(CajaDeCitas, 17). Creía que se me había borrado de la memoria, pero no. Alguna vez escribí en una nota periodística —quizás por la misma época que lo «Heidi tiene las manos sucias» o «Los parientes pobres de un tal Kung Fu»— que todas las tardes por las ventanas abiertas del barrio eburiense se colaba una voz llamativa, “Lucecitaaaaa”, y luego la algo vaporosa melodía que daba paso a la cabecera de uno de las radionovelas más famosas de una época (1974) en la que quizás el género, tradicionalmente tan pegado a la historia sentimental del país, ya empezaba a ser reemplazado por los culebrones televisivos. El caso es que había olvidado el nombre. Pero esta tarde, viendo la magnífica y singular película Emilia Pérez, de Jacques Audiard, ha vuelto a resonar con toda su fuerza y con no poca conexión directa, ya que el filme, triunfador en los pasado Premios del Cine Europeo y candidato a varios Oscar, bien se podría decir que inaugura un género nuevo: el de los narcoculebrones musicales de alta calidad. Y en él, el pinche nombre de marras (¡Lucecita!) tiene un peso específico.
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