Iba siendo esa costumbre un hito de los que no pueden obviarse ni rodearlos tampoco. Ni el sueño, ni la ira, ni el agobio, ni las menudas dolencias que a menudo lo atarantaban como si fuera un retruécano podían nada contra la voluntad que cultivó, y a conciencia, durante los años que laborara duro como minero en las piedras giradas del Norte, entre las rojizas cresterías, y donde la conquista de una mísera pepita áurea bien podía suponer toda una jornada de penoso embalsar tiempo, acumular potencia líquida y proceder a sucesivos episodios de ruina montium que más de una vez se llevaron por delante a compañeros de desgracia y apenas servían para llegar al día sucesivo y reiterar el desempeño de un nuevo mester del despertar.
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