Siempre me venía con el mismo cuento. O, por mejor decir, con el viejo chiste: «Mirá, boludo: cho no soy rasista; a mi se me dan por un igual los blanquitos que los putos pelaos, sean o no morenos, o tíñanse la cresta con la colorina que les dicte el papo… Y eso no más has de saber, güevón». Él era así. Quizás porque de niño se había leído entero el Martín Fierro y se la pasaba bien dándoselas de experto boleador y soñando la Pampa. Pobrecito: no sabe que están a punto de echarlo del país de la imaginación, que de hecho sus días a salvo se acaban acá, y es casi seguro que nunca más nadie se lo recuerde y ni siquiera por merita chimba vuelvan a mencionarlo…
(LUN, 504 ~ «Cuentos absurdos: Serie Z/A»).
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