lunes, 24 de febrero de 2020

Adagia andante (3)


El mundo está lleno de poemas. Pero, al igual que no todos los objetos son iguales, también los poemas difieren entre sí. Hay que hallar pasadizos entre ellos.
Escribir es viajar. Un poema es un itinerario. La poesía incluye también la ciencia cartográfica.

Todo poema es un poema experimental: brilla, borbotea, arde, se evapora.
Todo poema verdadero tiene la verdad dentro. Pero no conviene confundir la luz con lo que brilla.
Todo poema es un poema social. No existe al margen.
El poema ilumina lo que hay y al mismo tiempo engendra su propia sombra.
No se debe caer en la trampa de los juegos de palabras. Pero todo está vivo en el poema: incluidos los cruces de caminos.
La poesía siempre es cosa de dos.
La fe es lo que cuenta. Aunque al Dios, en verdad, le dé lo mismo.
El espacio y el tiempo —ya Kant lo supo— son sólo categorías de la sensibilidad. Puede que nuestro cerebro también esté configurado de ese modo. Un poema es el espacio donde se expresa el tiempo.
Vemos lo que hay. Hay lo que vemos. Ay. El pensamiento también tiene ojos.
El poema —incluso si se entiende— es siempre irracional.
No se contenta el poema con nada que no sea la vida entera.
El poema es real.
El poema —conviene volver a subrayarlo— es el ojo de la mente. El mundo es un estado mental. Y la vida es noble. Y es buena. Y es sagrada.
En el poema cabe cualquier cosa. Pero no hay nada que por sí solo sea poético.

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