Perec en trance de dirigir la orquesta nada imaginaria
que tenía asiento en su cabeza.
Foto de autor no identificado. Se agradece información.
CONFLUENCIA DE CRIATURAS DIVERSAS EN LAS ENSOÑACIONES QUE PROPICIA LA MÚSICA
Si en el recuadro del día y entre los márgenes cristalinos con que ahora solemos acercarnos al mundo se nos presenta nada más y nada menos que la figura del ‘Mozart joven que tocó delante de Luis XVI y María Antonieta’, no sería extraño que a continuación, sin ni siquiera abandonar la habitación o salir de la pantalla, compareciese ‘El ruso que hacía todos los juegos que salían en los periódicos’, un adelantado, en consecuencia, de alguna de aquellas diarias pasiones que hasta no hace mucho —antes de la extinción de la prensa impresa— estaban muy extendidas y eran casi comunes a todo un sector de la población que, muy probablemente, desde sus tiempos de credulidad preadolescente e incluso en su madurez aún no carente de espíritu infantil, se había familiarizado con “El titiritero que se traga un cuchillo y vomita clavos’, y es plausible que también —aunque más selectivamente— con ‘El fabricante de artículos piadosos que murió de frío en Argone’. Un asunto este último, sin duda, por sí mismo grave y que, por un fenómeno de asociaciones algo extraño pero en absoluto improcedente, parecía convocar a su vez, quién sabe si para formar un impactante, bello y siniestro cortejo fúnebre, a ‘Los viejos caballos ciegos que tiraban de las vagonetas en las minas’. Y, mientras tanto, la música no cesa, si bien ¿no os parece que demasiado a menudo toma el preciso sentido de una marcha en exceso solemne, fúnebre por más señas? Ah, la cercanía del otoño siempre siembra en los ánimos las semillas de la melancolía.
(LUN, 624 ~ «Perec al paso», 154-160)
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