jueves, 4 de julio de 2019

Arturo Fernández, de una pieza


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De Arturo Fernández, que acaba de abandonar los escenarios camino de la gloria y el olvido, he admirado siempre, por encima de todo y a menudo superando un gesto instintivo de desconcierto, su enorme sentido del humor, que hacía por completo amables sus formas de galán anticuado y prosopopéyico y su a menudo indisimulada mala leche. Me dí cuenta de lo gran actor que era, si no recuerdo mal, en Truhanes, una peli ya de plena madurez, aunque después descubrí otros muchos magníficos papeles anteriores. A menudo me pareció que la aparente facilidad y eficacia de sus actuaciones tenían una explicación sencilla: siempre hacía de sí mismo. Pero eso en realidad no puede ser más que fruto de una capacidad interpretativa trabajada hasta el último detalle. Ha muerto al pie del cañón, como quien dice. Y como, desde Molière para acá, sólo mueren los grandes actores. Y él lo era. Descanse en paz.

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