lunes, 26 de diciembre de 2022

LOA DEL SOL NACIENTE

Estela o cipo egipcio que representa al dios Horus. Datada en el siglo VII a.C.
Metropolitan Museum of Art (TheMET), New York.

Había concluido como siempre un ciclo antiguo y el tiempo parecía destinado a proseguir de forma indefinida el camino sobre sus viejas huellas. De pronto lee en un libro que alguien le ha enviado palabras que le suenan familiares, incluso propias. Lo son. O no: quizá le pertenezcan en verdad al destinatario, que las da como anónimas, con un implícito asentamiento, con un trato que en cierto modo las salva del olvido. Lo toma como un buen presagio, tal vez como una de esas pulsiones apotropaicas que lee en el poema, sin duda improvisado, de otro amigo y, piano piano, y porque una cosa lleva a la otra, lo acaban conduciendo hasta la imagen del dios que se muestra de frente ante la luz, alzado sobre los cocodrilos y sujetando en ambas manos cerradas unos muy familiares cíngulos de los que penden animales que a menudo comparecen en sus sueños. Y todo ello mientras cree que el Papa, en su comparecencia para la bendición urbi et orbi, no cesa de pronunciar un nombre muy familiar (“Alfredo, Alfredo”), hasta que cae en la cuenta de que en realidad está lamentando las consecuencias de las guerras y otras penalidades, que dejan expuestas “al freddo, al freddo” y al hambre y a la enfermedad a millones de personas. No es fácil remontar el vuelo cuando el año finiquita entre tantas penalidades, pero es acaso más necesario que nunca hacer la loa del sol cada día naciente y confiar en su poder benefactor. Así sea.

(LUN, 524)

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