Anuncio de época del proyector NIC. Curiosamente el dibujo me trae a la memoria otro «hito visual»: el tebeo de negritos que era la página más divertida de la revista Aguiluchos, una publicación de los misioneros combonianos que todavía he podido ver en alguna caseta de las ferias del libro. El baúl de recuerdos de la Red es un tesoro. |
Recuerdo ahora, no sé bien por qué, la tarde aquella, al borde de la Navidad, en que me desperté en el patio de butacas del cine Coliseum adonde había ido a ver, por quinta o sexta vez, una película sentimental muy triste: Sin familia, una historia de orfandad y penurias. Apenas me acuerdo ya de su argumento. Las entradas las regalaban con la compra de los juguetes de Reyes en los Almacenes Tomás, cuyo dueño lo era también del cine contiguo. Y no sé si fue aquel año cuando en casa nos echaron la máquina de cine NIC, con películas de papel plastificado —un muy ligero celuloide— y un disco de pizarra con un rudimentario plato y un desmontable y tosco brazo lector, en forma de pequeño cuerno provisto en su punta de una gruesa aguja, y que giraba al ritmo de la misma manivela con la que se hacía avanzar la proyección, de modo que el contenido de sus microsurcos, la supuesta banda sonora, resultaba por completo ininteligible. Lo más claro que alcanzamos a identificar en la confusa cantinela decía algo así como «¡Dale, Pepito, no tengas miedo!». Llegué a organizar sesiones para los compis del barrio y hasta hice carteleras para anunciarlas. El día del estreno, la bombilla del aparato se calentó tanto que el papel empezó a echar humo. Julito, el más pequeño de la panda, se asustó mucho y estuvo varios días diciendo: «Tine quema, no guta nene». Estamos vivos de milagro.
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