Cartel en la calle Víctor de la Serna, de Madrid.* |
Señuelos sembrados por la ciudad que marcan rumbos posibles. Aquel ya no tenía otra virtualidad que las de recordarle un nombre admirado, y llevarle por caminos de la memoria tan precisos (o reconstruidos) como los de aquellos días, circa 1976, en los que cada pocos días peregrinaba al cine de la calle Sainz de Baranda (quizás Baranda de nombre) donde se puso la mayor parte de la obra cinematográfica del cineasta italiano, un creador apasionado, comprometido, diferente. Sin duda, un poeta. Aunque ahora alguna de aquellas impresiones le parezcan borrosas, alambicadas o incluso ingenuas. Pero siente aún que hay tantas secuencias inolvidables… «PPP, uno de los nuestros —se dice mientras saca el móvil y hace una foto—; aunque no podremos saber nunca si él nos consideraría de los suyos». Mundo complejo, fascinante, inestable, fugaz (y esto lo digo yo).
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