Juan Soriano: «La muerte enjaulada» (serigrafía), 2001. Colección Marek Keller.
De sus viejos sueños de poeta ya sólo le quedaba la vanidad. Y como tampoco conseguía estar a la altura de la imagen de sí mismo que la vanidad le reclamaba, la transformó en soberbia. Con ella, al principio tampoco parecía estar a gusto, pero poco a poco la fue ablandando, domando, superponiéndola a su cuerpo, hasta hacerla tan cotidiana como un espejo o la percha en que se cuelga un traje. La convirtió, en suma, en su verdadera casa. Y en ella persevera desde entonces mientras se consume como carne de mausoleo.
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