de los sentimientos compartidos, que son esa especie de mariposas que vuelan por entre las palabras diciéndonos que el otro está presente y que también nosotros captamos y gustamos y somos captados y encontramos gusto. No sería difícil prolongar estos bloques verbales llenos de signos que para un hipotético observador extraterrestre acaso pudieran poseer una figuración parecida a la que para nosotros, a simple vista y sin mayor concreción, suelen tener los monolitos o bloques de basalto con escritura jeroglífica o incisiones cúficas… Ah, las incisiones cúficas, su materialidad de gesto que de verdad incide y modifica la materia, el mundo…: quién no ha fantaseado con la posibilidad de que las palabras estuvieran provistas e invadidas por la naturaleza de esas mismas sugerencias de préstamos caídos del cielo, como un regalo de los dioses para soltarnos de verdad la lengua (Epheta!) y…»
No hay comentarios:
Publicar un comentario