jueves, 25 de junio de 2020

Interiores

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Ilustración ©️Javier Serrano, 2020
Hay en mi memoria un camino que une las entrañas aéreas de un cubo de granito, el laberinto ocre de una mina romana a cielo abierto y el pasadizo angosto y declinante de una tumba inmortal. Por dentro, en mitad de la noche, me demoro en la ensoñación de esos lugares cuyo tacto aún perdura, mientras en el papel y en la pantalla sólo soy capaz de agrupar unas pocas pistas alrededor de tres nombres invencibles: el Escorial, las Médulas, Dahshur.

1. Escorial


Media docena de veces recorrí, por los tejados del monasterio escurialense, el camino que arrancaba de la Torre de Mediodía y, tras avanzar sobre el alero del Patio de los Evangelistas, escalaba un sendero breve de pizarras hasta adentrarse en el Cimborrio por una abertura de paso algo angosto, pero practicable.
Una vez aclimatados los ojos a la penumbra, la ruta proseguía, ya holgadamente, con el completo recorrido del perímetro de la basílica a través de las muy amplias cornisas superiores. Había una obligatoria parada justo tras la obra excelsa del retablo mayor en la que se ponía de relieve el trampantojo de los tamaños bien distintos de las imágenes del último cuerpo. La alucinada travesía se prolongaba luego hasta alcanzar la parte interior de la fachada del Patio de Reyes. Allí un ventanuco cerrado por una celosía verde permitía calibrar a ojo desnudo la dimensión de las figuras bíblicas y la verdad del dicho: «Seis reyes y un santo salieron de este canto y aún sobró para otro tanto».
El retorno de aquella excursión, en la que casi siempre hice de cicerone, solía discurrir entre parabienes y agradecimientos. Pero recuerdo de modo especial la ocasión aquella en que tuve por compañía a un poeta, hoy por completo y acaso injustamente olvidado, y que, al concluir la caminata y tratando de recobrar el resuello, me miró con inmensa ternura y me dijo: «Voy a soñar con esto mientras viva». Sabrás que a mí, querido amigo Rafael Duyos, después de tanto tiempo, aún me pasa.


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Ilustración ©️Javier Serrano, 2020

2. Médulas

En la médula del recuerdo brilla con luz propia el rojo intenso de la Mina Romana a cielo abierto que aún puede visitarse en las Tierras Bercianas. Es un lienzo de paisaje humanizado que mantiene intacta la sugerencia de una vieja industria. Y un raro ensamblaje de historia y naturaleza tan bien conseguido, que por sí solo supone una página elocuente de la crónica humana.

El día en que accedimos al lugar desde la Aldea tuvimos la inmensa suerte de poder comprobar en soledad los trabajo de la Ruina montium»: los efectos del agua embalsada al despeñarse desde gran altura por una red de canales y galerías. Y hasta nos atrevimos a penetrar en la angostura de La Cuevona (¿o sería la Encantada?) y allí, tras cruzar reptando un breve pero interminable pasadizo, accedimos a un mirador que nos llenó los ojos de ocres increíbles y las ropas de un pegajoso polvillo ladrillar.

«Un paisaje cobrizo», dijo una voz a nuestro lado. Era un paisano de edad indefinible, vivaz y enjuto, cubierto con un sombrero de paja cruda y vestido con una especie de guardapolvos o sabitelo que insinuaba, pese a la innegable nobleza del rostro y el porte, cierto aspecto forajido, tal vez de buscador de oro de película. No recuerdo lo que hablamos con él, si es que algo hablamos, pero tengo la sensación de que si ahora mismo volviéramos al lugar allí estaría. Y entre sus mano brillaría aún, como entonces, un pequeño disco de oro.

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Ilustración ©️Javier Serrano, 2020

3. Dahshur


La pirámide roja de Dahshur está muy cerca de El Cairo. Llegamos a ella de buena mañana y, tras ascender la empinada escalera que conduce a la boca de acceso, nos adentramos en su interior descendiendo a través de un rampa angosta cuyo suelo estaba jalonado por travesaños de metal a modo de peldaños. La altura, aunque por lo común permitía avanzar agachados, en algunos tramos exigía hacerlo casi en cuclillas y eran esos los momentos en que, además de recibir algún rasponazo inesperado, se cernía sobre nuestras cabezas y nuestras almas el profundo misterio de lo que la muerte pudo significar para el antiguo pueblo egipcio, y cuál no sería su indescifrable valoración para levantar a su amparo semejantes y del todo incomprensibles estructuras.

Aquel descenso ad inferos culminaba en una sala cuadrada de no más de cinco metros de lado donde ya era posible estar completamente erguidos y en la que, por encima de cualquier otro pensamiento, meditación, sospecha, lucidez o pesadumbre, se imponía un penetrante y agrio olor a desinfectante, como resumen acaso último de que por mucho que le hagamos altares, alardes, libros, cuadros, ritos y todo tipo de cucamonas a la muerte, la verdad del todo inexcusable es que no conseguimos librarnos de ella.
Recuerdo —extrañamente, pero es así —que, antes de iniciar el regreso hacia la luz desde el corazón de aquel laberinto, lo que se me vino a la mente fue la ocurrencia de que John Huston tenía razón: un sencillo e incluso ingenuo paseo entre el amor y la muerte, eso es la vida.
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miércoles, 24 de junio de 2020

El trébole

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Edward Robert Hughes: Fantasía del verano, 1911.
Probablemente se lo había inventado todo, pero le hicimos caso. De modo que buscamos las pilicas curtidas de machos cabríos, nos calzamos las grandes albarcas con sus zaragüeyes, cogimos el cencerro mudo del castrón, la cayada de nudos y la birreta tripicuda y, por la puerta falsa del corral, nos hemos venido hasta esta orilla del río, a esperar a que suba la luna y el primer rayo de sol nos señale la fuente de los secretos, el lugar del agua nueva y el sitio del trébole. Por ritos que no quede. Ni por objetos de poder.
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martes, 23 de junio de 2020

Ludwig dice...

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Bartolomé Esteban Murillo: Dos niños jugando a los dados; entre 1670 y 1675.
Academia de Bellas Artes, Viena.
Si todos los objetos son dados
todos los dados son si objetos.
Si todos son los objetos dados
los objetos dados si son todos.
Todos los objetos son si dados
si dados son los todos objetos.


Sind alle Gegenstände Gegeben...
(L. Wittgenstein, Tractatus..., 2-0124)

(Serie “Dados”, tirada final).

lunes, 22 de junio de 2020

Adagia andante (14)

Poesía es creación de realidad.
Y dice Stevens: «Un poema no necesita tener sentido y, al igual que otras cosas de la naturaleza, muchas veces no lo tiene» (cláusula 251). No se olvide.

¿Y qué hay de nuevo? Con las viejas palabras el poema logra iluminar aspectos inéditos del mundo. Pero es necesario no confundir lo nuevo con lo novedoso. Ni el amor con el comercio de la carne.
Es aquí donde a veces se despeñan los caminos de la mano surreal dejada a su albedrío. El inconsciente es un reino entre tinieblas: hay que apartarlas para poder verlo. Pero por sí solas las tinieblas no son nada.
En la realidad caben todos los reinos. Fuera de ella solo hay un exceso putrefacto de mala fantasía. Tal vez un demonio.
La imaginación es real.
Los poemas —claro— están hechos de palabras reales: cuando fluyen excitan nuestra mente.
La apariencia del poema es su presencia: conviene no dar nunca nada por supuesto.
Y en eso, más que en ninguna otra cautela o dato previo, estriba la experiencia de la poesía. Vida que se crea ahí. Y que vuelve al origen (de la lengua) en busca de su originalidad.
A menudo el poema nos enseña cómo se hace el poema. Entre teoría y vida no siempre hay término medio. Tampoco entre vida y poesía.
Poesía es un modo de mirar moralmente el mundo. Y es también la creación de un orden nuevo.
Y, sin embargo, nada hay en en el poema que dé órdenes. Tan sólo mueve la voluntad por compasión o empatía: el acorde que es capaz de vibrar y hacer vibrar.
Casi siempre —a poco que prestemos atención— la poesía pone en juego un ejercicio pleno de sentido común.

Ciaccona en la mayor, de Johann Heinrich Schmelzer (1620-1680).
 Violín: Hélène Schmitt.
Agradezco la pista a Manuel Martín Galán, expertísimo conocedor de la música barroca, 
y a mi amigo Daniel Galán por su mediación.

Entre dos luces

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Albert Bierdstadt: Atardecer en la pradera, hacia 1870.
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.
«La vida de los otros es, al final, la que siempre será un misterio. Aunque sólo puedas saber de ellos, verdaderamente, a través del misterio de tu vida», leyó. Había pasado la tarde divagando entre viejos recuerdos personales, monótonos y oscuros, y los recuerdos vivos y bien ordenados de un cómico admirable. Y entre una y otra experiencia —contrastes al margen— parecía abrirse paso una órbita de sentido capaz de reducir, si no el misterio, sí la dificultad de interpretación para no volverlo por completo insignificante. Y fue ahí, justamente ahí, cuando se abrió paso, de golpe, el destello de luz que inaugura el crepúsculo.
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domingo, 21 de junio de 2020

Llegada a Oniria

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Darío de Regoyos: Artecalle (Durango), 1905. Colección Particular.
Cuando llegué al lugar, el Demiurgo me estaba esperando. «Estabas en lo cierto —me habló—. No hay diferencia entre dormir y velar: en ambos casos estamos soñando».

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sábado, 20 de junio de 2020

India y los pájaros

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India, en los Narejos Foto: Ángeles Pinto.

(Al hilo de los días). Belleza animal. India, la gatita de Angelines (autora de la foto), mirando el trasiego de los pájaros.

viernes, 19 de junio de 2020

Patíbulos

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Umberto Boccioni: Alboroto en la Galería, 1910. Pinacoteca de Brera, Milán.
A la plazas públicas, donde ya se habían dispuesto los patíbulos y sus ecos, habían ido afluyendo verdugos de todos los colores ataviados con las más variopintas vestiduras. Eran cientos, tal vez miles, y tras mirarse durante un buen rato los unos a los otros, los otros a los unos, varias veces y viceversa, llegó un momento en que todos, primero con ansia, luego con asombro, más tarde ya con perplejidad y hasta hastío, escudriñaban sin cesar los rincones casi husmeantes en busca de las víctimas. Pero no sé veían por ningún lado, ni aparecía nadie que pudiera desempeñar ese papel. ¿Qué hacer? Las guillotinas fulgían en la altura y el sol arrancaba brillos contrarios de las hachas. Fue entonces cuando un esbirro gordo de capuz negro rematado en una ridículo borla lanzó un alarido y arremetió contra un colega de verdugo rojo y grandes aberturas oculares. Y, como suele decirse, allí fue Troya. Siguen en ello.
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jueves, 18 de junio de 2020

En son de Paz (9)

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Paz o el pensamiento creativo. Foto: Archivo Elizabeth Ruiz/Cuartoscuro.
(En son de Paz, 23). En La otra voz, el ensayo fechado a finales de 1989 con el que Octavio Paz cerró sus reflexiones y estudios sobre la poesía a través de la historia, todos ellos agrupados en sus Obras Completas bajo el título de «La casa de la presencia», el autor mexicano lleva a cabo una reflexión que, pese a estar escrita hace tres décadas, parece haber nacido casi del confinamiento.


Escribe Paz : «... puede decirse sin exagerar que el tema central de este fin de siglo no es el de la organización política de nuestras sociedades ni el de su orientación histórica. Lo urgente, hoy, es saber cómo vamos a asegurar la supervivencia de la especie humana. Ante esa realidad, ¿cuál puede ser la función de la poesía? ¿Qué puede decir la ‘otra voz’? Ya he indicado que si naciese un nuevo pensamiento político, la influencia de la poesía sería indirecta: recordar ciertas realidades enterradas, resucitarlas y presentarlas. Ante la cuestión de la supervivencia del género humano en una tierra envenenada y asolada, la respuesta no puede ser distinta. Su influencia sería indirecta: sugerir, inspirar e insinuar. No demostrar sino mostrar».
A continuación, después de recordar el modus operandi del pensamiento poético y sus operaciones básicas, y tras reivindicar el papel del poesía como cifra de la “fraternidad cósmica” (el poema refleja la solidaridad de las “diez mil cosas que componen el universo”), Paz concluye con una lúcida reivindicación y con un aviso: «La relación entre el hombre y la poesía es tan antigua como nuestra historia: comenzó cuando el hombre comenzó a ser hombre. Los primeros cazadores y recolectores de frutos un día se contemplaron, atónitos, durante un instante inacabable en el agua fija de un poema. Desde entonces, los hombres no han cesado de verse en ese espejo de imágenes. Y se han visto, simultáneamente, como creadores de imágenes y como imágenes de sus creaciones. Por esto, puedo decir con un poco de seguridad que, mientras haya hombres, habrá poesía. Pero la relación puede romperse. Nació de la facultad humana por excelencia, la imaginación; puede quebrarse si la imaginación muere o se corrompe. Si el hombre olvidase a la poesía, se olvidaría de sí mismo. Regresaría al caos original».

Fin de la cita. Estamos avisados.


Cañas y barras

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Karl Schmidt-Rottluff: Wine bar, 1913. Brücke Museum, Berlín.
Rufo, que a estas horas ya debía de andar un poco pasado de copas, se me acercó, birra en ristre y, tras acodarse en la barra y sin quitarle ojo a las latas de exquisitas conservas y a las bandejas de suculentos pintxos, me espetó: «No dejes de grandes cenas para mañana lo que están las sepulturas puedas hacer llenas hoy». Cuando yo digo que cada día está más loco...
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miércoles, 17 de junio de 2020

El Cuento

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Paul Gauguin: Mata Mua («Érase una vez»), 1892.
© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid (al parecer, por poco tiempo).

—Abuelita, abuelita, ¿y cuándo fue el tiempo del érase una vez?
—No sé, mi amor. Nadie lo sabe.
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martes, 16 de junio de 2020

Comunicación cuántica

Una estación terrestre china se comunica con el satélite de comunicación cuántica 'Micius'.
Representación de una estación china conectando
con el satélite de comunicación cuántica Micius.

J.-W. Pan/USTC/APS/El País.
(En voz alta). He aquí una de esas  noticias que sólo se entienden con un gran esfuerzo de imaginación y que, sin en cambio 🥴, sabemos que tienen gran importancia. Algo así como las nuevas tablillas hititas (de las que, por cierto, habla Azúa en la columna de al lado, en el papel).

Drama en personas

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Shakespeare-Pessoa en uno. Montaje de autor desconocido.
Se abre el telón y aparece Hamlet. Se sabe que es Hamlet porque lleva una calavera en la mano izquierda, o en la derecha (a elección), pero las gafas redondas y el bigote piramidal le dan un marcado parecido con Pessoa. Hamlet-Pessoa recorre con parsimonia la pantalla (fíjense) y, mirando de hito en hito al lector o espectador (según el caso), dice su monólogo en forma de diálogo, como si hablara consigo mismo, cambiando de gesto pero apenas de voz.
—Sólo la soledad sabe su signo.
—... Dijo el paseante a su imaginario yo, insinuando una referencia a la tercera persona del verbo.
—Y eso, si acaso.
—... Respondió el otro al que se cree que es el uno.
—Nada es tan cierto como lo incierto que es todo.
—... Concluyó para sí el que podía hacer oír sus pensamientos.
En esto se oye una voz que parece provenir del patio de butacas.
—Lo cierto es que para estar solos, son ustedes multitud.
—¿Y usted quién es?
—¿Yo...?
Largo silencio. Luego, desde el mismo flanco, llega una respuesta:
—No sé. Tal vez... ¿el apuntador?
Fundido en negro. Y luego 

FIN

lunes, 15 de junio de 2020

Adagia andante (13)

A veces puede el poeta caer en la tentación de las muñecas rusas: creer que «el poema es un poema dentro de un poema».
También ese vértigo ayuda, aunque de vez en cuando conviene asomarse al exterior.

La vida es más extensa que el poema. A veces el poema parece que devora y regurgita todo lo que en la vida hay de vivo.
Solo está vivo lo que muere.
La lengua chispeante, el rubor de las palabras, la alegría de decir.
La poesía es la nobleza de los pueblos. Su verdadera alcurnia.
No es posible vivir sin más palabras.
¿Cuáles son las preguntas verdaderas? Ya lo sabes: quién, qué, por qué, de dónde, a dónde.
Aunque aquí ya sólo importe el cómo.
Tan sólo la vida es lo que importa.
La vida son acciones, reacciones, mecanismos, ajustes, distancias, contrapesos, sensaciones: el pozo de la mente, el agua al fondo, la roldana del pensamiento, la soga de palabras. Como un dibujo minucioso salido de la mano de Leonardo.
Un mundo puramente imaginario carecería por completo de interés.
Un mundo sin imaginación no se refleja en los espejos.
Pensamos que la vida se sienta a nuestro lado en un banco del parque cuando a lo lejos suena una campana.
No sabemos apenas qué queremos decir con las palabras. Lo decimos a falta de otra cosa. Tal vez por mera ausencia. O en un supremo esfuerzo por vivir.
Ser a la vez moderno y póstumo: puede que ahí haya una salida.
Se hacen preguntas para poder hacer preguntas. Y cuando ya no sea necesario hacer preguntas, esa será la pregunta.
Ay, esa condición de guantes reversibles en que a menudo se enfundan las ideas. Y esas ideas de ida y vuelta en que tantas veces se demoran las palabras.
La vida, la poesía: son la misma cosa, dos nombres de una sola realidad.
Y la mentira irremplazable y tal vez irrompible del sentimiento. ¿De qué otra forma podemos decirnos la verdad?
Sin olvidar los motivos de la mente, esa demente.
En mitad del silencio de la noche, una hermosa metáfora puede ser una fuente o un rastro de luz.
Se canta lo que se puede.
Para amar de verdad la poesía hay que curarse en salud.
Sentir con el cerebro es lo mismo que pensar con el corazón.
La gracia siempre está en los detalles. También el universo.
La poesía es un lazo fraternal. Hace posible el mito inalcanzable del mundo compartido.
El que quiere volar siempre encuentra alas.
La poesía es la gran invención.
Y no es verdad que todo esté inventado: es más sabio comprender que todo está por inventar.
Tal vez por eso nos gusta tanto el mundo. Aunque a veces creamos que es inhóspito y contrario.
Es muy probable que todas las mentes sean una. Pensarlo es una suerte de equilibrio.
El ritmo de los pueblos son los ritos. Los ciclos nos acogen siempre a todos.
Solo un poema hay: el de la vida.

domingo, 14 de junio de 2020

Anna Caballé

Anna Caballé.
Anna Caballé fotografiada por Vanessa Montero/ElPaís 
(En voz alta). Desde que la descubrí como autora de la biografía Francisco Umbral: el frío de una vida (2004) he procurado no perderme los libros de Anna Caballé, que ha hecho y sigue haciendo en este género un impagable trabajo de difusión, amén de aplicarse en su enseñanza universitaria y contribuir ella misma con obras de gran interés: además de sobre Umbral, sobre Carmen Laforet, Lilí Álvarez, Concepción Arenal, entre otras. En esta muy interesante entrevista —confío en que pueda accederse a ella— me ha hecho ilusión ver mencionada la biografía que Lytton Strachey dedicó a la reina Victoria y que Caballé la vincule con el magnífico enfoque narrativo de la singular serie The Crown, un punto de vista muy atinado. El dato ha sido, además, rejuvenecedor: me ha transportado a principios de los 80 del pasado milenio, último siglo, penúltima década, cuando en la colección de Grandes biografías de Salvat me ocupé, entre otras muchas, de la edición de esa obra con un placer y entusiasmo que ahora han revivido. Por cierto, esa biografía de Strachey es una obra maestra del género.

La contadora

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Sophie Gengembre Anderson: Scherezad, Segunda mitad del siglo XIX.
The New Art Gallery Walsall (Reino Unido).
Andaba Sherazade algo bocabajeada y casi descreía de que su tarea llegara a tener buen propósito, cuando se le apareció el maestro Jorge de Burgos en una nube dorada y le dejó este consuelo: «Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase». Más contenta que escribano con pluma de faisán, la contadora sintió que se renovaban sus meninges y se dispuso a encarar con frescos bríos la recta final hacia la noche mil y una.
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sábado, 13 de junio de 2020

Las buenas noches

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Francisco de Goya: «Dos hombres hablando», hacia 1795 (?).
Dibujo sobre papel verjurado agarbanzado, pincel, trazos de lápiz negro y aguada de tinta china. Probablemente inspirado en un dibujo de John Flaxman para ilustrar «La Divina Comedia».
Biblioteca Nacional, Madrid.
«Rehumanizar la vida —me dijo a modo de conclusión cuando ya nos despedíamos, cada uno con su máscara y unidos por una misma perplejidad— exige poner en su lugar a la muerte, asumir la finitud y acaso la extinción, sin por ello perder la alegría del carpe diem ni dejar de vivir en el presente». 
Supongo que advirtió mi gesto mitad irónico mitad escéptico. 
«No es fácil, claro —prosiguió—. Ni está claro cuál sea el mejor camino. Pero por algún sitio debe de estar». 
Y, sin más, nos fuimos. Cada uno a su nicho.
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viernes, 12 de junio de 2020

El Obelisco

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Ilustración ©️Javier Serrano, 2001
(También conocido como «El caminante inmóvil»)
Por más que fuerzo la memoria no consigo saber por qué camino llegué al interior del Obelisco, que sin duda estaba ya en la famosa película de Kubrick, en forma de monolito que le descubría a nuestro antepasado simio la perfección de la línea recta y el placer de acariciar un filo.
Y también en la cantera aquella de Egipto, no muy lejos de la ciudad líquida de Asuán, de donde al parecer salieron los más historiados y famosos de las plazas del mundo, además del obelisco inacabado, que allí se mantiene, caído y quebrado, como un ejemplar único en su especie, aunque de hecho nunca haya tenido esa condición.
Sé que han sido varios los caminos recorridos y muchos los paisajes soñados antes de poder reconocerme en este estado de alerta interior, concentrado frente a la abertura que me permite contemplar el mundo, más ensimismado que verdaderamente solitario, atento a cualquier movimiento que venga del exterior —o de mi propio corazón— y, sobre todo, dispuesto a despegar tan pronto como la cuenta atrás finalice.
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jueves, 11 de junio de 2020

En son de Paz (8)

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Octavio Paz retratado por Jonn Leffmann.
(En son de Paz, 22). En «Apariencia desnuda», un amplio ensayo sobre la obra de Marcel Duchamp considerado como una de las más perspicaces aproximaciones a la obra del gran “dinamitador” del arte moderno (publicado en 1973), Octavio Paz escribe: «El antecedente directo de Duchamp no está en la pintura sino en la poesía: Mallarmé. La obra gemela del Gran Vidrio es ‘Un coup de dés’. No es extraño: a pesar de lo que piensan los engreídos críticos de la pintura, casi siempre la poesía se adelanta y prefigura las formas que adoptarán más tarde las otras artes. La moderna beatería que rodea a la pintura y que a veces nos impide ‘verla’, no es sino idolatría por el objeto, adoración por una cosa mágica que podemos palpar y que, como las otras cosas, puede venderse y comprarse. Es la sublimación de la cosa en una civilización dedicada a producir y consumir cosas. Duchamp no padece esta ceguera supersticiosa y ha subrayado con frecuencia el origen ‘verbal’, esto es: poético, de su obra. Frente a Mallarmé no puede ser más explícito: “Una gran figura. El arte moderno debería volver a la dirección trazada por Mallarmé: ser una expresión intelectual y no meramente animal...” El parecido entre ambos artistas no proviene de que los dos muestren preocupaciones intelectuales en sus obras sino en su radicalismo: uno es el poeta y el otro el pintor de la Idea. Los dos se enfrentan a la misma dificultad: en el mundo moderno no hay ideas sino crítica. Pero ninguno de los dos se refugia en el escepticismo o en la negación. Para el poeta, el azar absorbe al absurdo; es un disparo hacia el absoluto y que, en sus cambios y combinaciones, manifiesta o proyecta al absoluto mismo. Es ese número en perpetuo movimiento que rueda desde el principio hasta el fin del poema y que se resuelve en quizá-una-constelación, inacabable ‘cuenta total en formación’. El papel que desempeña el azar en el universo de Mallarmé, lo asume el humor, la meta-ironía, en el de Duchamp. El tema del cuadro y el del poema es la crítica, la Idea que sin cesar se destruye a sí misma y sin cesar se renueva».. (fin de la cita).


Son, ya digo, palabras de 1973. ¿Qué vigencia tienen hoy, cuando la obra de Duchamp tal vez haya perdido buena parte del carácter rompedor, “tocapelotas”, que un día tuvo —aunque haya dejado una estela de imitaciones a cuál más osada hasta llegar al literal empaquetado de “mierda de artista”— y cuando la “tirada” de Mallarmé acaso ya ha sido dilapidada en los casinos de la poesía sin más riesgo que el de la comprensión o el baile frenético? No es fácil responder a ninguna pregunta sobre la actualidad de una obra que, con toda su no agotada fuerza, parece de otro tiempo. De una era en la que aún parecía posible unir mundos y recomponer fragmentos, y la capacidad de atención permitía mantener un criterio sostenido por un impulso duradero de lucidez. No es simple nostalgia de otro mundo. Es tal vez la constatación de que es este otro mundo el que, cada vez de modo más palmario, se nos vuelve intransitable.
Por lo demás, sirva el texto de Paz para subrayar otro aspecto de su poliédrica personalidad creativa: es uno de los autores no especializados que con mayor profundidad y amplitud de miras intelectuales ha contemplado y reflexionados sobre la pintura y las artes del cada vez más remoto sigo XX.

Viandas

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Clara Peeters: Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana 
con aceitunas y aves asadas, hacia 1611. Museo del Prado, Madrid.
No fue, por fortuna, su última cena, pero muchos años después aún paladeaba las palabras que podía leer gracias a una nota despistada en su celular y en la que, bajo el encabezado de «Arte y solera» y sin ningún comentario adicional, figuraba anotado un menú para dos compuesto por ceviche de atún con chile y cebollita morada, carpaccio de ternera con vinagreta de mostaza sembrado de virutas de foie, corvina con puré de apionabo, pesto y pamplinas, cremoso de queso con frutos rojos, y cuajada de limón con crumble de almendras y espuma de yogur. Lo que no recordaba era si las viandas habían estado a la altura de la prosa.
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miércoles, 10 de junio de 2020

La Flaca

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Diego Rivera: La Ofrenda del Día de Muertos, h. 1922-1926.
Mural en la Secretaría de Educación Pública (SEP), Ciudad de México.
(Pau Donés, in memoriam)
Llegó enmascarada y envuelta en una nube de tópicos. Pero no cabía ninguna duda de que era ella. Ni de lo que buscaba.
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martes, 9 de junio de 2020

Hálito...

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Ilustración ©️Rafael Pereira.
Sis-temáticamente empezaron a aparecer, en puntos diversos de la ciudad y también en algunos espacios salvajes, cadáveres enmascarados sobre los que la policía forense de la unidad robótica estableció un diagnóstico tan unánime como tajante: asfixiados por su propio aliento.
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lunes, 8 de junio de 2020

Adagia andante (12)

Que tu acto de fe sea el poema. También el vuelo de tu corazón.
El pensamiento es algo vivo. Y es preciso compartirlo con los otros.

La poesía avanza en todas direcciones. Y busca comprender —o al menos enunciar— lo inexplicable.
El poema, además de su asunto, tiene como objeto saber qué es un poema.
El no saber es la fuente más caudal de la poesía.
Tiene el poema la condición del ave que se pierde en la espesura.
Allí donde no alcance a llegar la inteligencia tal vez abra caminos la voz de la emoción.
A la luz de la imaginación (o con la imaginación encendida), la realidad aumenta de tamaño y se hace más visible.
Dice Stevens (cláusula 211), no sin humor, que «el joven poeta es un dios. El viejo poeta es un vagabundo». Tal vez sea verdad. Sin duda, es cierto.
Pues todo lo que importa está en la mente: vive en ella el terror, junto con aquello que puede defendernos del terror. En eso consiste ser humano.
El poeta nunca olvida la vida de la mente. Y asiste a cada instante a la lucha que allí tiene lugar.
La mente es, junto al aire, el lugar del poema.
El poeta rara vez es un héroe. Su prestigio nace del prestigio intocado de la poesía.
El prestigio de la poesía es tan evidente como inexplicable. Tal vez sea la última manifestación de lo sagrado.
Es increíble el escaso valor de la poesía. Tan increíble como su universal supervivencia.
Tiempos confusos: el mundo, de hecho, no podría vivir sin poesía. Con poesía, también resulta incomprensible.
La poesía es el universo. El solo verso.

Las avispas

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Manolo Quejido: El barrendero, 1986. Col. Particular (?).
El escenario del viejo teatro permanece vacío durante un buen rato. Al levantase el telón vemos a un barrendero que está recogiendo del suelo las hojas de lo que seguramente, durante la noche, habrá sido un vendaval. Cuando llega al centro de la escena se detiene, se limpia el sudor y, apoyado sobre la escoba y mirando con fijeza al público, declama:
El pensar fundamental
digo yo que no es lo mismo
ni siquiera
que el rastro del animal
que olisquea en el abismo
una bandera.
Se agacha y, de entre las hojas amontonadas, saca los jirones de lo que parece ser una enseña de colores. La guarda en su cubo portátil y, mientras sigue andando, se le oye canturrear:
Y, dispuesto a dejar huella
como un rastro bien visible
en el paisaje,
siembra bilis y querella
con furor de incombustible
viejo ultraje.
Al llegar al final del proscenio, el barrendero asciende con sus herramientas por una pequeña rampa que lo vuelve a situar en medio de la escena, pero ahora a metro y medio del suelo. Desde allí, y mirando nuevamente al público, dice:
No se engañe nadie, infiero,
pensando que se detiene
su estulticia:
es un enemigo fiero
con esa tirria que tiene
y su avaricia.
Al concluir, mira hacia el cielo y extiende una mano como quien comprueba si llueve. Cae el telón. La escena permanece en silencio durante unos minutos. Se oye un raro zumbido que poco a poco, pero de forma perceptible, va creciendo. Y un poco después se oyen los truenos y se ven los relámpagos de un tormenta. Apertura de plano. La cámara sobrevuela el patio de butacas, vacío, aunque en algunos asientos se ven maniquíes y grandes figuras recortadas. En un rincón de la pantalla, mientras la tormenta arrecia, puede leerse la palabra
FIN
...

domingo, 7 de junio de 2020

Los sonámbulos

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Honoré Daumier: La noche: Paseantes» (o Los noctámbulos), 1847.
 National Museum Cardiff, Gales.
El noctámbulo inmóvil, prisionero de las horas sin dueño desde más allá de la medianoche y hasta antes del alba, siempre supo que no estaba solo. Lo que no imaginaba es que los corredores velados de la luna llena —"luna rosa" la llaman en estos tiempos más bien desvaídos— pudieran estar llenos de tantos Iluminados. «Somos legión», se dijo. Y, sin pensárselo más, se sumó al corro.
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sábado, 6 de junio de 2020

Nostromo

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José Chávez Morado: Los embozados, 1955.
Dijo su nombre y nos fue saludando uno por uno. Parecía difícil de creer, pero aún recordaba detalles tan nimios como las películas favoritas de cada cual o las aficiones que imprimen carácter —filatelia, mariposas, minerales— y hasta la manera que teníamos de ponernos la mascarilla. Por esto último, a todas luces un dato inconsistente en su relato, supimos que era un impostor. Y decidimos deshacernos de él.
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viernes, 5 de junio de 2020

É la nave va

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Ilustración: ©️Javier Serrano, 2020
Una ráfaga de tiempo dio la vuelta al paraguas y lo transformó en una barca, acogedora y ágil, para afrontar las mareas de la vida. ¡Hay que ver el poder simbólico y real de algunos objetos cotidianos! ¡Quién no tiene, incluso sin ser galaico, al menos un paraguas en su vida?
El mío más persistente me acompaña desde aquellos días pasados en el pueblecito italiano de Arco, en la provincia del Trentino-Alto Adige, muy cerca del lago de Garda, tal vez en el verano de 1996. Una mañana, visitando Trento, al pie del Castillo de Buonconsiglio y la singular Torre Áquila (¿no conocen aún sus prodigiosas pinturas murales de los meses?), nos sorprendió un temporal, si no bíblico sí tridentino, y hubo que buscar en las muy tradicionales y recoletas tiendas de la histórica ciudad un “ombrello” capaz de protegernos. Como éramos cinco, optamos por un ejemplar amplio y fuerte que, en todo su esplendor y sin dejar de ser serio y elegante, propiciaba un abrazo casi de sombrilla playera.
Hubo, además de ese primer paseo, otros muchos en aquel verano lluvioso y feliz, incluida más de una caminata junto al gran lago, entre las velas de pequeñas embarcaciones cabeceantes, algún yate poderoso y numerosas sorpresas escondidas en lugares como Limone, Malcesine —con el castillo que fascinó a Goethe—, Peschiera o la propia Riva di Garda. Y sin olvidar las altas caminatas por el Monte Baldo ni la inquietante sugerencia de Salò... Desde entonces, ese gran paraguas, al que recientemente bautizamos como El Abuelo, viaja siempre con nosotros en el coche y, en cierto modo —ahora lo veo claro—, se ha transformado en un vehículo mágico y protector en nuestro camino a través del tiempo.

jueves, 4 de junio de 2020

En son de Paz (7)

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Octavio Paz revisando un ensayo. La escritura interminable.
(En son de Paz, 21). En una de las cartas dirigidas a Pere Gimferrer (y que este recopiló y editó en el volumen «Memorias y palabras», 1999), Octavio Paz escribe: «Querido Pedro: Lo que me dices de “Pasado en claro” me conmueve. Gracias —¿qué más puedo y debo decirte? Te contaré algo que quizá te interese. Empecé a escribir ese poema sin saber exactamente lo que hacía. El tema fue apareciendo lentamente, brotando, por decirlo así, del texto ya escrito y de una manera independiente de mi conciencia y de mi voluntad. No al “dictado” del inconsciente o de la inspiración; yo —mi mano, mi cabeza, mis sentidos, mi mente y, claro, el diccionario a mi lado— era el que escribía, pero escribía lo que, sin decirlo, me decía lo ya escrito. No sé si me explico: el texto producía el nuevo texto —o para decirlo de una manera menos brusca: lo ya escrito me señalaba el camino que debería seguir. Algo semejante ocurrió con “Piedra de sol”. [Añadido en nota: Algo muy distinto a la “escritura automática”—que no fue ni es sino una quimera una “idea” (y yo hablo de una “práctica”)]. Y algo más, que sólo a ti te cuento por ahora y que te ruego no divulgues sino hasta que aparezca una nueva edición del poema. Lo terminé aquí, el año pasado. Después, en México, cuando ya estaba el original en la imprenta, durante una temporada que pasé en Cuernavaca, escribí 44 líneas más —verso 15 de la página 18 a verso 7 de la página 21. Pero unos pocos días después, al releer el nuevo pasaje, descubrí ciertas falsedades. Llamé a Vicente Rojo —que se encargó de la edición— para preguntarle si podía retirar unos 20 versos, los mismos que había añadido hacía unas semanas. Me dijo que ocasionaría un trastorno considerable, que ya había hecho varios cambios, etc. Tenía razón y me resigné. Pero no del todo. Aquí otra vez al releer el poema, hice unas cuantas correcciones y escribí de nuevo parte del pasaje: 18 versos, justamente los que desde un principio me parecieron gratuitos, no necesarios. Te los envío con esta carta para que corrijas tu ejemplar».

La carta está fechada el 21 de octubre de 1975 en la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachussets, en cuyo Departamento de Literatura Comparada fue Paz profesor. Resultan admirables tanto la precisión de los datos sobre la escritura del poema, y lo que revelan sobre el proceso de creación, como la impresión de seguridad y “sentido de trascendencia” desde el que se escribe (pese a lo titubeante de la sintaxis: “no divulgues sino”) y, por último, el gesto del amigo que le encomienda y facilita al corresponsal la corrección de su ejemplar de la obra para ponerlo en orden. Instantáneas de intimidad que acaso sirvan, además de para precisar algún rasgo del carácter del autor, para comprender la seriedad y exigencia con que afrontaba su trabajo.

¡Atrás, Sarta!

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Michael Pacher: San Agustín y el Diablo, 1471-1475. Alte Pinakothek de Múnich.
Como es bien sabido, los nombres del demonio son muchos, pero los demonios sin nombre son aún más. Por eso conviene estar prevenidos y tener siempre a mano un «¡Atrás, Sarta!». Fórmula infalible, tal vez porque su carácter capicúa desconcierta a las bestias de tal forma, que acaban reducidas y hechas un nudo sobre sí mismas, e incluso se conocen casos en los que han llegado a desaparecer, consumidas o tal vez evaporadas, sin dejar huella.
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miércoles, 3 de junio de 2020

Laberinto (f)

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Obra de Xavier Grau, uno de lo más destacados representantes españoles del expresionismo abstracto.
Falleció el pasado 30 de mayo 2020, a los 69 años.
Allí está y estaba él, él mismo, hecho sólo de unas pocas palabras, pura identidad destinada a crearse en los enlaces eléctricos de esas previsibles o imprevistas neuronas ajenas —sí, esas— y obstinado en medio de un nuevo laberinto, como el artista «orientado hacia una abstracción que mantiene inalterada la tensión interna entre el color y el dibujo, sin reducir su vivacidad cromática ni el movimiento de sus superficies, que están contenidas por el ritmo de las formas que articulan su estructura interna», y en busca, siempre y ahora, de una salida. Esta.
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martes, 2 de junio de 2020

Marta Peirano: una alerta

Retrato de Marta Peirano.
La periodista y escritora Marta Peirano. Foto: Álvaro Minguito

(En voz alta). «Cada día se generan 2,5 quintillones de datos, en parte enviando colectivamente 187 millones de correos y medio millón de tuits, viendo 266.000 horas de Netflix, haciendo 3,7 millones de búsquedas en Google o descartando 1,1 millones de caras en Tinder», escribe Marta Peirano en su libro «El enemigo conoce el sistema», publicado antes de la Pandemia y del pandemonio tecnológico asociado. ¿Alguien ha podido actualizar las cifras, añadiendo los nuevos usos y las milongas del teletrabajo? Ahí andamos. Por lo demás, he aquí una entrevista para desmenuzarla, respuesta a respuesta (graciñas, Nando - Fernando Ramos Núñez).


El paraguas

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Ilustración ©️Javier Serrano, 2020.
Entonces aún no lo sabía, pero ahora no tengo ninguna duda. Aquella tarde lluviosa, en la ciudad de la piedra dorada, mientras caminaba hacia la Alamedilla desde el rocoso internado de la Avenida de Valladolid, lo que me salió al paso en forma de paraguas fue un rincón del paraíso.
Como en la canción, ella caminaba por mitad de la calle, bella y ajena, y yo tuve la impensada osadía de invitarla a guarecerse. Su mirada fue tan dulce y expresiva, tal vez tan misericordiosa, que estuvo durante años acariciándome el corazón y algún desvelo. En aquel momento, además, me sirvió para vencer los temores ancestrales y la mucha timidez. Aún me conmueve recordar que, haciendo uso de una frase que en realidad no aprendería hasta mucho más tarde, me puse a su lado y le dije:
—No soy poeta, pero tengo un paraguas.
Después caminamos, juntos, un buen trecho bajo una lluvia tópica e interminable.
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lunes, 1 de junio de 2020

Pasión lectora

Agatha Christie, la apasionante vida de una mujer sin ningún ...
Agatha Christie al pie de la máquina, en una fotografía de 1946.
(En voz alta). Muy recomendable este largo y sabroso artículo de J. A. Montano sobre su pasión lectora y su deuda con Agatha Christie. Es admirable con qué precisión recrea ("inventa": en su sentido etimológico) un mundo de sensaciones y experiencias que acaban siendo decisivas para algo no accidental en su vida: su condición de lector. 

El artículo me ha atraído también de forma especial por alguna coincidencia de fondo: sin llegar a sentir la pasión que él describe y, desde luego, sin haber leído todas sus novelas (tal vez me quedé en media docena), la reina de la novela policiaca fue también para mí, y a edad parecida, la primera gran experiencia lectora. La fascinación ante el argumento, el poder de la intriga, la sucesión encadenada de azares que acababan encajando... todo eso que Montano explica con tanta precisión fue el desencadenante de una afición que derivaría en adicción y sin duda en el mayor regalo que haya recibido nunca. 


En mi caso fue la originalísima El asesinato de Roger Ackroyd con su peculiar “punto de vista” (no lo desvelaré), la que puso en marcha una rueda de atracciones y afectos que tenía algo de noria emocional a la que sin cesar deseaba estar subido. Recuerdo bien el húmedo y algo siniestro lugar donde conseguía mi botín (una muy modesta biblioteca pública situada en dos o tres habitaciones de un viejo caserón de mi ciudad) y tengo muy presente también el salto cualitativo que esa experiencia supuso respecto a los tebeos y otras lecturas —las “vidas ejemplares“, por ejemplo: tebeos al fin—. Un gran artículo, en suma, desencadenador de sintonías. No se lo pierdan.

Adagia andante (11)

En el principio fue el ego. Y de ahí nació el dios.
Dios o la Belleza. Dios o la Verdad. Dios o la Bondad. Uno y trino. ¿Tres en uno?

La poesía es el camino que la inteligencia recorre para no enloquecer. Tal vez sea esa su única forma de vencer a la muerte.
La muerte y su valor romántico. No es difícil suponer que de ahí arranca la leyenda dolorosa.
No es lo mismo decir que hacer. La poesía trabaja conociendo ese filo. El poema es un acto en potencia. La palabra en acción.
El instrumento principal de la escritura es el estilo. Por eso, precisamente, «un cambio de estilo es un cambio de asunto» (WS, 187).
La poesía es el resultado de una acción mental y sensible.
A menudo las palabras crean el mundo. Pero hay un mundo que está más acá de las palabras.
La tensión del decir es siempre una evidencia. Aunque no alcancemos a saber qué significa.
La ignorancia es siempre un erudito (y lo inaudito).
Y todo arte es siempre imitación. A veces nueva.
Por muchas piruetas mentales que nos permitan las palabras, sabemos bien que no somos saltimbanquis y que vivimos en un mundo sin salida.
Hay algo en la locura que nos cura. Incluso sin los juegos de palabras.
Entre lo real y lo ideal no hay término medio, solo una fantástica y acaso inexpresable colisión.
Si algo no te conmueve, pasa de largo.
El mundo eres tú mismo. La vida eres tú mismo. No te equivoques.
Nadie nunca en ningún sitio va a deletrear por ti el poema.
Tú eres tu dios. Y el infierno está dentro.