domingo, 10 de mayo de 2020

El camino del sol

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Ilustración ©️Javier Serrano, 1920
Cuando era niño creía que mi casa era un castillo. Y cada día salía por su puerta más pequeña para emprender el camino hacia el colegio. Iba por un calle casi siempre en sombra —pese a su nombre—, llena de nobles edificios blasonados y de viejas casonas con amplios portalones que dejaban entrever frescos zaguanes.
El colegio era otro edificio palaciego (palos de ciego) con hermosas columnas de granito flanqueando las dos puertas de entrada sobre las que eran muy visibles sendas aldabas con forma de toro. Al lado, con porte casi catedralicio, alzaba su torre barroca la iglesia mayor de Santa María, a la que todo el mundo ha llamado siempre “La Colegial”, aunque son ya muy pocos los que recuerdan que sus clérigos fueron la causa de unas páginas muy brillantes de nuestra literatura y menos aún los que son conscientes de que en un sencillo nicho de su claustro están las mondas óseas —quizá ya sólo polvo— de un espíritu lúcido y zumbón.

Esta mole eclesial abre su gran ojo de cíclope —un rosetón de filigranas mudéjares— hacia la que llaman por imbatible nombre Plaza del Pan, lugar de viejos juegos, de muchos hechos, de no pocas imaginaciones, y acaso el sitio hacia el que más veces me veo volver en sueños, a menudo, y de forma extraña, montado a horcajadas sobre el breve pero acogedor lomo de un asno.
Y es que en el sueño pasa como en la vida o en la escritura: a menudo uno se echar andar por el mero placer de hacerlo y nunca sabe bien qué rumbo van a tomar sus pasos.
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sábado, 9 de mayo de 2020

El invisible (t)

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Messa (Francesc Sempere Fernández de Mesa): Un fantasma en el estudio, 1955.
Col. Particular.

«Veo que me miráis como si no estuviera», leyó. «¡Vaya! —se dijo—, míralo: implora la luz amortiguando sombras». Y sin salir del juego ni darle más cuerda, concluyó con lo primero que había pensado, algo a mitad de camino entre la conjetura y la perplejidad: «A ver si el invisible va ser en realidad un fantasma...»
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viernes, 8 de mayo de 2020

Virus a la vista



(Al hilo de los días). Un viejo refrán sostiene que «el miedo guarda la viña». Nunca parece razonable ni justificable recurrir a esa emoción primaria para alcanzar ningún fin. Pero si alguna situación puede excusarlo, tal vez estemos ahora de lleno en una de ellas. Y al borde de un precipicio. Tómense esto bajo la especie de simulación realista que se muestra en el enlace: así veríamos el mundo de ahí fuera si lleváramos un gran microscopio de efecto túnel en cada ojo. Incluso, me dice alguien, es una visión “edulcorada”: habría que ver el paisaje interior de muchos cuerpos. Por no hablar de las mentes...

Residuos nucleares

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Creación de Sara Joncas para el David Lynch Tribute Art, organizado por Spoke NYC
con motivo del estreno de la III temporada de Twin Peaks, en abril de 2017.
Le gustaría saber a qué puede deberse el hecho de que esta mañana, sin nada en apariencia que lo explique —¿tal vez una ráfaga de música imprecisa?— y con la viscosidad de un plástico duro, al despertar le asaltó una pregunta: ¿quién mató a Laura Palmer?
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jueves, 7 de mayo de 2020

Gubia

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Sitial del coro de la catedral de Plasencia, tallado por Rodrigo Alemán y otros maestros (siglos XV-XVI).
En una especie de antecedente de lo que después se llamaría Plástica, el padre Orcasitas, un artista él mismo, nos enseñó algunas muy valiosas técnicas para realizar entretenidos trabajos manuales que, en algún caso, nos permitieron fantasear con los viejos talleres de arte renacentistas. De aquellas lecciones prácticas recuerdo con especial insistencia el día en que aprendimos a manejar la gubia, que fue tal vez la misma jornada en que aprendimos su nombre. Con aquella nueva herramienta pudimos crear, casi sin darnos cuenta, pequeñas obras con cuadros maestros que desde entonces no han dejado de ser parte de nuestra vidas. La mano del arte es muy larga y, lo que es más importante, nunca deja de acariciarnos.
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miércoles, 6 de mayo de 2020

El déjà vu del déjà vu



(Al hilo de los días). ¿Con qué expresión podríamos denominar un déjà vu de un déjà vu? Es algo parecido al parecido de un espejo reflejado en otro espejo que lo refleja, ya ustedes me entienden. Y todo ello sometido a la distorsión reflejante del túnel del tiempo. Algo así, mezclado con una punzada de vértigo de noria, he sentido en las últimas horas al ver mencionada, repicada, reproducida y jaleada la vieja portada de la revista «Hermano Lobo» con la muy manoseada pregunta sobre la alternativa entre los gobernantes y el caos. Sabíamos que la imaginación de nuestros políticos es más bien de vuelo gallináceo, casi sin excepción. Lo que a estas alturas se hace muy duro de soportar es que parezca casi imposible salir de una portada de una revista de humor que se publicó con el franquismo todavía vigente. Y seguro que no es la última vez que comparece. Al tiempo.

Alíen

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Ferdinand Georg Waldmüller: Die Erwartete, 1860. Neue Pinakothek, Múnich.
Llevábamos ya varias semanas instaladas (las almas) en la Extrañeza (un estado cuántico), cuando comenzó a abrirse paso la especie de que al fin íbamos a recibir el mensaje que estábamos esperando y que muy en breve sabríamos cuáles habrían de ser los pasos siguientes, qué debíamos hacer, qué cabía esperar. Fue poco después cuando en todas las pantallas se iluminó el mismo mensaje:
«~Alíen~~Alíen~~Alíen~»
Hubo muchos que pensaron en una señal inequívoca venida desde los confines exteriores. Pero el Maestro Gramático no tardó en sacarnos del error:
—¡Ni marcianos ni leches! ¿No ven que ahí hay una clara tilde sobre la i? Esto es un reflejo emanado de nuestra conciencia y es evidente lo que nos está pidiendo.
De modo que ya estamos avisadas (las almas). A ver ahora.

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martes, 5 de mayo de 2020

La voz de Idir


(En voz alta). Uno tiene, como dijo alguien, muchas lagunas en su incultura. Una de ellas tiene que ver con el desconocimiento de formas del arte que deberían estar presentes en nuestro ámbito de intereses y, sin embargo, son sólo carencias. Al grano: acabo de enterarme de la existencia de un excepcional músico argelino llamado Idir al mismo tiempo que leía la noticia de su fallecimiento en el periódico. En otro tiempo, el dato hubiera pasado por mi vida sin pena ni gloria (o, como mucho, recortado para formar parte del lemario de alguna enciclopedia: del repertorio de necrológicas del suplemento bianual del Espasa, por ejemplo). Gracias a la maravillosa mano de la tecnología, en esta ocasión he podido localizar esta delicadeza en YouTube y, al compartirla aquí, y más tarde colocarla en mi blog, sé que dejo a buen recaudo y resguardo un magnífico hilo de seda del que tirar. De momento, celebro que un poco de belleza ha vuelto a salirme al paso. Albricias.

El paseante: los orígenes

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Ilustración ©️Javier Serrano, 2020
Si se pone a recordar cuál pudo ser el primer paseo de su vida, en su memoria se entremezclan dos lejanos fogonazos, cenizas casi de un perdido resplandor. En uno se descubre de la mano de dos jóvenes militares —tal vez dos reclutas del cuartel del Cerro Negro—, caminando muy ufano entre ellos, mientras ve venir hacia él a la madre, muy alterada pero sonriente, a causa de lo que años después sabrá que fue un afortunado hallazgo y reencuentro, tras el susto grande por un niño perdido en el bullicio de la feria.

El segundo vislumbre, que está unido tanto temporal como espacialmente al anterior, lo sitúa frente a una boca de riego en unos jardines cercanos a una ermita: allí está mirando el charco de broza y hojas que se ha formado alrededor de una tapadera de metal removida y, de forma inexplicable, acaso por torpeza o por curiosidad, poco después está comprobando desolado que ha ido a meter en él un pie —izquierdo o derecho, qué más da— justo la mañana en que acaba de estrenar sus primeros zapatos Gorila, tan preciados en aquellos tiempos, además de por su graciosa forma redondeada, por la pelota de goma maciza que regalaban con su compra y que, botada con habilidad y fuerza, podía elevarse hasta alturas casi inverosímiles.

De lo que ya no queda huella alguna en su memoria es de lo que ocurrió después, al regresar al banco del que se había alejado y donde tal vez tuvo que inventar alguna excusa más o menos fantasiosa —«es que se me había caído la canica dorada»— para explicar aquel desastre y poder volver a casa sin otros contratiempos.
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lunes, 4 de mayo de 2020

Adagia andante (7)

«No hay diferencia entre Dios y su templo», dice Stevens en la cláusula 96 de sus «Adagia». Tiene razón, aunque no siempre sea fácil percibirlo.
Y más a menudo aún no es fácil entender que tiene todo esto que ver con la guerra y el dinero.
La poesía se funda en las palabras. Un poema no es más que un intercambio de palabras. Pero a menudo, incluso casi siempre, los poemas se hacen de rogar.
No siempre acuden las musas a las mesas. Algunas, caprichosas, incluso prefieren el arte caminado o la proximidad del agua.
Tampoco está siempre a punto la imaginación. La imaginación es la invención de lo real: un hallazgo.
El poeta es siempre el primer lector del poema. A veces o a menudo —pero quién puede saberlo— el único.
De lo que no hay duda, en cualquier caso, es de que cada poema muere su propia muerte.
Y en esto —¿veis?— no hay diferencia entre poemas y personas.

Versos para comérselos

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(Al filo de los días). Aunque hace ya varios días que está en casa, a partir de hoy llega de hecho a las librerías la última obra de Sagrario Pinto: Versos para comérselos, un libro de poemas para niños de 5 a 99 años con «las cosas del comer» como telón de fondo. Viene, además, en compañía y de la mano de los deliciosos dibujos de Teresa Novoa, que potencian con sugerentes propuestas animales la imaginación de las lecturas. Así que, ¡hala!: todos los que tengáis hijos, nietos, sobrinillos, parientes, vecinos, amigüitos y amigüitas, en general, no os podéis perder un menú tan apetitoso. Está asegurado el servicio sin corona. Y, como ya se ve por la singular cubierta, todo parece indicar que su lectura favorece la «inmunidad de rebaño»; es decir, la que se puede lograr mediante la preocupación solidaria y responsable por la salud de todos, lejos de los balidos borreguiles con que no dejan de dar la barrila los incombustibles validos y heraldos de la muerte. ¡Buen provecho!

El Sirena

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Antonello da Messina: Ritratto d’uomo (‘Ritratto Trivulzio’)», 1476.
Museo Civico d’Arte Antica, Torino. Foto: Studio Fotografico Gonella.
Me llamó un día pero no me contó apenas nada de su vida en los últimos meses. Tan sólo que había decidido volver a las profundidades y a su tesis sobre “los prolegómenos a toda metafísica futura y su hipotética influencia en la diversificación sexual de la especie humana en las postrimerías”, un asunto en el que bien puede considerársele la primera autoridad mundial, tal vez la única. Siempre ha sido muy reservado con sus cosas.
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domingo, 3 de mayo de 2020

Miña nai...



(Al hilo de los días). Viejas melodías, viejas calles, viejas costumbres, viejas sensaciones, viejas sugerencias. Y el mismo calor. Feliz día de la madre.

El invisible (t)

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Foto de Daniel Tate.
Antes de salir a dar su paseo nocturno, me dejó escrito unos mensajes con la tinta simpática que él mismo se fabrica. Aquí los cortipego:
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sábado, 2 de mayo de 2020

Deslumbramiento

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Giuseppe Pellizza da Volpedo: Il sole, 1904.
Galleria Nazionale d'Arte Moderna e Contemporanea, Roma.
Y entonces se hizo la luz...

Entonces la luz y se hizo...
Se hizo y la luz entonces...
La luz entonces se hizo y...
Hizo y entonces la luz se...
Luz y entonces se la hizo...
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viernes, 1 de mayo de 2020

¿Quién mata a quién?



(Al filo de los días). Si al final (o al hilo) de un intercambio de mensajes con un amigo —tocayo, por más señas— comparece este vídeo del año 79 urdido en torno a una canción no sólo resonante sino casi ya redundante, por el enorme juego que su mensaje nos brinda para entender (y no) el tiempo que vivimos, ¿qué menos puede 1 hacer sino compartirlo? Por fortuna, ciertas “cosas de época” no sólo siguen estando vivas y operativas sino que tienen la virtud de erigirse en baluartes de una cierta continuidad... tan incierta. Por lo demás, ¡viva la Radio!

Unos minutos de publicidad



(En voz alta). No suelo incluir, al menos de forma consciente, publicidad en este muro. Pero hoy me voy a permitir una excepción con esta pieza de mi amigo Bruno Galán para Oisho. Es fresca, alegre, luminosa. Y acorde con el mes de mayo que hoy se inicia. ¡Hala, a abrir ventanas! Y mañana, a la calle... un ratito. (Gracias, Celia).

Un paisaje de Oniria

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Álvaro Delgado: Casa junto al río, hacia 1960. Acuarela.
En el sueño, seguramente por influjo de estos relatos, había llegado a un pueblo llamado Oniria que se quedó fijado en mi memoria como si lo hubiera visitado de verdad. Unos cerros apenas alzados como telón de fondo bajo un cielo tachonado de nubes, pinos, cipreses y otros ejemplares del bosque mediterráneo, casas y caserones dispersos, alguno con un amplio jardín, campos vallados, un río, una barca en medio del río, un hombre remando... Un sueño, en verdad, muy apacible. No me ha extrañado nada comprobar que ya lo había soñado —y literalmente— alguien antes que yo.
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jueves, 30 de abril de 2020

Parrafaear...



Revista de Libros

(Lecturas en voz alta). Una de las cosas que más echo en falta en este confín es el poder "parrafear" con algunos amigos, y preferiblemente de uno en uno y cara a cara, que ese ha sido casi siempre, y en mi experiencia, el verdadero espacio de la amistad. Este largo artículo de Rafael Narbona en la muy recomendable Revista de Libros, entre otras cosas interesantes (y discutibles, claro), tiene la virtud de elogiar, y muy de veras, esos encuentros. Su lectura es por eso doble o triplemente reconfortante. Así que lo comparto.

En son de Paz (4)

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Octavio Paz conversando con Borges y María Kodama,
en uno de sus encuentros. Merece la pena leer este “recuento” de Paz.
(En son de Paz, 14). »Hablamos porque somos / mortales: las palabras / no son signos: son años. / Al decir lo que dicen / los nombres que decimos / dicen tiempo: nos dicen, / somos nombres del tiempo. / Conversar es humano», escribió Octavio Paz en la última estrofa de un poema (“Conversar”) incluido en su libro “Árbol adentro” y concebido —tal vez improvisada: su ágil vuelo así lo indica— como respuesta a un verso leído: “Conversar es divino”, que según el propio Paz señala en nota «figura en un poema del poeta portugués Alberto Lacerda dedicado a Jorge Guillén». Y hecha la precisión y puestas las barras, para que el fraseo del poeta no se pierda en las arenas movedizas de las pantallas, inevitablemente pienso en el luminoso verso de Quevedo que describe la lectura como una vida de «conversación con los difuntos» y asiento al completo carácter humano del instinto de compartir palabras, hasta el punto de que tal vez sea difícil encontrar otra fuerza que nos haga sentir más esa condición. «Por eso se explica —me digo, ya en otra fase del diálogo— tu heredada tendencia a hablar hasta en sueños». Y vuelvo al confín de cada día, inmerso en estas y otras sugerencias, acariciando con mis ojos los libros, las pantallas, los reflejos en la calle, siempre con el deseo vivo —humano, tal vez demasiado humano— de que no tarde en dar señales de vida el interlocutor... o ella.


Paz el autor, el lector, el corrector: un hombre de palabra.
(En son de Paz, 15). »[...] la lengua que hablamos es una realidad no menos decisiva que las ideas que profesamos o que el oficio que ejercemos. Decir lengua es decir civilización: comunidad de valores, símbolos, usos, creencias, visiones, preguntas sobre el pasado, el presente, el porvenir. Al hablar no hablamos únicamente con los que tenemos cerca: hablamos también con los muertos y con los que aún no nacen, con los árboles y las ciudades, los ríos y las ruinas, los animales y las cosas. Hablamos con el mundo animado y con el inanimado, con lo visible y con lo invisible. Hablamos con nosotros mismos. Hablar es convivir, vivir en un mundo que es este mundo y sus trasmundos, este tiempo y los otros: una civilización», escribió y leyó Octavio Paz en su discurso de recepción del Premio Cervantes, tal día como hoy del año 1982. En sus palabras de agradecimiento Paz bosquejó un breve recorrido por su biografía como lector, dio un paseo por el lado americano de la lengua, hizo un elogio y defensa de la libertad y, muy significativamente, cerró sus palabras con una reivindicación de la alegría y la humanidad de Cervantes: «Cada hombre —dijo al final de su discurso— es un ser singular y cada hombre se parece a todos los otros. Cada hombre es único y cada hombre es muchos hombres que él no conoce: el yo plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreír». Quién supiera.

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 Octavio Paz: una sonrisa iluminada desde dentro.
Foto tomada del archivo de la Nobel Foundation.

(En son de Paz, 16). »El tiempo del poema no está fuera de la historia sino dentro de ella: es un texto y es una lectura. Texto y lectura son inseparables y en ellos la historia y la ahistoria, el cambio y la identidad, se unen sin desaparecer. No es una trascendencia, sino una convergencia. Es un tiempo que se repite y que es irrepetible, que transcurre sin transcurrir, un tiempo que vuelve sobre sí mismo. El tiempo de la lectura es un hoy y un aquí: un hoy que sucede en cualquier momento y un aquí que está en cualquier parte. El poema es historia y es aquello que niega la historia en el instante en que la afirma. Leer un texto no-poético es comprenderlo, apropiarse de su sentido; leer un texto poético es resucitarlo, re-producirlo. Esa re-producción se despliega en la historia, pero se abre hacia un presente que es la abolición de la historia. La poesía que comienza en este fin de siglo que comienza [1972], no comienza realmente. Tampoco vuelve al punto de partida. La poesía que comienza ahora, sin comenzar, busca la intersección de los tiempos, el punto de convergencia. Afirma que entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, la poesía es el presente. La re-producción es una presentación. Tiempo puro: aleteo de la presencia en el momento de su presentación/desaparición», escribió Octavio Paz al final de su ensayo Los hijos del limo, un luminoso estudio de la evolución de la poesía desde el Romanticismo hasta el último tercio del siglo XX (el texto está fechado en Cambridge, Massachussets, en junio de 1972). Complementario de El arco y la lira (1956), al igual que en otros ensayos, pero de forma muy destacada, Paz pone aquí de relieve un punto de vista, no sólo privilegiado, sino imprescindible: es el de quien habla “desde dentro” de la experiencia que describe. Y lo hace además con una precisión que logra unir, como en un verdadero poema, reflexión y emoción, razón y corazón, verdad y gracia. Uno de los grandes valores de la obra de Octavio Paz es que la mayoría de las veces, si no siempre, pone de manifiesto que ante todo es la obra de un poeta.

Vidas para el recuerdo

De izquierda a derecha, Aurora Ríos, Victoriano Campos, Miguel Sánchez, Claudia Parra y Alejandro Ruiz.
Aurora Ríos, Victoriano Campos, Miguel Sánchez, Claudia Parra y Alejandro Ruiz, los protagonistas del relato de Jabois.
Entre las muchas y valiosas crónicas, artículos y reportajes que Manuel Jabois, mi periodista favorito, ha dedicado al coronavirus y sus efectos, destaca esta semblanza de vidas segadas por la peste. Son unas pocas pero elocuentes pistas que, dentro de sus propia, personal e intransferible tristeza, permiten percibir la enorme herida que está abriendo la implacable pandemia. Jabois aplica, junto a su sensibilidad de escritor atento y exigente, el habitual  toque humanístico y suavemente irónico que suele poner en sus trabajo para dejar un retrato vívido, cercano, brillante y profundamente solidario de los trágicos días que vivimos.

Nota personal: figura entre los protagonista del reportaje, Victoriano Campos Morro (el segundo en la fotografía), padre de mi entrañable amigo Antonio Campos, un extremeño recio, industrioso y sensible (el padre), de cuya alegre vitalidad pude disfrutar en los tiempos de Martín Martínez y el Edificio Herrera, durante unos laboriosos años. Fue Antonio, además, quien me dio la pista de un texto que se me había pasado en el papel. Gracias.
 

El Trepa

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Imagen tomada de la red y cuya autoría, título, fecha, ubicación, etc. desconozco. 
He intentado localizar esos datos, pero sin suerte. Se agradece información.
Durante los días de encierro —medita, y sin comillas, el Confinado—, a veces se me viene a la cabeza, y con fuerza tal que se instala delante de mis ojos, la casi proverbial figura del trepa —ella o él— y en algunas de esas oportunidades caigo en la cuenta de que, en ocasiones, he tenido muy cerca de mí a un verdadero trepa —él o ella—, aunque haya tardado en percatarme de esa su verdadera condición. Y es que —conclusión también de los días del confín—, por extraño y hasta contradictorio que pueda parecer, en la naturaleza del trepa —ella, él, incluso ello— hay una indudable facultad rastrera, excavadora, incluso de babosa, de modo que no siempre es fácil advertir maniobras que en realidad son justamente lo opuesto a lo que parecen. Trepar, reptar, tal vez urdir. El trepa —ella, él, ello—, a su modo, también es un artista.
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miércoles, 29 de abril de 2020

Vuelos

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Manuel Sosa: «Brumas crepusculares desde la cumbre de La Maliciosa», 1998.
Óleo sobre lienzo.
Tomado de la web del artista: Manuel Sosa © 1998.
«No es posible —se dijo al despertar— planear lo imprevisto, pero sí es posible planear sobre ello: sobrevolarlo». Y pensó que aquella iba a ser una jornada de fuertes aventuras, tal vez de largas travesías. Que no todos los días se despierta uno halcón peregrino. Ni con unas enormes ganas de leer.
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martes, 28 de abril de 2020

Adiós a Michael Robinson


(Al hilo de los días). Bye, Mr Robinson. Thanks!! (Y sobran las palabras).

Tubular Bells online


(En voz alta). Esta es la grabación de la gran orquesta mundial online a la que me refería en una entrada anterior. Memorable. Por cierto: aunque Altozano es uno de los participantes destacados, la iniciativa, organización y dirección del macroevento es de Pablo Abarca. A cada uno lo suyo.

El dado dadle

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Jaspers Johns: Watchman, 1964. The BROAD, Los Ángeles, California.
Art © Jasper Johns/Licensed by VAGA, New York, NY Rob McKeever.
Al volver sobre sus pasos, vio ante sí aquel anuncio y en su cabeza se dibujaron tres preguntas: ¿La suerte? ¿La duda? ¿La vuelta? Sabía que la respuesta no estaba ya en sus manos. Y se sentó a esperar alguna ayuda. ¿No llegaría nadie?
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lunes, 27 de abril de 2020

Supersonido 8D


(En voz alta y ¡con cascos!). Jaime Altozano no deja de proporcionarnos sorpresas y alegrías. Iba en busca de esa grabación multinstantánea (!) del Tubular bells de Mike “Campoviejo” Oldfield que, al parecer, tanto está dando que hablar, cuando me encontré con esta pedagógica y fascinante explicación del «Sonido en 8 dimensiones» (una grabación de octubre de 2018). No me resisto a compartirla. Y no dejo de pensar en qué resultados no se podrían obtener con esta fantástica tecnología en el terreno de, por ejemplo, la lectura (y, por tanto, la creación) de un poema. Por cosas como estas —entre otras— es por la que menudo a uno no le importaría haber nacido millenial, aunque fuera en la categoría «perroflauta». Que ustedes lo disfruten. Eso sí, es imprescindible contar con unos buenos auriculares o cascos (estos últimos, no necesariamente de cerveza, jaja, aunque todo ayuda). Y después, si eso, ya me cuentan.

«Esperando a los bárbaros»



(En voz alta). Por motivos que pueden ser fácilmente imaginables, este conocido poema de Cavafis me lleva rondando varios días y hoy, buscando el texto para remitírselo a algunos amigos, he dado con esta extraordinaria lectura de José María Pou, en un acto de la Fundación Juan March. La versión es de José María Irigoyen y está muy bien escandida, con un fraseo que tiene toda la elegancia y flexibilidad que asociamos a la voz del gran poeta alejandrino. No desmerecen, sin embargo, las versiones de José María Álvarez (que fue la que algunos aprendimos  de memoria) ni la más reciente de Juan Manuel Macías, que tiende a privilegiar un lenguaje más enraizado en recursos filológicos, más cercano en suma a la lengua “real”. En todo caso: qué bien nos viene la sensibilidad e inteligencia de uno de los poetas a los que más debemos el sentido “moderno” del poema, tal vez como una forma de nuevo clasicismo.

El tonel

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Jean-Léon Gérôme: Diógenes, 1860. Walters Art Museum, Baltimore, Maryland (Estados Unidos)
Al regresar a casa, arruinado y con la noche hecha piltrafas, comprendió el jugador que tenía bien instalada en su naturaleza una razón de ser productora de monstruos. E intuyó entonces que se iba a pasar la existencia entera tratando de domarlos. Ahora, algunas semanas después, había comenzado a soñar con volver a salir del túnel que tenía por casa, tal vez por vida. Pero no encontraba la manera de salir. Ni de despertar.
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domingo, 26 de abril de 2020

Bicho malo...

Un enfermo de coronavirus, atendido en la UCI del Hospital Clínico de Valencia, el pasado 16.
Hospital Clínico de Valencia. Foto: Mónica Torres/El País.
(En voz alta). Con su habitual habilidad narrativa pero también con cierto “nuevo desorden”, Manuel Jabois escribe esta crónica impresionista hecha con retazos de historias diversas, seleccionadas con el olfato de un gran periodista, y dispuestas de modo que consiguen refrescarnos la memoria, en horas como estas en las que a menudo va siendo difícil saber en qué día vivimos. Cómo se agradece —y ahora más que nunca— el buen periodismo. 

El aciago mago vago

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Amedeo Modigliani: El hombre sentado apoyado en un bastón, 1918.
Col. Particular.
Él creía que no iba a poder salir de su asombro. En realidad de lo que no podía librarse era de su sombrero.
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sábado, 25 de abril de 2020

Monóculo de abril



(Al filo de los días). Cuando llega el 25 de abril siempre me acuerdo de los monóculos que, al parecer, recibió en su domicilio el teniente general Gutiérrez Mellado (¿o era Díez Alegría?), con evidentes sugerencias de que fuera valiente e imitara al general Spínola. O al menos eso se dijo. Aunque sería un bulo. Caprichos de la memoria. En todo caso, está claro que el 25 de Abril por estos lares fue sobre todo la envidia de lo que no pudo ser. Además de la alegría por el bien cercano, vista desde detrás de una celosía. Visité Lisboa unos meses después de aquello y era como desembarcar en otro mundo. Ay, Lisboa, maravillosa ciudad blanca, multicolor y antigua, por qué te querremos tanto...

Las carteleras

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Arte callejero: grafitis y señuelos del pop art en torno al cartel de la película The Kid (1921),
de Charles Chaplin.
En aquel tiempo nuestras diversiones eran muy sencillas. Consistían, por ejemplo, en capturar murciélagos que se habían despistado y allí, en el cuenco de piedra de la fuente, frente a las acacias de la plazoleta, obligarles a fumarse un cigarro sin pausa, hasta que se hinchaban, se hinchaban... Y omito lo que los más crueles de la panda podían hacer después. Pero no saquen conclusiones precipitadas porque, en el fondo, éramos muy ingenuos. Fíjense que a menudo la mayor diversión de la tarde consistía en ir paseando pausadamente hasta la plaza a ver las carteleras de los cines del pueblo, justo al lado de la tienda del zapatero artesano, no por nada llamado Mazuecos. La algazara era doble si ese día ponían una de Charlot o del Gordo y el Flaco, nuestros héroes. Mirar las carteleras con suma atención y comentar entre risas los detalles era ya un poco como ir al cine. Además, si la película era de Drácula o de vampiros, nos servía también de expiación. Estamos ¿vivos? de milagro.
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Vitrinas para las carteleras de cine.
Plaza del Reloj, Talavera de la Reina.
Foto tomada del blog de Méndez-Cabeza

viernes, 24 de abril de 2020

Una curiosa alineación

Manolín Bueno, en un partido con el Madrid en 1961.
Manolín Bueno avanza con el balón. Foto EFE.

(Lecturas en voz alta). Alguna vez he hecho alusión acá o acullá a una curiosa alineación de futbolistas que aprendimos de mocitos, junto con la del Bilbao (así le decíamos entonces al Athletic) o la de la España que derrotó a Rusia, y que rezaba así: Tere, Ponte, Braga, Verde; Bueno (o Mira), Manolín; Murillo, Pinto, Losco, Jones, Del Sol. Ha sido grande mi sorpresa cuando hoy, repasando la prensa en papel de la semana, me he encontrado, en El País del lunes pasado, con uno de esos artículos eruditos y melancólicos que Alfredo Relaño dedica a la historia del fútbol centrado en este tema y con gran precisión de detalles. Curiosamente, al buscarlo en Google he visto que también se ha publicado en el diario As, que es desde donde lo enlazo (en el muro de FB). Al fin y al cabo, todo queda en casa. Y la memoria picarona en su sitio.

Et in Reclusio Ego

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Luz confinada del 26.03.2020, a las 08:04. Foto ©️AJR,2020
¿Me creeréis si os digo que ella se empeñaba en decir la última palabra? Me opuse tajantemente y al final creo que he conseguido darle esquinazo. Incluso me he inventado un truco verbal, algo dantesco pero legítimo, para dejar las cartas boca arriba y las cosas en positivo. Tal vez así pueda vencerla en su terreno. Mirada Última: Evito Rehusar Toda Esperanza.
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jueves, 23 de abril de 2020

El Jugador

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Una tirada de dados... Foto de autor desconocido.
Mientras los días de la peste seguían avanzando, implacables, confusos, desasidos, quizás como vagones de un tren privado de su locomotora o, más preciso aún, de un destino concreto para el viaje, a la altura de esta última metáfora —«y ya no hay más que metáforas», se dijo— sintió que se había incorporado al recorrido un nuevo pasajero de indefinido sexo, incluso de aspecto no del todo identificable, pero en el que de inmediato pudo reconocer, además de un olor persistente, el inconfundible espíritu trágico del Jugador, alguien —o tal vez algo— del que sabía que no iba a parar hasta agotar los caminos de la suerte y que no rehuiría la apuesta decisiva ni el último envite del destino. Y, desde el primer momento, comprendió que aquella compañía ya no lo abandonaría durante el resto del viaje.
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miércoles, 22 de abril de 2020

La Madre

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¿Qué hubiera pensado ella de los días de la peste? ¿Cómo los hubiera vivido? ¿Cuáles hubieran sido sus reacciones, sus dichos, sus rezos, sus énfasis? Al cumplirse un nuevo aniversario, con cifras de tres dígitos que ya van teniendo una dimensión no manejable y que, bajo circunstancias por completo inesperadas, parecen introducirlo en otro modo de existencia de la que cada mañana no es fácil hacerse cargo, en tales circunstancias ha recurrido a lo más cercano y evocador que aún conserva de ella: su propia imagen en los ojos de los otros. Y ha sonreído con su mejor sonrisa, que dicen que es la sonrisa de ella, y que ella a su vez decía que le recordaba tanto a la de su propia madre —la abuela Josefa, que él no conoció—, cuando alguien muy cercano, al verlo mandil en ristre y rodeado de sartenes, le ha dicho: «¡Hay que ver cómo te pareces a tu madre!».
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martes, 21 de abril de 2020

Bienvenidos


(En voz alta). Este mediometraje documental dirigido por Javier Fesser es de 2017 y supongo que ya ha tenido cierto recorrido. Pero yo lo desconocía hasta hoy. Y me han seducido y rendido su frescura, ternura y calidad. Un poco largo para los usos instantáneos y nerviosos de estas redes, merece la pena sin embargo que le dediquen su tiempo. No se arrepentirán. De nada.

El invisible (s)

Fotografía de Abelardo Morell.
Uno de los primeros síntomas del retorno a la normalidad —quién lo hubiera creído tan sólo unos días antes— fue la reaparición del Invisible en un rincón de la casa confinada después de meses de haberle perdido la pista. No quise indagar sobre dónde se había metido ni le hice pregunta alguna sobre su aspecto más blanquecino y claramente decolorado, sin duda fruto de haber tomado poco o nada al sol. Me limité a entregarle el papel que le correspondía en la serie en curso y le pedí que lo interpretara con su habitual solvencia. Cosa a la que el Invisible, gran profesional donde los haya, se ha aplicado sin vacilación, ni excusa, ni reticencia ni páseme usted el río ninguno. De hecho, me acaba de brindar, con rigor interpretativo y extraordinaria contención verbal, una de sus mejores intervenciones. A las pruebas me remito. No me digan que no lo ven. Y por eso mismo.
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lunes, 20 de abril de 2020

Arcoíris en Posperidad

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(Al hilo de los días). La Prospe, ayer por la tarde a la hora de los aplausos, desde mi ventana. Nótese el especial brillo de los pasos de cebra, que parecen estar diciéndome: «¡¡Písame!!»

Adagia andante (6)

Formular teorías sobre la poesía es teorizar sobre nuestra posibilidad de conocer el mundo. Y tiene el peso de la gravedad.
¿Y qué decir de la moral del poema? Tal vez nada distinto de lo que pueda decirse de la moral en sí.
Y luego está lo que ocurre con el romanticismo, que es muy a menudo la enfermedad de la poesía. Y más a menudo aún su salvación.
Vivimos —claro, ¿dónde si no?— en la mente.
El poeta debe tener otras habilidades. De ellas depende el acarreo de materiales útiles y hasta imprescindibles para armar el poema. Es muy conveniente, por ejemplo, conocer —y dominar— la minuciosa ciencia de los astilleros: el poema debe ser un barco capaz de navegar en todo tipo de aguas y corrientes.
La poesía está en todo. Todo poema es una recolección. Si bien tal vez sólo podamos recolectar aquello que ya está en nosotros.
En cierto modo —también en modo cierto— todo poema es un autorretrato. Poesía es carácter. Y el poema un destino.
Sentir con la mente, pensar con los sentidos: ambas son transmutaciones esenciales para el poeta. (Un poeta no es otra cosa que un sensible obrero del pensamiento altamente especializado).
Un poema es simplemente un gesto personal, un modo privilegiado de mostrar (¿lucir?) una máscara.
Y al leerlo —cuando de verdad se lee y se lee de verdad—, el poema compromete toda la vida.
La verdad del poema no tiene contraindicaciones. Siempre señala la dirección correcta. Aunque pueda resultar incomprensible.

Alessandro Marcello (1673-1747): Concierto para oboe en re menor (andante y spicatto). Oboe barroco: Alfredo Bernardini. Ensemble Zefiro. Arcana.
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Doña Pandemia y otro

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Lon Chaney, en su papel de payaso en Laugh, Clown, laugh (1928), de Herbet Brenon.
—Vaya, doña Pandemia, ¡al fin la veo!
—Pues ya ve, no sé de qué se extraña.
—Se me hacía raro, con la que está cayendo, no habérmela cruzado todavía...
—Irá usted ciego, que si no...
—No sé. Pero oiga, si me permite...
—Sí, dígame.
—El nombrecito ese suyo...
—¿Qué le pasa a mi nombre?
—Suena un poco raro, antiguo incluso. Y como a enfermedad.
—No sé. Todo depende. En mi pueblo es frecuente. Y a mis amigas les gusta.
—¿Sus amigas?
—Sí, Teódula, Pancracia, Patrocinio y Anselma.
—Seguro que son todas muy simpáticas.
—Gente, más que nada, de fiar.
—¿Y su pueblo de usted...?
—¿Qué le pasa a mi pueblo?
—No, nada. ¿Cómo se llama?
—Pedrosillo del Río Malo. Un buen lugar
—Seguro. ¿No son de ahí los garbanzos esos tan finos a la par que sabrosos?
—Alguno habrá. Pero lo que allí hacemos bueno son sobre todo los botijos de trampa.
—Ah, qué curioso.
—Y las mascarillas de fieltro verde.
—¡No me diga!
—Sí, son las mejores para catar colmenas.
—O sea que tienen ustedes buena miel.
—Superior.
—¿Y de qué pastos?
—Pues mayormente romero y algo de encina. También hay buenos cirios.
—¿Cómo dice?
—La cerería, tampoco se da mal.
—Claro, lo aprovechan todo.
—No están los tiempos para ningún asco.
Y como la gente de aquí tiene esa costumbre...
—¿De qué?
—De morirse. Ya ve.
—Ah, entonces...
—¡Entonces! ¡Ni que fuera usted memo!
—O sea que...
—¡Ande y lárguese de una vez!
—¿Yo? ¡vaya! ¡ya voy!
—¡Menudo estafermo está usted hecho!
—Pues usted no digamos, ¡so lagarta!
—¿Lagarta yo?
—¡Ya le digo!
—¡Habrase visto! ¡A qué le atizo!
—¡Más que Pandemia tenía usted que llamarse Pandemonia!
—¡Yo le atizo!
—Si me pilla...
Y finjen que se pegan escobazos y salen de la pista como aquellos payasos del circo que tanto nos gustaban (aunque a menudo también nos daban miedo).
(Con la actuación especial de “Los Merluzos” disfrazados de payasos)
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